35. Somos lo que amamos

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NARRA DARIO

A duras penas conseguí dormir a la salvaje, pero me las arreglé con un vaso de leche caliente, porque corta el efecto de las drogas, y un somnífero.

La miro dormir antes de volver a salir por la puerta y marcharme de nuevo. Estoy agotado, mi cabeza la tengo rota y mi suegra enferma en Suiza tendrá su primera cita dentro de unas horas. Por ahora dejaré las cosas como están, pero cuando llegue a casa le diré a Victoria todo lo que tengo que decirle sin rodeos, porque si cree que puede comportarse así después de cada discusión, se equivoca. Soy mandón con mi gente y eso es algo que pienso poner en práctica con ella también si hace falta, y por lo que ha hecho esta noche no voy a pasarlo por alto a corto plazo.

Antes de subir de nuevo al avión llamo a Gery para que venga a curarme la herida de la frente que aún sangra y ver si necesitaré puntos o se me cerrará por sí sola.

NARRA VICTORIA

Abro los ojos intentando acostumbrarme a la luz del cuarto. Me duele la cabeza, tengo la garganta seca y la sensación de mareo es persistente. Me incorporo intentando recordar por qué estoy sola en la cama y dónde está Darío, y los momentos de ayer se amontonan en mi cabeza hasta que de nuevo se me corta la película. No sé mucho, lo único que sé es que se fue a Suiza en vez de a Francia y alquiló una suite presidencial, el muy cabrón.

Con el ánimo por los suelos, me meto en la ducha y me doy un baño, porque no sé qué demonios hice anoche, pero desde luego me hizo sudar un montón.

Mientras me lavo, el pensamiento de que Darío me está engañando en este momento empieza a consumirme, y una espiral de emociones tétricas comienza a formarse en mi interior. No voy a dejar que esto ocurra, cada célula y poro de mí se siente revolucionado. Cuando vuelva a casa encontrará a la antigua Victoria, y si me ha engañado, seguro que encontraré la forma de hacérselo pagar.

****

Me muevo a la velocidad de dos por hora y, a cada paso que doy, siento que me quedo sin vida. Necesito un café para salir de este estado zombi en el que me encuentro porque me siento como si me hubiera levantado de la tumba, y creo que Tutankamón estaría envidioso de que yo haya podido hacerlo y él no; vale, estoy de coña.

La casa está desierta; no se ve a Ana, no se ve a Santiago, no se ve a nadie, como si yo fuera la única en el mundo.

Voy a la cocina mientras llamo a Darío, pero en efecto, como era de esperar, no contesta.

No sé en qué momento de mi vida me encuentro ahora mismo, pero me siento tan despreocupada y preocupada al mismo tiempo, que tengo la sensación de que esto va a acabar conmigo.

Voy al jardín a tomarme el café, mientras llamo a Darío, que me da el aviso de ocupado.

Pensamientos malvados, sádicos y descarados se entretejen en mi mente como una araña tejiendo su tela, y la idea de que le haga a otra lo que me hace a mí me revuelve el estómago y vomito el trago de café que apenas pude engullir.

Copito me mira con la cabeza ladeada mientras yo empiezo a llorar porque lo que más odio en la vida es hacer esto. Vomitar.

El aire cálido del exterior, así como el sol en lo alto del cielo que brilla como si quisiera quemar la tierra, me reconfortan, y tomo asiento en la silla, no sin antes limpiar la suciedad que he creado. Miro hacia el garaje, y la idea de salir a comprar ropa nueva me tienta, al igual que la idea de un cambio de imagen. Si a Darío yo no le gusto así, seguro que le gusto de otra manera, creo...

La última vez que salí sola no me fue muy bien, y antes de ir a vestirme llamo a Santiago que contesta a la primera llamada.

— Buenos días, Srta. Victoria. ¿Necesita algo?

No puedo renunciar a ella +21  #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora