No sirvo como una superheroína

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William parece haberse encontrado mejor con la ropa seca y la manta. Aprovecho para mirarle la pierna y conseguir (de manera milagrosa) no desmayarme viendo la sangre, la piel muerta...

-- ¿Cómo es que no se extrañó cuando me subieron en el avión?

-- Porque se me paga por no hacer preguntas, señorita --entiendo la repuesta: una forma eficaz de no tener problemas en el trabajo.

-- ¿Por qué señorita? No tendremos tantos años de diferencia, tienes aproximadamente veinticuatro años.

-- ¡Guau! --se le ve asombrado--. Si que se le da bien a usted lo de adivinar edades... Respecto a lo de señorita: es por algo de mi vida --hace un ademán para terminar la conversación, pero yo levanto la cabeza sedienta de información mientras termino de vendar lo mejor que puedo la pierna--. Usted es muy parecida a una dama a la que anteriormente servía. Yo la adoraba con locura, aunque para ella no fuese nada más que un simple sirviente. Aunque eso pensaba yo; porque en una tarde otoñal, en un paseo por el lago de su finca, me confesó que desde pequeña siempre había sentido un gran afecto a mí (y pues bueno, ya se imaginará usted mi regocijo) --parece que el hombre es tele-transportado a un lugar mágico, donde no hay ningún desastre material y puede compartir una mirada con esa señorita--. Yo he sido piloto, cochero y domaba a las fieras, pero en lo que destacaba sin ninguna duda era (y es) el momento de salir a volar como los pájaros. El caso es que me encargaron una misión en la que tenía que transportar unas cargas (saboteadas sin ser yo consciente hasta el último instante). Aquella semana, entregué el endiablado encargo que terminó con la vida de mi bella señorita.

La palabra tiene su fuerza, pero yo indago en su mente para horrorizarme en el momento en el William se muestra incapaz de salvar a su ama, y cómo la señorita le dice un ''te quiero'' que le dejará marcado.

William se quemó las manos y perdió parte de la zona con pelo, pero no fue una pérdida tan grande como la de su corazón.

-- Por eso la llamo señorita: porque me recuerda a como era esa preciosa mujer de la que sigo enamorado.

-- ¿Después de tanto tiempo?

-- Siempre.

-- ¿Le echaron del trabajo por eso?

-- No, nunca han tenido la intención de dejarme de patitas en la calle: he sido yo quien ha dejado el empleo para poder olvidar su cara, y luego, el primer encargo es llevarte a ti --veo como una liviana gota se escapa veloz a la fuerza encargada de retenerla.

-- Bueno, entonces debo de pedir disculpas por ser tu princesa prohibida --ato con fuerza la tela que me ha servido como venda--. ¿Mejor?

-- Debemos comenzar a escalar, señorita, tenemos que alcanzar la cima pronto o podremos sufrir algún otro ataque inesperado.

Está muy nervioso, pero no quiero hacerle sentir incómodo y cargo con lo escaso que ha sobrevivido: mi maleta y las ropas mojadas, algunas barritas de cereales integrales y unas escasas cosas más.

-- Hay un camino que podemos seguir, ¿verdad? ¿No tienes ningún problema?

-- No hay ningún tipo de problema, aunque si encontramos un palo resistente que me sirva de bastón mejor.

Caminamos la primera media hora buscando algún palo fuerte o mirando con curiosidad el paisaje, pero tras un par de horas todo nos parece cansado. Es demasiado dificultoso dar un paso más o intentar ver algo diferente: ni siquiera parece que la cumbre esté más cercana.

-- ¿Podríamos descansar? --William está muy cansado y no puede que con su cuerpo.

Soy consciente de que está demasiado agotado (al igual que yo) y que si nos paramos es complicado volver a retomar la marcha. Pero si seguimos, puede que después sea más complicado.

Una esperanza fugaz (The Flash)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora