Marcus XXXVIII

52 4 0
                                    

Estoy tumbada en su pecho. Le escucho los latidos del corazón, que siguen yendo rápidos, pero su respiración es lenta y se acompasa poco a poco con la mía. Me acaricia la espalda y cada vez que la yema de sus dedos rozan mi columna vertebral, me estremezco. Sé perfectamente que podría quedarme dormida ahí mismo, porque estoy agotada. La falta de costumbre, me digo. Bueno, o que han sido tres veces, seguidas. Río interiormente y suspiro. Ahora, en frío, que se ven las cosas siempre de otra manera... me avergüenzo de estar desnuda. Ha visto mi asqueroso físico...seguro que está pensando que soy un error. Seguro que se arrepiente. Seguro que soy una más. Y seguro que he sido la peor. No quiero llorar, pero no puedo evitarlo. Una lágrima se desliza por mi mejilla, trato de reprimirlo, de que esa lágrima no se desprenda del todo de mis parpados, pero lo hace y cae en su pecho. Dirige su mano a mis ojos, y seca mi cara, acariciándome, sin preguntar nada. Pasan unos minutos de silencio incómodo.

Las lágrimas no paran de caer una tras otra, quiero dejar de llorar pero no puedo, él continúa secando mis mejillas y acaricia mi fría y desnuda espalda como si rozase las teclas del piano sutilmente. Aunque todo podría parecer natural me siento incómoda, y desnuda en todos los sentidos.

-Eres preciosa-rompe el hielo con esa frase que solo hace que mis ganas de llorar aumenten por segundos, por cada vez que escucho latir su corazón, tan rápido que me asusta.

-No te engañes, que no lo soy.-le respondo, quizás con demasiada frialdad provocada por el miedo de que el cualquier momento saliese corriendo, pegando un portazo y destrozando mi pequeño, y ahora desnudo, corazón.

-Eso es porque no te ves como yo lo hago.-y me besa.

Es un beso bonito, dulce, cálido. Y durante el beso, sonrío. Hacía mucho tiempo que no sonreía. De sonreír de verdad.

-¿Qué hora es?-pregunto.

-Las diez y media.

-¿Ya? Joder, deberíamos bajar ¿no crees?

Me levanto y me visto. Sé que me está mirando y me siento bastante intimidada, sé que es absurdo después de todo lo que acaba de suceder, pero me ruborizo. Me vuelvo a subir a los tacones y noto que realmente me duelen mucho los pies. Me giro para mirarle y él ha hecho la cama y está colocándose de nuevo la camiseta. Se acerca a mí y me rodea con los brazos. Me acurruco en el hueco que queda entre la cabeza y su hombro y sonrío. No sé a ciencia cierta el tiempo que pasamos así, pero no me importa, porque podría quedarme ahí durante toda la vida. Había encontrado mi pequeño hueco, mi sitio, mi paraíso. Es como si en su pecho el tiempo se detuviese y solo estuviésemos él, y yo. Besa mi cabeza y levanto la mirada hacia él. Sus labios y los míos vuelven a encontrarse, me separo un poco y me dirijo a la puerta.

Bajamos al salón donde la música sigue puesta a todo volumen y la gente baila, me hace una señal y se va con un par de amigos. Yo, busco a Alicia con la mirada, pero no la veo. Salgo fuera, a ver si está en la cocina.

He llamado a Marcus mínimo diez veces, y nada. Como si se lo hubiese tragado la tierra, o qué sé yo. He salido y entrado del salón cuatro veces. Me he tomado seis copas más y estoy bastante mareada. No tengo ni idea de dónde están Sara y ese chico. Tampoco veo a Ariadna y Lydia está pasándoselo bien con Carla, que bastante falta le hacía a las dos. Vuelvo a salir y voy a la cocina a por agua fría. Allí, me veo a Sara apoyada en el fregadero. Tiene cara de acabo de pasar un momento impresionante, pero sin embargo, la expresión de su mirada transmite más tristeza, que otra cosa. Tiene la mano en su vientre y mira al grifo fijamente, como si esperara escuchar hablar a este y que le diese la respuesta a sus inimaginables preguntas. Me acerco sigilosa hacia ella y coloco con suavidad mi mano en su huesudo hombro. Se vuelve sobresaltada y me mira, fulminándome con la mirada.

MarcusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora