28. Sólo cayendo se aprende a volar

305 32 159
                                    

NARRA VICTORIA

Después del baño que nos dimos juntos, tratando por todos los medios de ocultarle mi herida a Darío, ahora bajó a la cocina y me dijo que esperara aquí a que me trajera la cena en la cama. No sé qué hora es, pero tampoco me interesa. Acaricio a Copito mientras me acerco el móvil a la oreja para llamar a mi madre. Había hablado con ella tres días antes del incidente y creo que está bastante preocupada.

Al primer toque no contesta, pero al segundo su voz se oye desde el otro lado bastante enfadada.

— ¡Señorita Victoria Blanco! Quiero explicaciones de por qué durante un mes no contestaste a mis llamadas, y lo que es peor, ¡ni siquiera llamaste! ¿Me he vuelto tan poco importante en tu vida?

Me echo a llorar cuando la oigo hablar por teléfono porque sólo yo sé cuánto eché de menos oír su voz.

— ¡Mamá! Echaba de menos saber de ti... han ocurrido algunos acontecimientos y por eso no he podido llamarte... Lo siento tanto... — Resoplo mientras ella no dice nada durante unos segundos.

— ¿Qué pasó mi hermosa niña? ¿Por qué lloras? ¿Te ha hecho algo Darío? — Habla rápido mientras la preocupación se desprende de cada una de sus palabras.

— Mamá, estoy bien... lo prometo.

Siento haber mentido a mi madre, pero nunca le contaré lo que me pasó. No quiero mentirle, pero nunca debe saber esta verdad porque le romperá el corazón, y aunque intente explicarle lo que pasó, le echará toda la culpa a Darío.

— Vale, pero ¿por qué lloras ahora, querida? — Me pregunta tristemente.

— Te echo de menos, ¿crees que podrías hacer un hueco para visitarnos? — Me limpio la nariz con el dorso de la mano mientras Copito me mira con la cabeza ladeada y me lame la mano con la que sostengo el móvil.

— Por eso te he llamado tanto últimamente, quería ir a veros.

Me alegra que me lo diga y se me tranquiliza el corazón porque aun así hace tiempo que no la veo porque varias veces le dije que se viniera a vivir con nosotros, pero me dijo que ella tiene su vida en España y la adora. Su trabajo como arquitecta lo disfruta enormemente, y el tiempo con sus amigas y los viajes siempre la distraen.

— ¿Cuándo puedes venir?

— Iré esta semana, querida. Hoy es miércoles, el sábado estaré allí. ¿Has hablado con Darío de ello?

— Darío no tiene nada en contra de que vengas aquí, mamá.

— Muy bien, mi amor. El sábado estaré allí. Hablaremos mientras tanto.

— Te quiero, mamá.

— ¿Señora Blanco? El doctor la está esperando. — Detrás de ella se oye una voz de mujer que me coge totalmente por sorpresa.

— Mamá, ¿estás en el hospital? ¿Qué ha pasado? — Me pongo en pie al sentir que me sube la tensión y se me corta la respiración.

— No es nada, querida. Estoy aquí para unas revisiones de rutina. No te preocupes. Yo también te quiero—. Y me cuelga.

Intento tranquilizarme porque siempre hacía este tipo de revisiones, sobre todo desde que murió papá. Me figuro que no puede ser nada grave y que no debo reaccionar exageradamente ante todo.

Veo cómo Darío entra por la puerta con una bandeja en la mano y me hace un ademán con la cabeza para que me meta en la cama, y le obedezco.

Un delicioso olor a sopa de ternera me abre el apetito, y cuando Darío levanta la tapa y veo el delicioso aspecto de la clásica paella y la sopa, mi estómago ruge.

No puedo renunciar a ella +21  #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora