11.2 Adiós {C}

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Todo era blanco a mi alrededor. Blanco y brillante. Olía a nuevo y pulcro por todos lados. Mi cuerpo se sentía más liviano de lo normal, y con más vida. Estaba de pie, sobre la nada misma. ¿A caso así era el cielo? O en su defecto, el infierno; quien sabe cuál de los dos merecía. 

Tenía miedo de moverme, dar un paso y caer sin fin. Me abracé a mi misma, llevaba la misma ropa antes de querer suicidarme con una sobredosis de antidepresivos. Repentinamente, todo comenzó a temblar, casi como un terremoto, haciendo que me fuera más difícil mantenerme en pie. Casi inevitablemente, caí de rodillas al piso, apoyándome con ambas manos sobre la 'nada', esperando que todo acabara pronto.

Pero lo que parecía ser el cielo, sobre mí, comenzó a quebrajarse un poco, formando grietas cada vez más y más grandes y largas. ¿Estaba muriendo? ¿Esto simbolizaba mi entrada a un nuevo mundo? ¿Iba a renacer a caso, en una mariposa, o una hormiga? Tanto escepticismo me estaba volviendo loca.

Enormes pedazos de lo que parecía ser concreto blanco, caían sobre el piso, mientras la grieta se transformaba lentamente, en un hoyo gigante. Todo era tan brillante al otro lado de la 'nada' que no podía vislumbrar que es lo que se asomaba. Estaba tan confundida por todo lo que estaba pasando, que ya no sabía qué creer. ¿La muerte? ¿Cielo o infierno? ¿Centro de rehabilitación? 

Finalmente, todo cesó. Los grandes escombros que antes había visto, habían desaparecido; no quedaba rastro alguno de las grietas, y la 'nada' comenzaba a oscurecer poco a poco. Me fijé más detenidamente en el agujero que se había formado. 

Mi corazón comenzó a latir tan rápido que creí que podría darme un infarto. ¿Se puede morir dos veces en una misma vida? Aparentemente, no. Me restregué los ojos en caso de que el polvo de todo el movimiento telúrico, hubiese perjudicado mi vista. ¿Qué diablos?

Justo tras el agujero, estaba lo que era Vicenza, específicamente el "Parco Querini". ¡No puede ser! Ahí fue cuando...

Me acerqué rápidamente al agujero, y pasé a través de él; viajando unos 2 ó 3 años antes de mi vida. Miré hacia todos lados, contemplando y maravillándome de la belleza que podía tener mi hogar; respiré lentamente el aire a verde, a vida, a Italia. Los arbustos, cortados con tanto detalle, el verde pasto, tan fresco y húmedo siempre. Las tantas estatuas blancas del neoclasicismo. 

Si esto era alguna parte de mis recuerdos, si giraba mi cabeza hacia la derecha, me encontraría con una versión mía de 17 años, y una versión de...

- ¡Qué estás haciendo, Ignazzio! - gritó la Calandra de mis memorias.

Me giré bruscamente, y lo vi. Tan jovial y hermoso como siempre lo fue. Riéndose de mí, porque había tardado un poco en alcanzarlo. Oh, sí. Me superaba por varios centímetros y eso significaba estar en una constante carrera por alcanzarlo cuando caminábamos juntos. 

Su pelo desordenado, y castaño, moviéndose a la par del viento. Sus dientes blancos y perfectos, que hacían juego con sus labios no tan gruesos y rosados. Sus cejas arqueadas, gruesas y poco pobladas. Su piel mármol y su nariz pequeña. ¡Era todo un Adonis, un modelo! 

- Es culpa de tus pies pequeños, princesa - murmuró mientras me besaba la sien.

Me acerqué lentamente a él, e intenté acariciar su rostro, pero lo atravesé. Mis ojos se llenaron de lágrimas, al verme limitada a sólo verlo. Realmente quería tocarlo, abrazarlo, decirle cuánto lo extrañaba y necesitaba. Toda mi vida oscureció al no tenerlo a mi lado.

- Sí, claro. No mido un metro ochenta, señor gigante.

- Por eso me gustas, enanita. Me encantas.

Dos piezas [Rubius]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora