Un día cualquiera

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La alarma me despierta y con pelos de loca me miro en el espejo (si no supiese que los espejos reflejan mi imagen, hubiese pensado que soy uno de los monstruos que comen niños por debajo de sus camas).

Intento arreglarme lo mejor que puedo, pero los pelos se terminan de rebelar y decido zanjar esta ridícula batalla con una coleta que recoge todos mis pelos y un conjunto básico. Cojo mis vaqueros de talle alto preferidos y busco una de las comunes camisetas que tengo de super-héroes como Spider-man.

— ¡Olivia!... O bajas ya o te dejo yendo cómoda en el autobús mientras lo abusones hacen de las suyas —ante esa amenaza que sufrimos a partes iguales Barry y yo, bajo corriendo por la barandilla y llego para hacerme el desayuno y terminar de prepararme.

— Veo que lo tuyo no es innovar Olivia.

— Nunca me han gustado las faldas...

— ...''Porque me han tocado las piernas gordas de mamá''... Ya me sé tu historia. 

Barry es mi tutor legal, sin embargo sigo yendo junto Joe y disfruto de la compañía de Iris mientras que hablamos (como todo hermano o hermana)  de Barry a sus espaldas.

Como el último cucharón de cereales, pongo el cuenco en el fregadero, cojo la mochila y salimos a la par los hermanos hacia el instituto y trabajo. 

Barry no tiene coche y tenemos que ir a pie, pero de esa manera podemos ir hablando de nuestras ''tonterías''. Siempre me termino quejando de lo mismo: que si el instituto podría tener mayor calidad, que si los profesores tienen demasiada manía, que si terminaré estrangulando a alguien...

— Barry —me acerco a la puerta y le doy un beso en la mejilla—, espero que encuentres hoy a todos los malos que matan a tus clientes.

Mi hermano sonríe y marcha, como siempre, corriendo después de ver la hora en la torre del colegio.

Entro al recinto del instituto y veo a los típicos grupos.

El grupo de los populares que miran con desprecio a aquel que se le acerca, el grupo de deportistas que muestran las marcas de sudor más desagradables en la ropa, el grupo de gente que está aún más deprimida que yo en un penoso día y mi ''grupito'': mi grupito lleno de chicos que sonríen a cada paso que doy en su dirección.

Sin poder evitarlo, yo también muestro mi día alegre con una sonrisa. Cuando me acerco veo que algo les llama la atención a mi lado y me giro en su dirección. Recibo un fuerte golpe que me derriba al suelo. Levanto la vista y encuentro al capitán de rugby junto con el de baloncesto que están peleando.

Me incorporo y vuelvo a recibir otro golpe que me aturde aún más.

— ¡Parad ya! ¡Sois unos cerdos! —paran de pelear y me miran con desprecio. Ya me han lanzado esa mirada incontables veces, no voy a fastidiar mi día por ellos.

— La nenita ha sacado valor... mira —señala a mi grupito—, ¿por qué no puedes ser igual de inteligente que ellos y acatar los golpes que vuelan?

Comienzo a reírme a carcajadas y eso aturde a los dos descerebrados.

— Claro que soy una chica, acabas de demostrar lo corto que eres insultando. Y claro que mi grupo acata vuestras órdenes, pero es porque aún no saben lo bien que sienta esto... —pego un fuerte puñetazo en la cara al jugador de rugby y pierde el equilibrio.

Miro instintivamente a la puerta (es mi primer puñetazo en mucho tiempo y quiero seguir sin partes, ni nada por el estilo). Vuelvo la cabeza y veo que el capitán de baloncesto se acerca a mí, preparado para atacarme.

Levanto los puños intentando recordar algunos de los movimientos que me enseñó Iris e intento hacer que no se me note demasiado que rara vez pego. Aunque haga deporte (llevo más de cuatro años en baloncesto) no soy de mano rápida. Intento hacerme la fuerte y enseño un poco más los puños (sintiéndome completamente estúpida y rebajándome a su nivel).

Una esperanza fugaz (The Flash)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora