Marcus XXXVII

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Cuando las yemas de sus dedos rozan mi hombro me sobresalto y me giro, aunque ya sé a quién voy a encontrarme detrás. Raúl. Sus ojos negros como el carbón brillan a pesar de la tenue luz que hay en la estancia. Le miro. Más con miedo que con complicidad. Ya hemos hablado antes, un par de veces, pero nunca más de cuatro frases. Acerca su copa de la mano derecha y me la ofrece. Ni si quiera pregunto qué es, la cojo sin pensar y rezando por que no se note mucho que me tiembla tanto la mano que me cuesta sostenerla. Doy un sorbo pequeñito mientras me mira. Es ginebra, con limón, pero está muy cargado. El alcohol baja quemándome la garganta y cae en mi estómago vacío. Arde, y mis mejillas también lo hacen. ¿Cuánto llevo sin comer? ¿Horas? Tampoco es que eso me importe mucho ahora, sus ojos me tienen atrapada.

Nos pasamos un buen rato sin decir nada. La música suena de fondo, muy de fondo, y eso es lo único que hay entre nosotros. Música, y unos pocos centímetros que nos separan y que a mí me parecen kilómetros. Cuando empiezo a creer que esto no va a ninguna parte y que solo quería ser simpático, se acerca, pone su mano en mi cintura. Está caliente, muy caliente y noto mi piel erizarse. Dirige su boca a mi oreja, me hace cosquillas mientras habla, susurra "¿me acompañas fuera?" Por un momento, me quedo paralizada. No puedo responder. Mi respiración se vuelve entrecortada, me muerdo el labio y asiento. Agarra mi mano con fuerza y salimos al exterior de la sala. Me he mordido con demasiada fuerza y ahora, tengo un poco de sangre en el labio.

Cierra la puerta del salón y nos volvemos a quedar en silencio, pero esta vez en verdadero silencio porque la música ahora no rellena el espacio que hay entre nosotros. Escucho su respiración, agitada, nerviosa, como si tuviese miedo. ¿Le asusta la idea de estar solo conmigo?-me pregunto- ¿Es eso? Ni si quiera estoy segura de qué estamos haciendo aquí, los dos solos. Apuro mi copa y la suelto en la mesa de la entrada. Él, hace lo mismo de forma mecánica, pero tarda un poco más en dejar el vaso. Pensativo, vuelve a mirarme. Da un paso al frente, lo cual acorta la distancia entre nosotros. Me paso la lengua con suavidad por la herida que tontamente me he hecho. Escuece. Tengo la necesidad de salir corriendo, a cualquier parte. O quizás no son esas las palabras exactas para lo que siento, por eso de las palabras homónimas en nuestra lengua, digo. Y me río por dentro.

Aun así, me quedo quieta, y lo miro fijamente a sus increíbles ojos. Es más alto que yo, por lo menos, me saca una cabeza. Me sonríe y no puedo evitar sentirme un poco más pequeña cada vez, como si el mundo empezase en sus ojos y acabase en esos perfectos dientes que cada vez estaban más cerca de mí. Su mano derecha, aún fría por la copa que había estado sosteniendo, se aproximaba a mi mejilla. Como si tuviese miedo de hacerme daño, rozó poco a poco mi piel, hasta envolver media cara con su mano. Su otra mano rodeó mi cintura y me golpeó contra él, con suavidad. Mi respiración iba cada vez más rápido, ya era inútil tratar de no temblar. Yo entera era un flan que se movía rápidamente sobre su eje de izquierda a derecha una y otra vez. Tenía la sensación de que iba a desmayarme en cualquier momento y quizás no era solo una sensación puesto que él me sujetaba cada vez con más fuerza.

-"Tienes un poco de...sangre en el labio."

Mis pequeños dedos se movieron hasta mi labio. Bajo la cabeza, avergonzada y miro la sangre que cae en mi dedo índice. "Seré estúpida" pienso, y cierro los ojos con fuerza. Su mano baja hasta mi barbilla y me levanta la cara, obligándome a mirarle fijamente. Trago saliva. Suspiro y llevo mi otra mano a su nuca. Él se agacha un poco y me besa. Al principio, noto sus labios extraños en los míos. Le separo tímidamente sus labios e introduzco mi lengua en su boca. Sigo temblando, sin saber bien el porqué. No es la primera vez que beso a un chico, y estoy segura de que tampoco es su primera vez. Su lengua se mueve tan bien que yo perfectamente podría ser la enésima chica que el besase. Sus dos manos me aprietan contra su cuerpo. Noto el latido de su corazón y el del mío, como si fuesen uno. Acaricio su nuca y percibo como se estremece.

Separa sus labios de los míos, y baja poco a poco, dándome besos por el cuello. Yo también me estremezco. No sé bien si de placer o de extrañeza, pero lo hago y me dejo llevar. Me separo con fuerza de él y subo corriendo las escaleras, como una niña que juega al escondite. Le miro, para que me siga y desaparezco de su campo de visión. "¿A qué juegas, Sara?" le escucho decir. Sonrío con timidez, o con seducción, cada cual que lo interprete como quiera, mientras me observa al final del pasillo. Llevo los tacones en la mano y le miro desafiante. Divertida, le enseño los tacones y los tiro dentro de mi habitación. Primero vacila, pero luego se ríe e imita ser un perro que va a recoger un palo que le han tirado. Aunque, en lugar de dirigirse hacía mis tacones, corre en mi dirección y me levanta del suelo colocando mi cintura en su hombro.

Pataleo para que me suelte, odio que me cojan, pero esta vez, estoy riendo, me mete en la habitación y cierra la puerta. "Me sueltas ¿o qué?" le digo dándole con los puños en la espalda. "Si es lo que quieres..." responde, y me sube aún más para arriba, de forma que si me suelta, caigo de cabeza a su espalda.

-¡Raúl!-le grito forcejeando.

-¿Qué quieres?-contesta riéndose-¿No me has dicho que te suelte?

-¡Pero no de cabeza contra el suelo!

Tiene intención de soltarme pero instantes después se acerca a la cama y me deja caer sobre ella. Recupero el aliento de tanto reírme y sonrío. Me incorporo y le miro. Acabamos de besarnos y soy yo quien le ha traído a mi habitación. Y a pesar de todo, no trata de forzar nada. Doy dos golpecitos a la cama al lado mío haciéndole una señal para que se siente. Sin pensárselo, se coloca a mi lado pero se vuelve a levantar. Le miro. Y me coloco de pie, frente a él. Quiero preguntarle que qué le pasa, pero las palabras se quedan atrapadas en mi garganta.

No sé qué hacer, así que le beso. Primero, él responde con timidez, pero luego nos invade la pasión. Introduce su mano por dentro de mi blusa y acaricia mi espalda siguiendo mi huesuda columna. Baja su mano desde la primera hasta la última vertebra y me coge el culo. Sin darme cuenta, tiro un poco más de él hacía a mí. Me levanta con ambas manos y me sienta en sus caderas. Da un par de vueltas en círculo rápido y me deja caer en la cama, esta vez sentándose a mi lado. Me siento encima de él y le quito la camiseta dejando al descubierto su torso. Una pequeña cicatriz blanca asoma en su hombro izquierdo. Recuerdo también mis cicatrices e intento alejar esa imagen de mi mente.

Desabrocha los botones de mi camisa uno a uno pero antes de quitármela me mira a los ojos, tratando de averiguar lo que pienso, o qué sé yo.

-No quiero hacer nada que no quieras-susurra.

Y esa frase me deja perpleja. No era la primera vez que estaba con un chico, pero sí la primera vez que escuchaba esta frase, en estas circunstancias. Y fue eso lo que me faltaba para decidir si lo que estaba haciendo, estaba bien. Asentí y le besé. "Quiero hacerlo". Y no hizo falta decir nada más. Mi camisa calló a sus pies y con una mano desabrochó mi sujetador mientras me besaba. Se quitó los pantalones y me tendió en la cama, dándome besos desde el cuello hasta un poco por debajo del ombligo. Cobró vida la frase de "una delgada línea separa el dolor del placer" y dejé nos perdiésemos entre las sábanas.

Y en ese momento, la soledad que había sentido la noche anterior, se disipó y sentí que la cama de matrimonio, estaba completa. 

MarcusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora