Capítulo 8.

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- ¿Sabes? No me molesta especialmente que duermas sin camiseta.-le digo sonriendo.
Peeta se ríe por mi comentario.
- ¿Ah no? Entonces, ¿Por qué no me quitas lo que te moleste?-me dice Peeta.
Le beso mientras le acaricio el cuerpo bajo su camiseta. Nos separamos y le levanto la camiseta por la cabeza, tirándola a un lado de la cama cuando se la quito del todo. Nos seguimos besando y noto que las manos de Peeta se deslizan poco a poco más abajo que de costumbre, pero, sorprendentemente, no me molesta en absoluto y le dejo que lo haga. Estamos un rato así, hasta que nos tenemos que separar para evitar asfixiarnos.
Entonces puedo admirar su esculpido cuerpo. Peeta no hacía ejercicio, estaba demasiado ocupado con la panadería para dedicar su tiempo a eso. Pero, tanto levantar sacos de harina y amasar panes y bizcochos, habían dado su resultado. Peeta tenía unos marcados abdominales y unos brazos fuertes y musculosos.  Levanto la vista cuando oigo a Peeta reírse.
-¿Ves algo que te guste?-pregunta Peeta en un tono burlón.
Noto que las mejillas se me enrojecen y bajo la vista, clavándola de nuevo en el cuerpo de Peeta.
Al ver que no respondo, me pone dos dedos debajo de la barbilla, obligándome a levantarla y a encontrarme con su mirada.
- No tienes que avergonzarte de nada.-me dice Peeta.-soy tuyo y tienes derecho a hacer lo que quieras conmigo. Bueno, no todo, pero creo que ya me entiendes ¿no?-pregunta.
Asiento ligeramente y levanto la vista, para darme cuenta de que Peeta tiene una cálida sonrisa en los labios.
-Me pregunto qué habré hecho en mi vida pasada para merecerte.-le digo en tono sarcástico sonriendo.
-Pues seguro que muchas cosas buenas.-dice Peeta continuando con la broma.
Los dos empezamos a reír descontroladamente, por primera vez desde la rebelión, olvidando el mundo que nos rodea. En este momento, sólo existimos Peeta y yo. Nadie más. Nada más.
Dejamos de reír y nos miramos a los ojos, con una mirada que, sin palabras, lo dice todo.
Todas las veces que arriesgamos nuestras vidas el uno por el otro, todas las veces que nos besamos, ya fueran reales o no, todos esos momentos en la arena que seremos incapaces de olvidar, todas esas veces que me dijo que me quería. Todo. A veces una mirada puede decir más que cualquier palabra. Y esta mirada es una de esas.
Cierro los ojos, con la imagen de Peeta sonriéndome grabada en la retina, y con eso me duermo. 

Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora