Capítulo 9.

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Me despierto por la luz del sol que entra por la ventana, gracias a la costumbre de Peeta de dormir con las ventanas abiertas. Sorprendentemente, y por primera vez en meses, he dormido sin pesadillas y sin necesidad de despertarme a mitad de noche porque algo me impide dormir plácidente.
Una sonrisa se extiende inoluntariamente en mi boca y me estiro en la cama tratando de despertarme completamente, algo que llevaba tiempo sin hacer. Parpadeo unas cuantas veces para acostumbrarme a toda la luz que inunda la habitación. Entonces, me doy cuenta de que no he sido la primera en despertarme, y que Peeta me observa con tranquilidad desde su lado de la cama, apoyando su peso en un codo para poder mirarme mejor.
- Buenos días, Katniss.-me dice
Peeta.- Estás especialmente guapa esta mañana.
No puedo evitar ruborizarme y que una tonta sonrisa aparezca en mi rostro.
- No estoy completamente de acuerdo, pero gracias.-le digo- Se puede decir lo mismo de tí, Peeta.
Se agacha para besarme, pero entonces me acuerdo de que el aliento no me huele a rosas que digamos por la mañana.
Me separo rápidamente con las dos manos tapándome la boca. Peeta me mira confuso y me pregunta que qué me ocurre.
- Tengo que lavarme los dientes.-le digo sin más explicaciones.
Peeta hace un gesto de indiferencia y me aparta las manos de la boca para poder besarme durante un largo rato. Paramos porque mi tripa empieza a rugir de hambre.
- Será mejor que haga el desayuno.-dice Peeta.
Se levanta de la cama y me doy cuenta de que está completamente vestido, aunque con la ropa algo arrugada.
Mientras Peeta baja a la cocina, me doy una ducha lo más rápido que puedo, dejando que se me seque el pelo al aire.
Abajo, Peeta está mezclando varios ingredientes, que según me explica son para hacer una tarta.
Me muero de hambre, así que le ofrezco mi ayuda para poder acabar lo antes posible.
Cuando acabamos de hacer la masa, la ponemos en un molde redondo y la metemos en el horno.
Nos vamos a sentarnos al sofá para que la espera se nos pase más rápido. Peeta se sienta y yo me tumbo, apoyando mi cabeza en su regazo, mientras pasa sus dedos por mi débil cabello.
- Me gusta como te queda el pelo suelo. Es muy bonito y parece que lo menosprecies al llevarlo recogido. Aunque, con trenza o sin ella, sigues estando preciosa.-dice Peeta rompiendo el silencio.
Tomo una nota mental para tener en cuenta su comentario, pero finjo indiferencia
-Me lo acabo de lavar, estoy dejando que se seque.-le explico.
Peeta asiente y sigue acariciándome el pelo, y yo cierro los ojos disfrutando del sentimiento de sus delicadas manos en mi pelo. La alarma del horno me despierta de mi paraíso particular para recordarnos que la tarta ya está hecha. Tengo tanta hambre que nada más sacarla cojo un trozo y me lo meto a la boca, dejando la tarta con un agujero en medio. Peeta la glasea con experiencia en apenas unos minutos mientras yo pongo unos platos en la mesa. Empezamos a comer ansiosos, pero aunque la tarta se ha hecho esperar ha merecido la pena. Peeta siempre había sido muy bueno con las tartas, pero no había comido una desde hace tanto que casi se me había olvidado. Cuando acabamos, lavamos los platos sucios juntos: yo enjuago u él aclara y seca. Terminamos antes de lo previsto de esta manera, así que se me ocurre que sería una buena idea acompañar a Peeta a ver como va la reconstrucción del distrito y ayudarle con la panadería.
Salimos de casa de la mano, aunque esta vez es la primera que lo hacemos por iniciativa propia y no porque la gente del Capitolio observa expectante la historia de amor de los trágicos amantes del Distrito 12.
Me gusta ir con Peeta de la mano. Me relaja.
- Me gusta darte la mano, Katniss.-me dice como si me estuviera leyendo la mente.
- Sí, a mí también.-le digo.
- ¿Te gusta darte la mano?-dice Peeta entre risas.
Me uno a su risa y le doy un suave golpe en el hombro.
- No.-digo fingiendo que su chiste no me ha hecho gracia, aunque no lo consigo, porque esta estúpida sonrisa no se borra de mi rostro.-me gusta darte la mano.-le digo mirándole a los ojos.
Si hubiéramos estado en casa, nos habríamos besado, pero ninguno de los dos éramos del tipo de persona al que le gusta ir exhibiendo a su pareja por la calle y teniendo excesivas muestras públicas de afecto. Así que simplemente, Peeta se agacha y me da un beso en la mejilla. Con eso basta para volver a hacerme sonreír.

Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora