Capítulo 1

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18 de septiembre
Querido Diario:
Mi vida ha llegado a su fin. Preferiría estar muerta. Me han condenado a trescientas horas -¡trescientas!, ¿puedes creerlo?- de servicios comunitarios. Es una injusticia. Con los terroristas y los asesinos suelen ser más condescendientes... Pero esa maldita jueza me odió desde el primer momento. ¡Ni me dejó abrir la boca! Ahí sentada, lo único que hacía era
mirarme fijo por encima de aquellos horrendos anteojos con armazón de carey. Dijo que estaba harta de las niñas ricas y malcriadas que juegan con las personas de esta comunidad como si fueran muñecos que pueden manejar a su antojo y que, por lo tanto, iba a sentar un precedente conmigo, que yo me convertiría en un ejemplo. Ésas fueron exactamente sus
palabras. ¡Santo Dios! Cualquiera habría creído que robé la Constitución o la Campana de la
Libertad en lugar de unos miserables pendientes. Traté de explicarle que sólo fue una travesura, que en realidad tenía intenciones de pagarlos. Pero ella se negó a escucharme.
Y como si todo eso hubiera sido poco, mis padres me quitaron la licencia de conducir.
Conclusión, ahora no puedo usar mi auto. Es una injusticia. Jamás he robado nada en mi vida y, la única vez que lo hago, me pescan. No puedo creer que esto sea verdad. Mi último año de secundario desperdiciado... No puede haber nada peor.
La estridente campanilla del teléfono quebró el silencio. Abigail dejó su bolígrafo y arrancó el auricular de la horquilla antes de darle la oportunidad de que volviera a sonar. Considerando la suerte que la había acompañado en esos últimos tiempos, si sus padres recordaban que tenía una extensión en su cuarto, podían ser capaces de sacarle también eso.
― Hola. ¿Cómo te fue? ― Le preguntó Jennifer, su mejor amiga.
― Peor, imposible. ― Apartó un rubio mechón de cabello de sus ojos. ― La jueza me odió
desde el primer momento. Ni siquiera se dignó escuchar mi versión de la historia.
- ¿Jueza, dijiste?
― Sí, era una mujer, aunque no exactamente lo que se dice un modelo de dulzura, suavidad y
comprensión. ― Suspiró. La parte que seguía no iba a resultarle sencilla. Si bien Jennifer era su mejor amiga, no cabía duda de que se pasaría la mitad de la noche llamando por teléfono a Dios y a María Santísima para contarles la novedad con lujo de detalles. La razón de su vida eran ―
además de hacer compras, claro ― los chismes.
― ¿Y bien? -la urgió Jennifer, impaciente-.Habla de una vez. ¿Cuál fue la sentencia? ¿Te
dieron libertad condicional?
― Ojalá. - Abigail frunció el entrecejo. - Me condenaron a trescientas horas de servicios
comunitarios.
- ¿Servicios comunitarios? - exclamó su amiga, horrorizada -. Pero es una locura. Es tu
primer delito. No puedo creerlo. Todo el que te conoce sabe que no eres una ladrona.
- ¿Por qué no tratas de convencer a la jueza de eso? - Sin embargo, Abbie se sintió agradecida por el voto de confianza de su amiga. Esa mañana, durante el tiempo que estuvo en el estrado, soportando la mirada penetrante de la jueza, se había sentido como una delincuente. Fue
espantoso. Por cierto, la peor experiencia de su vida.
- Santo Dios - continuó Jennifer -. ¡Trescientas horas! Qué aburrimiento. Eso y tomar los hábitos e ingresar en un convento es lo mismo.
- ¿Y qué pasa entonces con el entrenamiento? ¿Y con la comisión de decoración para la fiesta de ex alumnos? ¿Y tu vida social?
- Según la jueza de minoridad Myra Bowen, no la necesito. - Las lágrimas comenzaban a golparse en los ojos de Abbie. Inspiró profundo, pues no quería que Jennifer la oyera llorar. -
Además, van a asegurarse de que no la tenga.
- Oh, Dios, pobrecita - murmuró Jennifer, compasiva -. Ya estás en quinto año. El único
que se disfruta de verdad en el colegio secundario.
- ¿Qué puedo hacer? Tendré que conformarme con ver la diversión desde afuera -comentó
Abbie con amargura -. No bien terminó la audiencia, nos reunimos con el funcionario judicial que está a cargo de mi caso. Al parecer, tendré que pasar todas mis horas libres vaciando orinales, empujando sillas de ruedas, o ayudando a las viejitas a encontrar sus dentaduras postizas.
- Denigrante - La chica suspiró con delicadeza. - Aunque después de todo, no es tan terrible.
Pudo haber sido peor.
- ¿Ah sí? - reaccionó Abbie-. A mí no se me ocurre nada peor. Acabo de arrojar mi quinto
año a la basura. Tendré que pasar cada momento de vigilia trabajando como una esclava con la tarea de la escuela o cuidando ancianos. Además, mis padres me han quitado la
licencia de conducir. Honestamente, Jen, no creo que pueda haber nada peor. Pero su amiga, como siempre, quería tener la última palabra.
- Es mejor que tener que recoger basura por las calles, por ejemplo. Ésa fue la condena del hermano de Mindy Waller cuando lo arrestaron por conducir ebrio.
- Pero lo que yo hice no fue tan malo - se defendió Abbie -. El hermano de Mindy casi mata a una persona.
- Cierto, pero te atraparon. Trata de ver el lado positivo de la cuestión. Si trabajas en el Hogar de la Comunidad, puede que conozcas algunos pacientes interesantes.
La ira de Abbie se disipó con la misma espontaneidad con la que había aparecido. No tenía ningún sentido descargar sus sentimientos en su amiga. - No tendré tan buena suerte. Me tocó un hogar para ancianos. Se llama Lavender House. Tengo que empezar mañana.
- Mañana - se lamentó Jennifer -. Pero no puedes. Hay práctica en el campo de deportes y ya sabes a qué debes atenerte si faltas. La señorita Devoe dice que con dos ausentes quedas afuera. Y tú ya perdiste el entrenamiento del lunes.
Abbie se mordió el labio. Habría dado cualquier cosa por volver el tiempo atrás. Habría dado cualquier cosa a cambio de la oportunidad de revivir aquellos breves y nefastos momentos en Stoward's Department Store. ¿Por qué no habría convencido a Pru y a esos idiotas que tiene como amigos de que fueran a dar un paseo en lugar de hacerles caso con esa idea tan, pero tan estúpida? No había sido de ella la idea de robar los pendientes. Siempre tuvo la intención de dejar el dinero sobre el mostrador, pero como sabía que Silvia Hawkins la observaba y tuvo miedo de lo que pudiera decir, a lo único que atinó fue a guardarse los aros en el bolsillo. Y ahora estaba pagando las consecuencias. ¿El costo? Nada menos que el último año del colegio secundario.
- ¿Abbie, estás ahí?
- Sí, aún estoy en la línea - respondió. Carraspeó. - Me temo que tendré que renunciar a los
partidos. No tendré tiempo.
- ¿Tu padre no puede ayudar? - Continuó Jennifer, con evasivas-. Es abogado, ¿no?
Abbie tuvo deseos de reír, aunque la situación no era graciosa en absoluto. Creía que nunca más volvería a encontrar algo divertido en la vida.
- Él no puede hacer nada - mintió -. Está especializado en derecho societario. - Por más
furiosa que estuviera, jamás nadie le arrancaría la verdad sobre sus padres. De ninguna manera
admitiría, ni siquiera ante su mejor amiga, que su padre se había negado a mover un dedo para
ayudarla.
A pesar de sus lágrimas y ruegos, él sólo se limitó a mirarla a los ojos y decirle que esa vez tendría que asumir plena responsabilidad de sus actos. Por supuesto, después vino el sermón respecto de que a los diecisiete años ya no era una nena y que, si había cometido la estupidez de dejarse llevar por los actos y las opiniones de quienes se llamaban amigos, ahora tendría que pagar las consecuencias. Y la madre había hecho causa común con su marido
- Además, como ya te dije, la jueza quiso sentar un precedente conmigo.
Una vez más, Jennifer murmuró algo solidario pero Jean casi no la oyó. Sólo tenía presente el rostro de la jueza y la horrenda humillación que había vivido mientras estuvo en el estrado,
consciente de que la vergüenza no sólo había dañado su imagen sino también la de sus padres.
Las lágrimas acudieron nuevamente a sus ojos, parpadeó con furia para contenerlas. Ni loca lloraría otra vez. Por lo menos, hasta que no cortara la comunicación.
- ¿Eh? - preguntó, cuando se dio cuenta de que su amiga acababa de formularle una pregunta.
- Quiero saber dónde queda Lavender House.
-Oh, del otro lado de la ciudad. En Twin Oaks Boulevard.
- ¡Caramba, qué castigo! ¡Se nota que no han tenido piedad contigo! Bueno, no te olvides de trabar las puertas al cerrarlas - le aconsejó -. Oh, disculpa. Olvidaba que no podrás usar tu auto. Pero, sea como fuere que llegues allí, ten cuidado. Esa parte de la ciudad es de temer.
-¿A qué hora tienes que ir?
- A las cuatro en punto - contestó Abbie. Se le fue el alma a los pies. Se había ilusionado con la posibilidad de que Jennifer se hubiera ofrecido a llevarla. Demonios. - Espera un momento.
- Apartó el auricular de su oreja. Afuera se oía la voz de su madre que la llamaba desde abajo.
- Jen, mamá me reclama. Tengo que irme. Volveré a llamarte no bien termine de cenar, ¿de acuerdo?
- Ni te molestes. No estaré en casa, ¿recuerdas? Esta noche se reúne la comisión de decoraciones en casa de Terry. - La muchacha rió con cierta vergüenza. - Supongo que tú no
podrás ir ¿no?

Skinny Love |Levi Jones| Nate Parker|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora