30 de Septiembre
Querido Diario:
¡Caramba que he tenido suerte! Mamá y papá estaban tan emocionados por mi dedicación al servicio comunitario, que se deshicieron en atenciones para que yo no saliera esa noche. Sin
embargo, fue una situación bastante complicada. Me refiero a que yo no quería que Nate
pasara a buscarme por casa por temor a que se enterara que de que me habían arrestado.
Entonces, apelé a mi ingenio y, aunque tenga que caminar un poco, le pedí que me fuera a
buscar a la biblioteca ¡Qué tanto! De todas maneras, tengo que ir para devolver algunos libros.
Si hago un balance, la semana fue bastante buena. Papá no hizo más comentarios respecto de
sacarme de Lavender House, e incluso conseguí que él y mamá aceptaran ir a la exhibición del
catorce.
Levi sigue siendo un idiota total. No deja de molestarme, pero yo ya he llegado a un punto en el cual nada me importa. Ayer me llevó a rastras al jardín para que lo ayudara a dar
de comer a los pájaros.
El bolígrafo de Abbie se detuvo. Una sonrisa perezosa se dibujó en sus labios al recordar la
tarde del día anterior. Había llegado a Lavender House hecha un manojo de nervios. La jaqueca no la dejaba en paz. En Santa Ana, un viento seco y caliente que penetra hasta los huesos, soplaba sin piedad desde el desierto. Levi, que llevaba un estéreo portátil en una mano y una bolsa con migas de pan en la otra, se encontró con ella al pie de las escaleras, le ordenó que lo
siguiera y la llevó afuera.
― ¿Qué pasa? ― preguntó Abbie cuando salieron al patio.
― Vamos a dar de comer a los pájaros ― respondió él. Colocó un casete en el estéreo y le arrojó la bolsa con migas de pan. ― Te encantará, Princesa. Es una de las delicias de la vida.
Abbie le contesto con una mueca y él rió. La música de Mozart comenzó a flotar en el ambiente. Las hojas que el viento arrastraba creaban una danza peculiar, dibujando intrincados círculos en el jardín. Ella pensó que Levi había enloquecido. Sin embargo, accedió a todos sus pedidos.
Durante media hora escucharon música clásica y arrojaron migas de pan para los pájaros. El
viento no dejó de azotarlos en ningún momento. Las ramas del árbol y las hojas de la palmera
parecían seguir el compás que marcaba el estéreo de Levi.
Fue maravilloso, mágico. El mal humor y la jaqueca de Abbie desaparecieron. No pudo
determinar por qué había gozado tanto con aquella experiencia. Quizás fue porque era la primera vez que se tomaba el tiempo para contemplar a los pájaros o, quizás, porque el entusiasmo que Levi mostraba ante las cosas más simples de la vida parecía muy intenso. No lo sabía, pero tampoco le importaba. Lo único que sabía era que nunca volvería a sentir el
caluroso Santa Ana contra su piel sin pensar en lo bueno que era estar viva.
Miró el reloj. Hora de irse. Guardó el diario en el cajón de su mesa de noche. Se miró por
última vez en el espejo y decidió que los pantalones verde oliva, de corte tan sentador, que había
elegido y combinado con una blusa color marfil formaban un atuendo ideal. Esos tonos la favorecían y destacaban a la perfección su contorneada figura. Espera impresionar a Nate.
Una vez en la biblioteca, dejó los libros que debía devolver en el casillero correspondiente y
luego extrajo de su bolso un cepillo para el pelo, para retocarse el peinado. No bien lo devolvió
a su sitio, vio que Nate venía subiendo las escalinatas. Le sonrió con admiración al verla.
― Parece que te tomas los estudios muy en serio ― comenzó Abbie al ver la carpeta que llevaba
bajo el brazo.
― Solo quiero sacármelos de encima ― respondió ―. Odio tener cosas inconclusas dando
vueltas a mí alrededor.
― Sí ― coincidió ella. Le tomó la mano y entrelazaron los dedos. ― Yo también. Anoche me
quedé estudiando hasta que amaneció. Tengo un examen difícil el lunes. El auto esta allí.
Cruzaron la calle, en dirección a un Toyota rojo, de modelo antiguo. Nate sacó un manojo de llaves y abrió la puerta de Abbie.
― Como verás, ni se parece a un Rolls, pero nos llevará al cine.
Abbie ocupó su asiento y luego se estiró para destrabar la puerta de Nate. No le importaba qué auto manejaba, solo quería estar con él. Frunció el entrecejo. Se preguntaba si debía decírselo o no. Pero no quería presionar demasiado para que él no la creyera desesperada.
― Espero que te gusten estas películas ― comentó Nate, mientras giraba la llave para encender el motor ―. Son buenas reposiciones, pero estarán subtituladas. No te molesta leer, ¿verdad?
― ¿Los subtítulos? No.
― Bien. ― Sonrió. ― Alguna gente lo detesta. Mi madre por ejemplo.
A Abbie no se le ocurría ningún tema de conversación. Hablar de la escuela podía ser un error.
¿Qué podía interesarle a Nate de Landsdale High? No tenían amigos en común y, por lo tanto, era otro tema perdido. Tampoco quería hacerle preguntas personales, pues así le habría dado pie a que él también formulara las suyas y, en consecuencia, ella se vería obligada a seguir mintiendo. Demonios. Cómo se complicaban las cosas.
―¿Por qué no actúas con naturalidad? le indicó su conciencia.
No se atrevía. Ni loca le confesaría que estaba trabajando en Lavender House porque la habían
condenado a cumplir servicios comunitarios. Nate gustaba de ella. En verdad. Abbie no estaba preparada para arruinar la buena opción que se había formado sobre su persona. Todavía no. Tal
vez, después que se conocieran un poco más, podría arriesgarse. Pero no en ese momento.
― Estás muy callada esta noche ― observó Nate.
― Tú tampoco pareces un loro parlanchín ― acotó ella.
― Supongo que ambos estamos un poco tensos. ― La miró. ― Es nuestra primera salida. Es un plomo, ¿no?
― ¿Qué? ¿Salir conmigo?
― No. ―Volvió a mirarla. ― No quise decir eso.
Abbie se rió.
― Lo sé. Pero esta no es nuestra primera salida. Ya fuimos juntos a la biblioteca y a cenar.
― Eso no vale porque era de día. Ahora supongo que tendré que cumplir con todos los rituales.
¿Le gustará la película? ¿Esperará que me despida de ella con un beso? Tú sabes, todo lo que
implica estar con alguien que te gusta.
Abbie se quedó mirando su perfil por un momento y luego se echó a reír a carcajadas. ¡Qué suerte! Nate acababa de confesar que estaba tan nervioso como ella.
― Creo que tienes razón. Las primeras citas son un plomo. Entonces, ¿qué tal si hacemos de
cuenta que ya hemos pasado por esto miles de veces y dejamos de preocuparnos?
― Genial ― respondió él, con una sonrisa de oreja a oreja.
La tensión desapareció y charlaron con espontaneidad hasta el Art Cinema. Para su propio
asombro, Abbie quedo fascinada con las películas.
Eran más de las once cuando salieron del cine. Entre bostezos, se recostó contra el respaldo
del asiento del auto y observó a Nate de reojo.
― Las películas fueron maravillosas.
Nate dobló la esquina y se detuvo en una luz roja.
― A mí también me gustaron. ¿Estás ocupada mañana?
Abbie deseaba volver a verlo con desesperación, pero tampoco quería abusar de su buena suerte.
Sus padres no le permitirían salir dos días seguidos.
― Tengo que estudiar.
Nate frunció el entrecejo decepcionado.
― Yo también tendría que estudiar ― murmuró ―. Pero prefiero pasar el día contigo.
― Pensaba estudiar en la biblioteca.
Nate echó una mirada de reojo en dirección a ella.
― Qué casualidad, yo también iba a estudiar allí. -Extendió el brazo y encendió la radio. Se oyó
una música suave, Abbie cerró los ojos.
Ninguno de los dos sintió la necesidad de hablar. Pero, en esa oportunidad, el silencio no fue
algo agobiante ni tenso sino sereno y muy, muy natural.
― Abre los ojos, Bella Durmiente ― le dijo Nate veinte minutos después ―. Casi llegamos a casa.
Abbie parpadeo sorprendida. Se había relajado a tal punto que se quedó dormida.
― Oh, Dios, lo siento. No fue mi intención quedarme dormida.
― No te preocupes. Solo indícame cómo llegar a tu casa ― sugirió.
― Deje mi auto en la biblioteca.
Nate la miró sin entender nada, pero no dijo ni una palabra.
― Es ese pequeño, blanco, que está allí. ― Señaló el vehículo estacionado justo debajo del
semáforo, junto a las escalinatas de la biblioteca.
Nate estacionó detrás. Apagó el motor y se volvió hacia ella. Por un largo rato, se limitó a
mirarla. Abbie habría sido capaz de donar seis meses de su mensualidad con tal de saber en qué pensaba.
― Está noche la pasé muy bien ― murmuró ella.
― Yo también ― dijo él en voz baja ―. Abbie, me gustas mucho.
― Tú también me gustas mucho. ― Tenía la sensación que él quería llegar a algo.
― Pero no quiero iniciar una relación si existe un problema.
Azorada, lo miró fijo.
― No hay problema, Nate. No sé a qué te refieres.
― De acuerdo. Lo diré con todas las letras. ¿Existe alguna razón por la que no quieras que yo sepa dónde vives o que conozca a tus padres? Mañana será la tercera vez que nos vemos y no
tengo ni la más remota idea de cuál es tu dirección...
― Nate, esto es una locura. Tuve que ir en mi auto hasta la biblioteca ― protestó ―. Vivo en
246 Hollander Road.
― ¿Estás segura que no hay otra cuestión?
― Por supuesto que estoy segura. ¿Qué otra cosa podría ser?
Nate tamborileó los dedos sobre el volante y clavo la vista en el parabrisas.
― No lo sé. Tal vez no quieres que tus padres me vean. Todo es como era en un principio con Gina. Cuando empezamos a salir, siempre tenía que pasar a buscarla lejos de su casa. Un día por fin me animé a preguntárselo de frente y ella confesó que yo no pertenecía a la clase de chico con los que solía salir. Las niñas bien como ella no salen con trabajadores como yo, que huelen a aceite de cocina y grasa de hamburguesa.
― Pero creí que me habías dicho que Gina te uso como herramienta para rebelarse frente a sus
padres.
― Y así fue, pero al comienzo jugó sucio y con premeditación conmigo. Se negaba que la
acompañara a los sitios donde pudiera verme sus amigos ricos y tampoco quería conocer a mi
madre. ― Meneó la cabeza y sonrió con cinismo. ― Que idiota fui. Tardé semanas en darme cuenta de lo que pasaba. Mira no es mi intención presionarte de ninguna manera para que tomes
una decisión, pero quiero ser claro desde ahora. No me avergüenzo del lugar del que prevengo
ni de lo que soy. Si esto es un inconveniente para ti, será mejor que dejemos de vernos antes de
que alguno de los dos resulte herido.
Abbie se acercó y le tocó el brazo.
― Nate, yo quiero seguir viéndote. Créeme que tu forma de vida no es un problema para mí.
Me pareces maravilloso. Eres inteligente, mantienes a tu madre, trabajas mucho y pienso que
eres muy buen mozo.
El joven se volvió hacia ella con una sonrisa a flor de labios.
― De acuerdo, ¿pero habrá problemas para con tus padres? ― Le rodeó la cintura con el brazo
mientras hablaba.
― No, a mis padres los dejaras encantados ― respondió Abbie. Y era verdad. Sus progenitores,
que provenían de clase humilde, respetaban el esfuerzo del trabajo intenso y la educación más
que ninguna otra cosa en el mundo.
Nate la atrajo hacia sí y le rozó la boca con la suya. El corazón de Abbie parecía estar por
estallar, su presión sanguínea había alcanzado el límite máximo. Él se echó hacia atrás, la miró a
los ojos y luego profundizó el beso. Un momento después la soltó y le abrió la puerta.
― Vamos ― le ordenó, sacándola del auto casi a la rastra ―. Sube a tu auto. ¿Prefieres que te
siga hasta tu casa?
Abbie que aun seguía mareada por el beso no podía pensar con rapidez.
― Eh... ― Quiso negarse, pero luego cambió de opinión ― Sí, me gustaría.
Durante las dos semanas siguientes, tuvo la sensación de ir caminando sobre una cuerda floja.
Continuo viendo a Nate tan a menudo como pudo, y de alguna manera se las arregló para
convencerlo de que no se sentía avergonzada de él ni sus orígenes. Tarea peligrosa, pensó,
mientras miraba por la ventana del bar.
El Santa Ana había dejado de soplar hacía bastante ya, llevándose consigo los últimos días de verano. Caía una lluvia helada y copiosa, que salpicaba los paneles de vidrio y salpicaba las
calles.
― ¿Quieres otras Coca? ― preguntó él.
― No. Tengo que ir al hogar. ― Empezó a cargar su mochila.
― Abbie, ¿Por qué no vienes en tú auto?
Se encogió de hombros. Había estado esperando que le hiciera esa pregunta durante mucho
tiempo y, por lo tanto, tenía una respuesta preparada.
― Es más barato tomar el autobús. La nafta cuesta dinero.
― Cierto. A pesar de que el auto es de mi madre, yo pago mi parte de la nafta porque lo uso mucho. ¡Y vaya que consume ese desgraciado! ― Comentó ― ¿Están listos para mañana a la
noche?
Abbie asintió e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la ventana.
― Si. Espero que el tiempo nos acompañe. Me daría mucha rabia saber que la gente no viene a
la exhibición sólo por la lluvia.
― No te preocupes. Habrá mucha gente ― la tranquilizó ― hasta mi madre asistirá.
Abbie sonrió. Le gustaba el modo en que Nate hablaba de su madre. Eileen le había dicho una vez que uno puede darse cuenta de lo que siente un hombre por las mujeres al ver como
trata a su propia madre. Ojala la teoría fuera cierta.
― Mis padres también irán ― acotó, se volvió para sonreírle. ― Estoy ansiosa por resentártelos.
― Lo mismo digo ― dijo él en voz baja. Dejó de mirarla al ver que la puerta se abría y entraba
un cliente, forcejeando con su paraguas. Abbie decidió que era mejor irse.
Llegó al hogar echa sopa y agotada. Polly estaba en el escritorio de la recepción.
― Hola niña, ¿Cómo estas? Santo Dios, está lloviendo a mares allí afuera.
― Hola Polly. Ojala que mañana pare para la exhibición. ― Dejó su mochila y el paraguas en
el suelo y comenzó a desabrocharse la chaqueta.― ¿Cuáles son mis actividades para hoy?
― Ninguna ― Polly rió ― Lo creas o no, todo está tan limpio que pudiéramos comer del piso
si quisiéramos. La señota Thomas prohibió la entrada a la cocina, sin excepciones, porque está
preparando algo especial para mañana, y la señora Drake está durmiendo una siesta arriba.
― ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo?
― Déjate la chaqueta puesta y sube ― la voz de Levi se oyó por la escalera.
Con suspicacia Abbie alzó la mirada.
Polly volvió a reír.
― Oh, no te pongas paranoica. Sube de una vez fíjate qué quiere.
Abbie bufó.
― Uf, la última vez que le hice caso me convenció de de que jugara una partida de póquer y
perdí dos semanas de mi mensualidad.
― Anda, gallina, te prometo que no habrá partidas de póquer ― gritó Levi desde arriba.
― Está bien. Déjame guardar mis cosas, primero.
Se apresuró a colocar el paraguas y la mochila en su lugar. La relación que mantenía con ese
muchacho era extraña. Muy extraña. Él seguía llamándola Princesa y volviéndola loca, pero de todas maneras ella le brindaba lo mejor de si, y, además, notó que cada vez que llegaba a su
lugar se trabajo, Levi se las ingeniaba para merodear por la entrada. Mientras subía las
escaleras, una sonrisa cautelosa se dibujaba en sus labios. Rayos. Incluso llegó al punto de venir
un domingo a traerle otra caja de libros y galletas caseras con trocitos de chocolate. Lo único
que no le confesó era que se había quedado media noche del sábado en vela, horneándole las
malditas galletas. No quería que se agrandara demasiado. Entre el hogar, Nate, su tarea, la
escuela y Levi, podía decirse que había olvidado los rostros de sus viejos amigos.
― Vamos, sal tú primero ― bramó Levi.
― ¡Oye! ¿A qué viene tanta prisa? ― protestó ella ―. No tenemos que ir a ninguna parte.
― Por supuesto que si ― la corrigió. Le sonreía con picardía mientras subía los últimos
escalones. ― Tal vez pare.
― ¿Qué cosa tal vez pare?
― La lluvia.
― Levi ― le dijo con paciencia, siempre siguiéndolo ―. Otra vez te equivocas.
Necesitamos que pare. Mañana a la noche habrá una exposición y serie muy triste que a
nuestros adinerados visitantes se les mojaran las chequeras, ¿no crees?
El río y abrió una puerta estrecha que había al final del corredor.
― No te preocupes, Princesa. Con solo mirarme a mí y a los otros patéticos habitantes de este
―rejunte, el dinero correrá como pan caliente.
Abbie quedó boquiabierta, pero como era imposible ver su rostro, no pudo determinar si estaba
bromeando o no. Ya había empezado a subir algunos escalones.
― Vamos, tortuga. Te lo vas a perder.
― ¿Qué? ― preguntó, mientras escalaba los peldaños que daban al ático. Levi estaba de
buen humor ese día. Lo de patéticos habitantes había sido un claro ejemplo.
Se puso de pie junto a una ventana, dándole la espalda. Sin decir una palabra, le hizo un gesto para que se acercara.
― Ven. Mira.
Abbie obedeció. Comenzó a mirar por la ventana, y desde lo alto del edificio de cuatro pisos
había una vista fabulosa. O habría sido fabulosa si no hubiera estado sumida en las sombras.
― ¿Qué?
― Twin Oaks Boulevard ― murmuró ―. Vamos, mira a fondo. Observa cuanto neón hay allí
abajo.
― Si, veo.
― Ahora mira la calle. ¿Ves como los colores se separan, se reúnen y se reflejan en una decena
de formas diferentes? ― agregó Levi.
Abbie apoyó la cabeza en la ventana, tocando el vidrio con la nariz para concentrarse en la
calle. Desde el hogar hacia el sur, había unos seis letreros luminosos. El rojo furioso de
Hanrahan's Bar and Grill, el amarillo estridente de Ernestine's Checks Cashed, el de rayas
azules y blancas de The All Night, All Right Quick Mart, y el verde brillante de Chinese
Restaurant, todos se confundían sobre la calle mojada en una masa de flotantes corrientes
policromas.
Abbie observaba cada vez con mayor interés; no podía creer que nunca hubiera
reparado en lo bello que era el reflejo del neón en la lluvia.
― Es maravilloso ― comentó ―. Convierte una calle insulsa en algo mágico... ― Se interrumpió por temor a seguir adelante con una cursilería. Pero Levi no se rió.
Robó una mirada en dirección a el y notó que también contemplaba la calle. Tenía un brillo especial en los ojos y una sonrisa en los labios. A la tenue luz del ático,Abbie observó cuan delgado estaba su rostro: la piel parecía estirada al máximo sobre los huesos, y tenía la boca
quebrada en líneas de dolor.
― Levi ― susurró ―, ¿te sientes bien?
― No ― admitió. No se volvió para mirarla. Por suerte. ― Nunca más volveré a sentirme bien.
― Sería mejor que te acostaras y descansaras. ― Parpadeó muy rápido para contener las
lágrimas que se habían acumulado en sus ojos.
― Todavía no ― afirmó con vehemencia, aunque no levantó el tono de voz ―. Esta puede ser
la última vez. Quiero verlo todo, grabármelo en la mente para no olvidarlo jamás.
Abbie sabía a que se refería. Se mordió el labio, se volvió y siguió mirando por la ventana. Una
lágrima rodó por su mejilla. La dejó caer. Demonios. Levi pensaba que seria la última vez
que vería llover. Trató de olvidarse de eso y tragó saliva. No permitiría que fuera testigo de su
llanto, de lo mal que se sentía por él. No le gustaría su compasión.
― Oye, Princesa ― murmuró a su oído ―, no dejes que todo esto te afecte. No te traje aquí arriba para hacerte llorar. Solo necesitaba a alguien para compartir esta belleza. Nada más.
Con un ademán rápido, se secó otra lágrima.
― ¿Aunque ese alguien fuera yo? ― Trató de provocarlo para que le contestara algo grosero o
gracioso, que la hiciera enojar o reír.
Pero Levi lo echó todo a perder.
Le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia si. Abbie rompió en un llanto desconsolado
y no habría podido detenerse aunque la hubieran amenazado de muerte con un revolver en la
cabeza. Los sollozos que nacían en lo más profundo de su alma estallaban en el silencio de la
sala. Levi la hizo dar vuelta y la cobijó en su pecho. No trató de serenarla, ni tampoco murmuró
trivialidades sin sentido sobre que todo saldría bien y esas cosas. Simplemente, la dejó llorar.
Por fin, la tormenta pasó. Muy avergonzada, Abbie se apartó de él y se miró los zapatos.
― Lo siento ― masculló ―. No sé que me pasó.
Levi le tomó la mano.
― Bajemos a mi cuarto ― dijo ―. Creo que tenemos que hablar.
No agregó una sola palabra más hasta que no estuvieron en el santuario de su habitación, a
puertas cerradas.
― Toma asiento, Princesa.
― Levi ― empezó ella ―, mira, no fue mi intención actuar como una tonta allí arriba, pero...
pero...
― Solo ahora lo asumes, ¿no?
Muda, asintió. Por fin lo asumía: Levi iba a morir. Ya no estaría allí para agraviarla,
molestarla o debatir con ella, ni mostrarle cosas maravillosas en las que nunca había reparado. Y
maldita sea, ¡cuánto lo echaría de menos!
― Si, supongo que si.
Le sonrió.
― Antes a mi me afectaba del mismo modo.
― ¿Antes?
― Claro. La primera vez que me dieron el diagnostico, no hacia mas que pensar que se trataba
de una pesadilla, que un día despertaría y descubriría que todo estaba bien. ― Se acerco a ella y
se sentó a su lado, en la cama. ― Pero las cosas no son así, Princesa. Y aunque no lo creas, una vez que lo aceptas te resulta una situación mucho más fácil de manejar.
― ¿Pero como puedes aceptarlo? ― De pronto se sintió presa de ira. Contra él, contra el
universo, contra la vida, contra todo. ― Eres tan talentoso. Tienes tanto para dar. ¡Un artista
brillante! Con tu inteligencia podrías contribuir mucho en este mundo.
― ¿Quieres decir por qué me tocó a mi y no a un cabeza hueca que no tiene nada para ofrecer?
― Parecía divertido.
― A eso mismo me refiero ― gruño Abbie ―. Me parece que hay mucha gente despreciable,
egoísta hasta decir basta, que no hace otra cosa en este mundo más que ocupar espacio. Algunos
viven hasta los cien años y su único aporte es el dolor y la miseria...
Levi detuvo el torbellino de palabras colocándole un dedo sobre los labios.
― Basta, Princesa. Una de las cosas que he aprendido es que ninguno de nosotros tiene derecho
a juzgar al otro por lo que aporta al mundo. ― Sacó el dedo, se acercó a ella y la besó.
Levi se quedó perpleja. Correspondió el beso.
Se separaron y permanecieron mirándose uno al otro. Fue el quien rompió primero el silencio.
― No debí hacer eso ― dijo el ―. Pero hacia mucho que quería besarte. Desde la primera vez
que te vi.
― Yo estoy saliendo con alguien, por decirlo de algún modo ― admitió Abbie de mala gana ―
y no debí corresponderte el beso.
― No te asustes, Princesa. Sólo fue un beso de amigos.
― ¿Todavía piensas en tu novia? ― No término de hacer la pregunta, que ya se había
arrepentido.
Pero, al parecer, a Levi no le importó la pregunta.
― ¿En Connie? Claro que si. Estaba loco por ella.
― ¿Cómo pudo hacerte esto, Levi? ― Cerró los puños con fuerza. ― ¿Cómo pudo volver la
espalda a un chico que está...?
― ¿Muriéndose? ― concluyó por ella
Abbie clavó la vista en el piso, avergonzada por su estallido. No era un asunto de ella. No tenía
derecho a hurgar en su pasado, que, por cierto, habría sido una experiencia dolorosa, amarga.
Un plantón es desagradable de por si cuando estamos sanos; ¡ni que hablar cuando la muerte
está llamándonos a la puerta!
― Disculpa
― No tienes por qué disculparte. Me gustaría hablarte de ella. Cuando dejó de venir a
visitarme, ya nadie se atrevió a mencionármela. ― Suspiró. ― Supongo que fue para no quedar
como unos groseros frente a mí. Pero la verdad es que, al no poder hablar más de ella, me sentía
un desgraciado. Fue como si jamás hubiéramos existido como pareja. Yo quiero hablar de
Connie. Entiendo por qué dejó de venir. No pudo soportarlo.
― ¿Qué ella no pudo soportarlo? ― repitió Abbie, incrédula ―. ¿Y tu, entonces? Tú la
necesitabas.
― Cuando la necesité, estuvo. ― La defendió con ternura
Abbie sintió una extraña emoción que le desgarraba las entrañas. Pero ni ella pudo comprender
por completo la sensación.
― Connie no es una mala persona ― continuó el ―, me quería de verdad. Cuando mi madre
murió, ella estuvo a mi lado. Tampoco me abandonó cuando me dieron el diagnostico y tuve
que pasar por esos horrendos tratamientos, que no sirvieron para otra cosa que para enfermarme
más, y también estuvo a mi lado cuando supe que tenia que internarme aquí.
― Pero ahora no está ― murmuró Abbie.
― No pudo aguantar más ― dijo. No había amargura ni ira en su voz. Solo resignación. ― La
última vez que la vi me confesó que no podía soportar verme morir. Y yo acepté lo que pasaría.
No pudo. Pobre Connie. Ya había soportado demasiado, por eso le dije que no era necesario que
siguiera adelante.
Abbie no lo entendía.
Levi sonrió, estiró las piernas sobre la cama y apoyó la cabeza contra el respaldo.
― Tu turno. Háblame de tu novio.
― Podrás conocerlo mañana por la noche. Trabaja en el bar de la esquina y vendrá a la exhibición.
― ¿Te refieres a Nate?
― ¿Lo conoces?
― Claro. A veces trae pasteles o tartas del restaurante. Es muy agradable. Y un excelente
jugador de póquer. ― Meneó la cabeza. ― Vaya, cuesta creerlo. Tu y un tipo como Nate...
― ¿Qué quieres decir con eso?
― Que pertenecen a mundos distintos, nada más.
Abbie revoleó los ojos.
― Muchas parejas pertenecen a mundos diferentes. Eso no implica que no puedan tener una
relación.
― Oye, no hace falta que estés a la defensiva. No quise decir que dabas romper con él ni nada
por el estilo. No empezarás a lagrimear otra vez, ¿no?
― No ― refunfuñó ella ―. No voy a empezar a lagrimear otra vez, como dices tú con tanta
delicadeza.
― Bien. Cuéntame, entonces. ¿Cuánto hace que salen?
― Nos conocimos cuando yo empecé a trabajar aquí.
― ¿Se lo presentaste a tus padres?
― Bueno, no... ― Se interrumpió al ver la mirada compasiva de Levi. ― Pero tampoco es por lo que estás pensando.
― ¿Cómo sabes en qué estoy pensando? ― preguntó solapadamente ―. Dudo que seas
adivina.
― No hace falta ser adivina para entender ese tipo de miradas socarronas ― espetó Abbie,
aunque en realidad no sabía lo que el había querido decirle ―. La única razón por la que no se
los presenté es que no quiero que se entere que fui arrestada. Mis padres se lo dirían, sin duda.
Levi se sorprendió.
― Es una broma, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
― Ojalá. La verdad es que, con este asunto estoy con el agua hasta el cuello y no sé cómo salir.
― Necesitaba su consejo. Se dio cuenta de que confiaba más en él que en cualquier otro amigo
que hubiera tenido. Ignoraba cómo sabía que podía confiar en él, no era algo sencillo de
determinar, pero estaba absolutamente convencida de que Levi era un amigo con todas las de
la ley y que jamás traicionaría su confianza.
Entonces, le contó todo.
Abbie escuchó con atención, su rostro impasivo mientras ella se confesaba. Nunca se le
cruzó por la mente que él tenia problemas mucho más graves que los de ella. Tenía la sensación
de que la habría matado si se callaba ahora. El escuchar sus problemas los ponía a ambos a la
misma altura. Eran amigos y los amigos comparten tanto las buenas como las malas.
― Déjame ver si entendí bien ― dijo el cuando Abbie terminó ―. Nate cree que estás trabajando aquí por generosidad. ¿Verdad?
― Verdad.
― Y mañana a la noche conocerá a tus padres.
― Correcto. Y me aterra la idea de que destapen la olla sin querer.
― ¿Qué ellos la destapen? ― señaló Levi, incrédulo ―. ¿Estás loca? Tendrías demasiada suerte si alguien de Lavender House no descubre todo. Ya sabes que no nos sobran las voluntarias. Es muy factible que Polly o la señora Thomas digan que esperan que el
Departamento de Libertad Condicional mande a un ejército más como tú.
Abbie gimió.
― No había pensado en eso. ¡Oh, Dos! ¿Qué voy a hacer?
― Bueno, yo no soy muy buen consejero.
La chica resopló.
― Pero ― continuó él ―, por tratarse de ti haré una excepción.
― Oh, qué deferencia de su parte. Oh, señor, Genio de todos los Genios, le ruego que me diga
qué debe hacer esta humilde mortal para salvar su pellejo en esta situación.
Levi sonrió mostrando todos sus dientes.
― Nate debe enterarse de la verdad por ti.
ESTÁS LEYENDO
Skinny Love |Levi Jones| Nate Parker|
FanfictionQuerido diario: ¿Por qué la vida es tan difícil? Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda...