27 de Octubre
Querido Diario:
La vida es trágica. Nate no llamó. Creo que me odia. Tal vez Levi tenía razón: si me hubiera querido de verdad, me habría dado una oportunidad. Una parte de mí quiere llamarlo, pero tengo miedo. Me colgaría el teléfono. Supongo que me asusta enfrentarlo. Ya sé, ya sé.
Estoy actuando como una idiota. Después de todo, sólo hemos salido unas pocas veces. Pero eso no importa. Todavía tengo la sensación de que hay un inmenso vacío en mi ser. Lo veía todos los días y hablaba por teléfono casi todas las noches. Lo echo mucho de menos. Y todavía sigo furiosa con Levi. Ojalá yo fuera una persona mejor, pero no lo soy. Aunque, si Levi no
me hubiera convencido de que le confesara toda la verdad, Nate todavía seria mi novio. Lo curioso es que mis padres quedaron tan asombrados por las maravillas que todos hablaron de mí en la exhibición, que me han levantado la pena. Hasta me permiten usar el auto los fines de semana. Lástima que ya no tengo a dónde ir.Abbie cerró el diario y miró el teléfono silencioso. Por milésima vez tomó el auricular, dudó, y lo volvió a su sitio. ¿Qué sentido tenía? Nate no quería hablar con ella. Habían pasado dos semanas desde la ruptura. Las semanas más eternas y desgraciadas de toda su vida. No podía comer, no podía dormir, no lograba concentrarse en su tarea. En resumen, no podía hacer otra cosa que no fuera deprimirse y rogar para que sonara el maldito teléfono.
De pronto, sonó. Se quedó mirándolo como una estúpida durante un momento y luego se abalanzó hacia el aparato, con la esperanza de que fuera Nate.
- Hola. - Se oyó el ―clic característico de cuando cortan la comunicación a propósito. -¡Caramba! - protestó -. Seguro que era número equivocado.
Se levantó de la cama, se puso los zapatos y tomó su mochila. Tenía un examen de francés; de todas maneras, le importaba un rábano si lo aprobaba o no.
La escuela fue un plomo total. Las horas no pasaban nunca. Gracias a sus excelentes hábitos de estudio, con dar una simple lectura a las cosas logró que sus calificaciones no bajaran demasiado. Cuando sonó el timbre de salida, Abbie entregó su hoja de examen y Salió del aula sin perder tiempo. Jennifer se encontró con ella en el pasillo.
- Hola - la saludó con una amplia sonrisa - ¿Dónde has estado últimamente?
- Donde siempre - respondió Abbie -. Trabajando en el hogar y estudiando. ¿Y tú? - Lo último que le faltaba era un interrogatorio de Jennifer. Otra curiosidad: pensar que un par de meses atrás habría hecho arder las líneas telefónicas contándole todos sus problemas a su amiga. Pero, por alguna razón, no lograba confiar en nadie lo sucedido con Nate. Excepto a Levi, claro. Pero sólo porque él era el responsable de todo y bien se merecía aguantarla llorando y protestando.
Jennifer la acompaño por el pasillo, rumbo a los armarios.
- Oh, lo de siempre. Las prácticas en el campo de deportes y el colegio, Ah, también he estado saliendo con Todd, por supuesto.
- Qué bien. - Para ser honesta, le habría dado lo mismo que Jennifer saliera con Todd o con Freddy Krueger. Sonrió de mala gana al imaginar el cuadro. Pensándolo bien, habrían hecho buena pareja. Todd es un chico maravilloso.
- ¿Todavía sales con Nate Parker? - preguntó Jennifer, tratando de aparentar indiferencia.
Pero a Abbie no la engañó ni un segundo. Sabía qué significaba ese tono.
- ¿Por qué lo preguntas?
Jennifer se encogió de hombros.
- Por saber, nada más. ¿Sabes qué casualidad? Estaba hablando con Ruby y al pasar le mencioné a Nate. Resulta que le conoce. Comparten algunas clases en Landsdale JC.
Ruby era la hermana mayor de Jennifer. Sabía que lo próximo que dijera le caería de lo peor.
Su amiga parecía salirse de la vaina por darle la mala noticia de una vez.
- Y Ruby dijo que vio a Nate el sábado por la noche en el cine, con una rubia
despampanante. Yo me quedé helada. Quiero decir que, como sabía que entre tú y él...
Fue como un puñetazo en la boca del estómago para Abbie, pero ni loca lo habría demostrado.
Sin embargo, nunca más iba a mentir. Las mentiras duelen. Por mucho que la hiriera en su orgullo, ya no volvería a fingir.
- Entre Nate y yo ya no hay nada - admitió -. Es libre para salir con quien le guste. No nos vemos más.
- Oh. - Jennifer simuló una expresión de asombro. - Entiendo.
- Sí. - Abbie sonrió. - Seguro.
El trayecto en autobús a Lavender House fue una agonía. Abbie se quedó sentada en su lugar como una estatua, sin parpadear ni una sola vez por temor a romper en llanto. Se bajó cuando llegó a la parada y ni siquiera miró en dirección al bar. ¿De qué le habría servido? Nate ya tenía otra novia. Idiota.
Miró al cielo y frunció el entrecejo. Unos negros nubarrones provenían del oeste y su ominoso aspecto amenazaba con lluvia antes que ella terminara su turno.
Abbie enjuagó hasta la última gota del producto de limpieza que quedaba en el lavado y retorció el lienzo.
- ¿Por qué demonios te demoras tanto? - preguntó Levi. Estaba recostado en la cama, observándola, pues había dejado la puerta del baño abierta. - ¿Un año para limpiar el lavado?
- Deja ya de quejarte - rezongó Abbie, de tan mal humor como él -. ¿Quieres que te mate los gérmenes o no?
- No te lo pedí. - Tosió. - Los gérmenes también tienen derecho a vivir.
- Muy bien- estalló Abbie y arrojó su lienzo para la limpieza sobre el carro -. ¿Qué pasa?
Desde que entré no has hecho otra cosa que fastidiarme. ¿Cuál es el problema?
Levi se recostó contra las almohadas.
- Ninguno. Sólo quería hablar.
- ¿Sobre? - Se quitó los guantes de goma.
- Sobre la razón por la cual estás tan furiosa conmigo.
- No estoy enojada contigo - le aclaró. Mentira. Sabía que estaba disgustada con él. Estuvo furiosa durante las dos últimas semanas. Desde aquella noche en la que, siguiendo su ―sabio consejo, había confesado a Nate toda la verdad.
- Deja de fingir. - Se rió. - Estás enojada. Tratas de tragarte la rabia sólo porque no quieres pelear con un moribundo.
Abbie alzó el mentón y lo miró a los ojos.
- Está bien, estoy un poco molesta contigo. Ya está. ¿Te sientes mejor ahora que te lo he dicho con todas las letras?
- Lo que me haría sentir mejor es recuperar a la vieja Abbie - refunfuñó -. En los últimos quince días has estado moqueando por los rincones y dando rienda suelta a tus caprichos. Y ya estoy harto de todo ese teatro.
- Oh, te pido mil disculpas por tener sentimientos - bramó ella. Tomó el carro y lo empujó hacia la puerta. - Me iré con mi cara larga a otra parte para no ofender a Su Alteza.
Qué ganas habría tenido de culminar su salida con un buen portazo, pero no quiso despertar a Jamie; sabía que estaba durmiendo. La ira la condujo por el corredor y hasta la planta alta, donde se encontraba el armario de la limpieza. Guardó todos los artículos en su interior y cerró la puerta. Pero cuando estaba llegando a las escaleras no pudo soportarlo más. El sentimiento de culpa, horrendo como una serpiente venenosa, se había enroscado en su estómago y le provocaba náuseas. Levi significaba demasiado para ella. No podía dejar así las cosas. Dio media vuelta y marchó nuevamente hacia su cuarto.
- De acuerdo - capituló, ignorando la sonrisa satisfecha de su amigo -, hablemos.
- No pudiste aguantar, ¿verdad? - Palmeó la cama y ella se sentó.
- Oh, borra esa risita estúpida de tu cara, ¿quieres? Ya estoy aquí. No quise irme sabiendo que estábamos disgustados. - Notó la mueca de dolor de su amigo cuando el colchón cedió por el peso de su cuerpo.
Superando el momento de sufrimientos, extendió la mano y tomó la de ella.
- No estoy sonriendo, Abbie - susurró -. Tengo miedo. No quiero perderte. No ahora.
La muchacha sintió un nudo en la garganta, pero se lo tragó. Se sentía como un gusano.
- No vas a perderme - le aseguró, aún con tono gruñón -. Simple y sencillamente, seguirás
haciendo lo que has hecho toda la vida: sacarme de las casillas.
- Dime por qué estabas tan enojada. - Le acarició la mano.
Ella se encogió de hombros.
- No lo sé. Supongo que necesitaba a alguien para echarle la culpa.
- Y yo era un blanco perfecto, ¿no?
- Sí.
- Pero ahí no termina todo - aventuró -. Hay algo que te perturba y quiero saber qué es.
- No seas tonto. - Ni loca habría reconocido ante él qué era lo que más le molestaba de todo
ese episodio. - Por mucho que deteste reconocerlo, tú me diste un buen consejo. Tenías razón.
Una relación que se basa en una mentira no puede durar. Supongo que te culpé a ti cuando lo descubrí. Nate no lo tomó para nada bien. Estaba tan... tan...
- ¿Herido?
- Irracional - lo corrigió Abbie. Bajó la vista y la fijó en el acolchado. Pero está bien. Si me hubiera querido de verdad, por lo menos habría intentado comprender. Te pido disculpas por haberme descargado contigo. Pero, tal como tú mismo lo has dicho, necesitaba alguien a quien culpar y tú fuiste el blanco perfecto.
Levi extendió la mano y le levantó el mentón, obligándola a mirarlo. La miró con
resolución, sus ojos parecían llamas en aquel rostro delgado.
- Pero empezaste a dudar, ¿verdad? A dudar de mis verdaderas razones para convencerte de que hablaras con él. ¿Pensaste en una segunda intención de mi parte, quizás?
- No seas tonto. - Trató de desviar la mirada, pero él no le soltaba el mentón. - ¿Qué otra razón pudiste haber tenido?
Levi sonrió con tristeza y Abbie sintió una repentina desesperación por que él se callara la boca, por no escuchar esas palabras de sus labios.
- Por favor - suplicó y echó la cabeza hacia atrás. Volvió a moverse en la cama. -Olvidemos esta conversación. Ahora las cosas se han encarrilado...
- Mentira - se opuso él -. No eres estúpida y supongo que sabes qué es lo que siento por ti.
Se quedó helada.
- Somos amigos.
- ¿Amigos? - Levi rió sin ganas. - Claro que somos amigos, pero cualquiera que tenga dos dedos de frente se daría cuenta de que me he enamorado de ti.
Y finalmente se oyeron las palabras. Las mismas que ella sospechaba que le partirían el corazón en mil pedazos.
- Pero te juro, Abbie- continuó en un murmullo, mirando ahora hacia la ventana y la oscuridad -, que no te convencía de que hablaras con Nate porque tuve ilusiones de que alguna vez pudiera existir algo entre nosotros. Es demasiado tarde para eso. No soy tonto. Me queda muy poco tiempo.
- ¡Ni lo menciones!
- ¿Por qué no? Es la verdad. Créeme, por mucho que me doliera saber que querías de verdad a ese tipo, jamás habría sido tan tonto como para creer que, si él te daba la espalda, vendrías corriendo a mi lado. Mis sentimientos por ti son demasiado profundos para caer en semejante bajeza. Además, Nate es un chico decente. Prefiero que estés con él y no con uno de esos snobs arrogantes que viven en la parte de la ciudad de la que provienes.
Abbie no sabía que decir. En el inesperado silencio, oyó los ruidos del tráfico que se confundían con el canto de los pájaros que se filtraba por la ventana entornada.
- Di algo - susurró Levi por fin -. Dime que me crees. Dime que no me consideras un cretino egoísta que arruinó tu vida amorosa porque te quería toda para mí.
- No eres un cretino egoísta, Levi - confirmó.
- Te lo agradezco mucho. - Suspiró. - Pero no debí confesarte mis sentimientos. No querías oírlos.
- No sé qué decir - murmuró, pero de pronto lo supo. Con gran asombro de su parte, descubrió en un segundo por qué Levi siempre había tenido sobre ella mucha más influencia que cualquier otra persona.
- No digas nada - concedió él -. No tiene sentido.
Claro que lo tenía, pensó Abbie. Levi merecía saber la verdad. Ella se lo debía.
- Claro que lo tiene - se opuso. Inspiró profundamente. - Estás en lo cierto. Sospeché que tuvieras segundas intenciones. Me preguntaba si no te habías enamorado de mí, porque la verdad es que me parece que yo también estoy un poco enamorada de ti.
Levi se quedó petrificado.
Si el tema en cuestión no hubiera sido los sentimientos del uno por el otro, Abbie habría soltado una carcajada al verlo con la boca abierta. Aquellos sentimientos que la confundían, que la torturaban, que la mantenían despierta toda la noche tratando de determinar qué clase de persona era en realidad.
- Pero eso es imposible... - continuó, vacilante. No estaba segura de lo que quería decir exactamente y de cuál era el mejor modo de expresarlo. - Porque, si Nate me gusta de verdad, ¿cómo puedo tener estos sentimientos hacia ti? - Estaba tan confundida que se interrumpió.
Levi inspiró hondo.
- ¿Y quién demonios podría darte una respuesta? Nuestra situación es muy atípica. De hecho, jamás debimos habernos conocido.
- Ni lo menciones - vociferó ella -. Nunca más repitas eso. No entiendo mis sentimientos hacia ti. Tienes la virtud de fastidiarme, entristecerme, alegrarme, hacerme sentir culpable; me manejas como quieres. No me importa. Vas a morir. Y sé que una parte de ti cree que no soy más que una niña rica que juega a ser una santa, pero por favor, nunca jamás digas que te
arrepientes de haberme conocido.
- No me arrepiento - dijo Levi con suavidad -. Lo único que lamento es que no haya sido en otro momento, en otro lugar. Sólo lamento estar atrapado en un cuerpo que se está gastando mucho antes de lo debido.
- Nunca se sabe - afirmó ella con pasión -. Todos los días ocurren milagros. Tú mismo lo has dicho.
Levi le sonrió con tristeza.
- Bueno, uno ha ocurrido: te conocí.
- ¿Pero en qué nos ha beneficiado? - Razonó ella con amargura -. No sé qué es lo que siento por ti. No sé qué es lo que siento por Nate. Santo Dios, soy una ignorante. Sólo estoy segura de que estoy partida en dos.
Levi extendió la mano y le tocó el hombro.
- Nunca sabrás lo bien que me ha hecho conocerte - dijo -. Jamás tendré oportunidad de llevarte al cine, ni de invitarte a caminar por la playa, ni de hacerte el amor, pero todos los días agradezco a Dios haberte tenido en mi vida por un tiempo. Eso es un milagro, Abbie.
Abbie se puso a llorar.
- Oh, Dios - se lamentó -. ¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cómo puedo sentir esto por ti si todavía siento algo por Nate? No lo entiendo.
- Oye - le dijo él y la abrazó -, no dejes que esto te afecte. Yo tampoco lo entiendo. ¿Pero cuál es la novedad? Además, ¿hay alguna ley que prohíba que una persona quiera a dos? ¿Quién ha decretado que las emociones vienen en lindos paquetitos envueltos para regalo que uno abre cuando se le antoja?
- Pero no tiene sentido - insistió ella, enjugándose los ojos -. Yo te quiero, Levi. Sólo Dios sabe cuánto. Pero a él también. Entonces, ¿qué clase de persona soy?
Cuando terminó su turno, llovía a cántaros. Le importó muy poco. Sabía que, si llamaba a su madre por teléfono, la vendría a buscar, pero prefería tomar el autobús. La confrontación con Levi podía haber servido para aclarar las cosas entre ellos, pero Abbie se sentía como si hubiera pasado por una exprimidora.
La señora Drake le prestó un paraguas y Abbie salió al porche de la entrada. El agua golpeaba sin cesar cuando cruzó la calle para ir a la parada del autobús. Se le empaparon los pies al saltar el río de agua que corría por la zanja. Permaneció de pie en la parada del autobús, mirando la calle a través de la bendita oscuridad. Con los ojos llenos de lágrimas, contemplo los reflejos mojados de los carteles de neón. Fluidos azules y rojos, dorados y verdes parecían desplazarse y confundirse en un ágil torbellino de color mientras la lluvia y el viento azotaban el pavimento.
Se concentro en el camino y experimento una sensación de paz que serenaba sus nervios. Una ráfaga de aire helado le traspaso su fina chaqueta. La lluvia caía como cataratas y abofeteaba la parte posterior de sus jeans. Pero ella ni se movió. No podía. La exótica belleza del neón en la lluvia la mantuvo clavada al piso.
Un auto se detuvo a su lado, Abbie parpadeó.
- Hola. - El conductor bajo la ventanilla correspondiente a la puerta del acompañante. Era Nate . - Sube. Te llevo a tu casa.
Vacilo. No confiaba en su valentía para enfrentarlo en ese momento.
- Apresúrate. Te estás empapando.
Aceptó.
-Hola - murmuro.
- Hola - respondió él, con la vista fija en el camino.
Ninguno de los dos habló mientras se alejaban de la calle y pasaban a formar parte del grueso
del tráfico. Dentro del auto estaba oscuro y Abbie eso le vino de perillas.
- Te agradezco que te hayas detenido para llevarme - comento ella por fin.
- No hay problema - dijo él, todavía concentrado en la conducción del vehículo -. De todas maneras, iba para allá.
Recorrieron Twin Oaks Boulevard en un silencio tan tenso que el aire parecía cortarse. Abbie estaba tiesa, con los ojos clavados en la ventanilla.
- ¿Y? - La voz de Nate sonó normal. - ¿Cómo va todo?
- Bien. ¿Y tus cosas?
- No me quejo - respondió, encogiéndose de hombros.
La chica estaba demasiado cansada como para hablar de tonterías, exhausta como para intentar un último esfuerzo. Por mucho que Nate le gustara, el paso siguiente le correspondía a él. No se engañaba: solo se había ofrecido a llevarla como un acto de gentileza. No había una segunda lectura. La confrontación con Levi había dejado una moraleja: era una estupidez no enfrentar los verdaderos sentimientos. Entrecerró los ojos, tratando de ordenar un poco sus
emociones. Para su asombro, descubrió que estaba furiosa. Nate se había comportado como un idiota. Y tampoco la llamo.
Él se coloco en el carril izquierdo y doblo en MacGower Road. El tráfico estaba mucho más pesado allí.
- Oh, Abbie - empezó -, con respecto a lo que sucedió entre nosotros...
- Mejor no toquemos ese tema -lo interrumpió ella con cortesía. Enojada o no, no tenía sentido seguir con el mismo asunto. Seguramente el pensaría que su conducta estaba justificada.
Si él no notaba por las suyas lo mezquina que había sido su actitud, no cambiaria de opinión solo porque ella se lo dijera. - No vale la pena. Lo pasado, pisado.
- Sí, bueno, la verdad es que debí haberte llamado.
- No importa.
- ¿Seguirás trabajando en el hogar mucho tiempo más? - le preguntó. La miró de reojo y luego siguió con la vista fija en el pavimento resbaloso.
- Si, todavía me quedan bastantes horas por cumplir - respondió -. Además, me gusta trabajar allí. Creo que, cuando termine mi sentencia, les pediré que me permitan quedarme.
- ¿Sabes? No hay motivo para que dejes de ir al bar - comento -. Sé que te gustaba venir a tomar una Coca antes de empezar tu turno. Henry y otros clientes habituales preguntaron por ti.
- Tal vez vaya - dijo, sin comprometerse. Ese viaje se estaba convirtiendo en una tortura.
Era obvio que Nate se sentía incomodo, avergonzado.
Lo que una vez hubo entre ellos había terminado. Estaba muerto y enterrado. Lo único que Abbie deseaba en ese momento era llegar a su casa, meterse en la cama y lamerse las heridas.
¿Por qué no habría llegado el maldito autobús antes que Nate?
No volvieron a hablar hasta que llegaron a la calle donde ella vivía. Pero él, en lugar de detenerse frente a la casa, siguió de largo y paró exactamente en el mismo lugar donde se habían peleado.
- Oye - preguntó ella -, ¿qué quieres hacer?
Apagó el motor y la miró.
- Quiero hablar contigo.
De pronto, la ira de la muchacha superó el límite de lo tolerable. Ya no pudo tragarse nada más. ¿Quién se creía que era? ¿Qué pretendería ahora? ¿Darle una lata de media hora, echándole en cara lo bruja y vil que era? Puede ser que hubiera cometido un error en su vida, pero estaba pagándolo. Él fue un idiota.
- ¿Para qué? ¿Tienes algún otro comentario interesante sobre mi persona? Pues guárdatelo. Y si es el mismo, no quiero volver a oírlo. Fuiste muy claro hace dos semanas. - Tanteo en busca del picaporte de la puerta.
- Abbie, espera.
Se detuvo y se volvió para mirarlo.
- ¿Para qué? ¿Para que sigas insultándome?
- Lo lamento - dijo por fin -. Sé que me porte como un cretino.
- Cierto.
Con la pálida luz de la calle, Abbie alcanzo a ver una sonrisa en sus labios.
- No hace falta que te pongas de acuerdo conmigo tan rápido.
Ella no le contesto ni una palabra. Todavía seguía asombrada por lo molesta que estaba.
Nate la había herido, había sido injusto y ahora ella solo le reconocía que tal vez la culpa no había sido toda suya. De todas maneras, no se quedaría allí sentada, compartiendo una intimidad que no le ocasionaría otra cosa más que heridas. Ya había tenido la función del día y no quería repetirla.
- ¿A que quieres llegar con todo esto, Nate?
No vas a venirme con ese cuento de que podemos seguir siendo amigos y esas cosas, ¿verdad?
Ya sé el concepto que te has formado de mi, entonces, mejor dejamos todo como está. ¿De acuerdo?
- ¡No! A menos que te hayas convertido en vidente en estos últimos tiempos, no puedes saber qué estoy pensando. - Comenzaba a enojarse, pero se controló y suspiró. - Por favor, escúchame hasta el final.
Ahora fue ella quien suspiró. Quizás el modo más rápido de poner punto final a la situación fuera escuchar todo lo que tenía para decirle y listo. Así podría irse a su casa a llorar en paz.
-Acepto.
La lluvia golpeaba sin cesar contra el techo del auto. Nate introdujo las manos en los bolsillos de su chaqueta y se volvió para mirar por el parabrisa.
-Te eché mucho de menos, Abbie. Me gustaría seguir viéndote.
- ¿Cómo amigos?
Nate negó con la cabeza.
-No. No dará resultado de ese modo. Por lo menos, no todavía. Me gustaría una segunda oportunidad. Tú me entiendes, quiero que salgamos y veamos cómo salen las cosas. No he podido dejar de pensar en ti. No puedo borrarte de mi mente.
- ¿Y todo lo que me dijiste? - le recordó ella -. Si vas a rebajarme a la misma categoría que tu ex novia...
- No te pareces en nada a Gina - la interrumpió -.Dije todas esas cosas porque estaba furioso. Pensé que me habías usado.
- ¿Todavía lo piensas?
- No. - Sonrió. - Creo que yo te gustaba de verdad y que tú me gustas a mí.
- Pero no me admiras tanto, ¿cierto?- Quería poner todas las cartas sobre la mesa. Sus emociones eran muy confusas. El enfrentamiento con Levi, las dos últimas semanas de angustia sin Nate... Ya no podía definir sus sentimientos y, mucho menos reanudar su relación con Nate. Cómo deseaba que las cosas hubieran sido distintas. Simples. Como era su vida antes.
- ¿Es admiración lo que buscas? - pregunto.
- No - contesto ella, decidida a ser tan directa como él. Nunca pretendí eso. Pero si quiero honestidad.
- Honestidad, de acuerdo. Eso te brindaré. Tienes razón, no siento por ti lo mismo que antes
-confesó -. Te creí una santa y luego descubro que estas en libertad condicional.
- ¿Entonces por qué quieres seguir saliendo conmigo?
- Porque me gustas mucho. De verdad, maldita sea. Porque no puedo borrarte de mi mente.
Echo de menos las charlas contigo, verte y muchas otras cosas más. - Hizo una pausa y tomó aire. - Además, eres la única chica que conozco que lee tanto como yo. Ya está. ¿Conforme?
Abbie se rió.
- Sí, porque yo también tengo unas cuantas cosas para decirte.
- ¿Por ejemplo? Disculpa que haga hincapié en esto, pero yo he sido muy franco contigo desde el primer día que nos conocimos.
- Es verdad - admitió ella -, pero también dictador, intolerante y santurrón.
Nate pareció totalmente perplejo.
- Santurrón - repitió en voz baja, como si nunca hubiera escuchado antes ese término -.
¿Intolerante? ¿Dictador? ¿Estas tomándome el pelo?
- En absoluto - contesto Abbie. Era muy importante hacerlo entrar en razones. - Fuiste todas esas cosas. La noche que te confesé la verdad no me escuchaste. Te apresuraste a sacar conclusiones sobre mi carácter y mis motivaciones, me juzgaste como persona.
- No fue así - se defendió-. Demonios, estaba shockeado. ¿Cómo esperabas que reaccionara?
- No lo sé - contesto ella -. Pero esperaba un poco mas de compresión de la que recibí. No fue nada fácil para mí confesar la verdad.
Nate abrió la boca, volvió a cerrarla y clavó la vista en el volante.
- Por dios, Abbie, no sé que decir. Reconozco que actué como un idiota, pero estaba aterrado.
Esa noche pensé que me echarías de tu lado de un puntapié, y en cambio recibí un puñetazo en la boca del estomago. Pensaba que eras tan... tan buena, que te había colocado en un pedestal.
Si hasta adoraba el suelo que pisabas. Te creía una versión adolescente de la Madre Teresa y de pronto me dices que no eres ninguna santa, que estás cumpliendo una condena. ¿Cómo te habrías sentido tú en mi lugar?
- Pésimo - concedió -. Pero prefiero pensar que por lo menos habría intentado comprender.
Prefiero creer que te habría dado una segunda oportunidad. Entiendo por qué rompiste conmigo esa noche. Pero pasaron dos semanas y no fuiste capaz de llamar ni una sola vez, Nate. ¿Si no me hubieras visto por casualidad hoy, te habrías vuelto a acercar a mí?
-Te llamé esta mañana, pero corté al oír tu voz - masculló -. Y tampoco te vi por casualidad. Mientras trabajaba, miraba hacia afuera, esperando que llegara el autobús. Te vi bajar. Y cuando empezó a llover, se me ocurrió aparentar una casualidad y que al llevarte estaría
cumpliendo mi obra caritativa del día. - Se rió. - Supongo que yo tampoco soy un santo.
- Ninguno de los dos lo es - afirmo la muchacha -. Simplemente, somos seres humanos.
- ¿Quieres decir que no quieres volver a intentarlo?
- No. - Meneo la cabeza. - Me gustaría que empezáramos de nuevo y ver que pasa.
Nate relajo los hombros y esbozo una sonrisa.
- ¿Aunque yo sea una idiota dictador e intolerable, que no tiene compresión ni piedad?
- Eso no es verdad - dijo ella -. No eres un idiota y tenías tus buenos motivos para enfurecerte. Pero la próxima vez que nos peleemos, no seas tan impulsivo para juzgarme. Y tampoco esperes dos semanas para llamarme.
- Han sido las dos semanas más largas de mi vida - admitió él -. Te eche mucho de menos.
- ¿Saliste con alguna otra chica? -pregunto, al recordar lo que Jennifer le había contado.
Nate apoyo las manos sobre sus hombros y la atrajo hacia sí.
- Mi vida social de estos últimos días se limito a ver unas reposiciones de Viaje a las Estrellas y una ardiente cita con mi prima, en la que compartimos una cena y una película.
- ¿Tu prima? - Se relajo contra su cuerpo.
- Ajá. - Se inclinó y rozo los labios de Abbie con los suyos. - ¿Y tú? - murmuro - Espera... Te advierto que, si te enamoraste de otro, me moriré de pena.
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Skinny Love |Levi Jones| Nate Parker|
FanfictionQuerido diario: ¿Por qué la vida es tan difícil? Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda...