Capítulo 11

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24 de Septiembre
Querido Diario:
Papá y mamá todavía no han llegado, de modo que aprovecho estos minutos para escribir algunas líneas. Estoy en una encrucijada. Nate me gusta de verdad, pero detesto que crea que soy una persona que en realidad no soy. Quizás deba confesar la razón por la cual trabajo en Lavender House. Pero...tal vez no. Por otra parte, no quiero que piense que estoy mintiendo... O sea, no se puede decir que estoy mintiendo exactamente cuando lo único que he hecho es omitir explicar un asunto personal. ¿Será así? Oh, ¿A quien trato de engañar? El que calla otorga, de modo que estoy mintiendo de todas maneras. Sin embargo, me gusta mucho. Al lado de Nate, Todd parece un chiquilín. Y no porque no sea agradable. Lo es. Pero lo máximo que ha hecho en su vida laboralmente hablando, es formar parte de la tripulación en el
yate de su primo. Creo que voy a esperar a que Nate y yo nos conozcamos un poco más antes
de revelarle toda la verdad. ¿Por qué la vida es tan complicada? Por fin conozco a un chico increíble, y termino metida en un lío.
- Abbie - gritó su madre desde abajo -, ya llegamos, baja tu padre quiere hablar contigo.
Abbie frunció el entrecejo. Aquellas palabras sonaron ominosas. Arrojó su diario en un cajón bajó corriendo.
- Hola ¿Qué tal el club? - preguntó al entrar en el living. Su padre estaba parado frente al hogar, y la madre sentada en el sillón.
- Muy bueno - respondió el padre - ¿Qué tal la biblioteca?
―Oh, Santo Dios - pensó Abbie - me pescaron cenando con Nate
- Oh, bien. Terminé el resumen del libro y tomé algunas notas para mi examen de historia.
Estaba realmente nerviosa. Aunque no había faltado a la verdad, su respuesta parecía falsa.
- Bien - Gerald se dirigió al sofá para sentarse junto a su esposa - Nos gustaría hablar contigo.
- ¿Acerca de qué? - preguntó Abbie.
- Acerca de ese lugar en el que estás trabajando. Lavender House. - Hizo una pausa - Abbie, ese no es un hogar de ancianos. Joe Martell está en el directorio y me dijo que es un hogar para enfermos terminales.
Decidió hacerse la tonta.
- ¿Y?
- ¡Y! ¿Es todo lo que tienes que decir? - Protestó su madre - Estás trabajando en un hogar para enfermos terminales y ni siquiera nos has avisado.
- No me pareció importante. No encuentro demasiadas diferencias entre un hogar para ancianos y un hogar para enfermos terminales.
- ¡Que no hay demasiada diferencia! - Eileen meneó la cabeza - No seas ridícula. La gente va a esos establecimientos a morir.
- También se mueren en los hogares de ancianos.
- Pero muchos siguen viviendo - Refunfuñó la señora Stevenson - Tienes diecisiete años. La gente del Departamento de Libertad Condicional no tiene derecho a confinarte en un lugar así. Podría ser terriblemente perjudicial para tu salud emocional.
Decidió recurrir a otra táctica.
- Por tu actitud, parecería que yo soy la culpable de eso. - dijo a la defensiva - Si mal no recuerdo, hace pocos días tú y papá opinaban que yo me merecía el peor de los castigos. ¿A qué viene tanto escándalo ahora?
Sus padres intercambiaron miradas de culpa.
- Sea cual fuere la impresión que te llevaste en ese momento - Acotó su padre por fin - De haber sabido que Lavender House era un hogar para enfermos terminales y no un simple
geriátrico, habría removido cielo y tierra para obligar al Departamento de Libertad Condicional a que te transfiriera.
- Tú estabas conmigo cuando dictaron la sentencia - señaló Abbie.
- Oh, lo hecho, hecho está. - Comentó Eileen de inmediato. - La cuestión es que un hogar para enfermos terminales no es un sitio apropiado para una chica de diecisiete años.
- Pero, mamá - se esforzó por mantener un tono sereno - me gusta trabajar allí.
- Poco me importa si te gusta a o no - Se levantó del sillón de un salto y comenzó a caminar de aquí para allá por el living. - a tu edad es poco saludable estar expuesta a la muerte en forma permanente. Vaya, sólo mírate al espejo.
- No veo nada malo en mí.
- Pero te ha afectado - se detuvo frente al hogar, se dio vuelta de repente y miró ceñuda a su
hija - Mírate. No te alimentas bien, estas deprimida, y vaya a saber que enfermedades corres el riesgo de contraer en ese lugar.
Abbie tragó saliva. Rayos, todo esto era culpa suya. Si ella no hubiera pasado tanto tiempo haciéndose la deprimida por los rincones, sus padres no estarían sermoneándola por lo de Lavender House. Bueno, sin todo ese teatro, sus padres tampoco se habrían fastidiado tanto al enterarse de que en realidad se trataba de un hogar para enfermos terminales. Ahora tendría que controlar seriamente los daños causados.
- Debo reconocer que en un principio estaba bastante deprimida - comenzó con cautela - pero, por sobre todas las cosas, fue por el hecho de que me hubieran arrestado. Mi fastidio no tenía nada que ver con el lugar en sí.
- ¿Tienen pacientes con sida allí? - preguntó su padre mirándola a los ojos.
Abbie no se animó a mentir. Le habría muy fácil averiguarlo.
- Un par. Pero yo casi no tengo contacto con ellos.
- ¿Qué quieres decir con eso de casi?
- Que ni siquiera los veo muy seguido - respondió Abbie con franqueza - Por lo general
están durmiendo cuando yo llego.
- ¿Tienes algún contacto con sus fluidos corporales?
La chica suspiró. Papá estaba dispuesto a jugar al abogado.
- No - primera mentirilla. Aunque, en realidad no era una mentira en el estricto orden de la palabra. Refregar unos cuentos inodoros y lavabos no era estar en contacto con los fluidos
corporales de los pacientes. Además no quería cumplir su servicio comunitario en otra parte. Y si dejaba Lavender House, no volvería a ver a Nate, ni a Polly, ni a Levi. - Mira, todo lo que hago es preparar las bandejas con la cena, algunas tareas domésticas, y visitar algunos pacientes. Sólo hay uno o dos casos de sida y esas personas están tan deterioradas, que pasan la mayor parte del tiempo en cama.
- Pero sigue siendo un hogar para enfermos terminales. - Vociferó la madre - Y no creo que te corresponda estar en ese sitio. No está bien. No es saludable.
- Cálmate querida - susurró su padre - Todo saldrá bien. Si notamos que ese sitio empieza a alterar la salud mental de nuestra hija, tomaré cartas en el asunto. Tengo conexiones en la comunidad legal de esta cuidad.
- ¿Y qué significa eso? - preguntó Abbie.
_ Significa que podríamos conseguir que cumplas tus servicios comunitarios en otra parte, en el
Hospital Municipal, por ejemplo - La miraba a los ojos mientras hablaba.
- Pero yo no quiero trabajar allí - protestó - Allí hay muchas voluntarias. Todas las adolescentes bobas del Landsdale High trabajan allí para poder coquetear con los pacientes. Lo último que necesitan es otra voluntaria.
- Ése no es el caso - interpuso su madre.
- Te sientes muy comprometida a seguir trabajando en Lavender House - observó su padre,
muy serio - ¿Por qué?
Abbie estaba desesperada por hacer entrar en razón a sus padres.
- Porque por primera vez en mi vida siento que estoy haciendo algo útil, que no sea ocuparme exclusivamente de mí. De acuerdo, sólo doblo sábanas, preparo bandejas con comida, y leo para algunos pacientes, pero eso es todo lo que tiene esta gente. - Arguyó - Hacer servicios comunitarios significa saldar una deuda. Estoy haciendo cosas que no tienen nada que ver con preocuparme por la popularidad que me he ganado en la escuela o por lograr calificaciones muy altas que me permitan ingresar a una buena universidad.
- A tu edad - se opuso su padre - me parece importante que te preocupes por tus calificaciones.
- No con exclusividad - replicó Abbie. Estaba azorada. No podía creer que estuviera discutiendo con su padre de igual a igual. Pero la situación era importante para ella, mucho más de lo que imaginaba. La idea de no volver a ver a sus amigos la hacía sentir descompuesta. -Ah, papá... Además, me gusta trabajar en Lavender House. Desde que llegué nadie ha muerto.
- Está bien, está bien - Alzó la mano pidiendo silencio - No quiero decir que ya mismo vaya a hacer algo.
- Pero, Gerald - interrumpió su esposa.
- Escucha, Eileen - continuó con serenidad - Es la primera vez que oigo a nuestra hija implorar con tanta pasión por algo que no sea un par de zapatos nuevos o un viaje a Palm Springs con sus amigas. Realmente estoy asombrado.
- Gracias papá.
- No me agradezcas todavía, porque sigo muy firme en mi determinación de realizar algunas averiguaciones por tu bien. Y si me entero que este lugar está afectando tu salud emocional, te sacaré de allí en menos de lo que canta un gallo ¿te parece justo?
¿Averiguaciones? ¿Sobre qué? Pero estaba tan aliviada por la postergación que no podía
seguir presionándolo.
- Me parece justo - Sonrió a ambos. A Eileen de brazos cruzados, al parecer no se le había pasado la furia. Gerald le sonrió.
- Bueno, no estoy de acuerdo - masculló la mujer - En absoluto. Un hogar para enfermos terminales dista mucho de ser el sitio ideal para una adolescente de diecisiete años.
Abbie estuvo preocupada toda la noche. Pensar que tal vez no volviera a ver a Nate o al resto de sus amigos la agobiaba. Y estaba decidida a que tal cosa no ocurriera. Se sentía
comprometida con Lavender House y se quedaría allí a cualquier precio. La necesitaban. A pesar de que hacía poco que trabajaba en el hogar, la falta de voluntarias y visitas era notable.
El lunes por la mañana, durante el desayuno, se sirvió cereales y tostadas en abundancia, asegurándose de que sus padres advirtieran lo mucho que había comido. Sonrió hasta que las
mejillas le dolieron de tanto estirarlas y charló como una cotorra al oído de su madre en todo el trayecto al colegio. Los convencería de que Lavender House no era deprimente aunque muriera en el intento.
Una vez en el colegio, olvidó todos sus problemas y se concentro en los estudios. Si bajaba las calificaciones, sus padres lo utilizarían como excusa para trasladarla. Hasta llegó al punto de pasar la hora del almuerzo en la biblioteca a fin de adelantar parte de la tarea. Leyó los apuntes de inglés en el autobús, camino al Hogar.
Cuando entró en la cafetería, Nate la aguardaba con un vaso de Coca en la mano.
- Hola. ¿Cómo estás?
- Bien - mintió, y fabricó una sonrisa -. ¿Diste tu examen?
Nate asintió, observándola con detenimiento. - ¿De veras estás bien? Te noto preocupada.
Ella lo miró, atónita
- ¿Cómo te diste cuenta? Entré aquí sonriendo como una hiena
Nate soltó una carcajada.
-Tal vez reías con los labios, pero no con los ojos. ¿Qué pasa?
Abbie debatió en silencio si convenía o no confesarle la verdad.
- Oh, sólo un altercado con mis padres - contestó, y apuró un sorbo de Coca -. El hecho de que trabaje tantas horas como voluntaria en el Hogar no los hace saltar de alegría ni mucho menos.
-Tal vez tengan razón.
Abbie alzó la vista de inmediato. -Oye, se supone que debes estar de mi lado, ¿no?
- Lo estoy - se defendió él -. Pero hablemos claro: pasas horas muchas horas allí. ¿Tus padres se molestaron porque bajaron tus calificaciones, tal vez?
- Mis notas son buenas. - A medida que pasaban los minutos. Abbie se deprimía más y más.
¿Es que no se daba cuenta de que, si no iba a Lavender House a diario no podría verlo? Por supuesto que no, pensó. ¿Cómo podía ser? Ella no le había confesado toda la verdad. Nate no sabía que estaba castigada. Tampoco que estaba cumpliendo servicios comunitarios y que, si la
sacaban de Lavender House, tendría que cumplir su condena en cualquier otro lugar, con la misma cantidad de horas. ¡Y con la suerte que tenía últimamente, lo más factible era que la mandaran a recoger basura a Hargraves Park! ¡Maldición!
- ¿Entonces cuál es el problema? - preguntó Nate.
- Mi salud emocional. - Sonrió de muy mala gana. - Piensan que no es bueno para mí estar tanto tiempo con personas moribundas.
- Oh, sí... Entiendo a qué se refieren. - Extendió el brazo hacia atrás y tomó un lienzo húmedo. - ¿Cómo puedes soportarlo?
- Desde que estoy allí, nadie ha muerto - admitió. No estaba segura de cómo iba a manejar la situación cuando llegara el momento, pero sabía que no se derrumbaría. La gente muere todo el tiempo.
- Listo el pedido - gritó el cocinero. Nate sonrió y fue a retirar la bandeja.
Después no tuvieron tiempo para seguir hablando. Abbie terminó su bebida, lo saludó con la mano y se fue.
Cuando entró en el Hogar, encontró a la señora Drake sentada detrás del escritorio. Estaba tan absorta en su tarea, que ni siquiera levantó la cabeza para mirarla. Abbie tuvo que carraspear para llamar su atención.
- Oh. - Sobresaltada, le sonrió. - Hola. No oí que se abriera la puerta.
- Parece muy concentrada en su trabajo. - Abbie dejó su mochila en el piso.
- Estoy preparando el folleto.
- ¿Folleto?
- Para nuestra exhibición a puertas abiertas. - Meneó la cabeza y se quitó los anteojos - Solemos organizar una todos los años y siempre choco contra el mismo obstáculo: no tengo la menor idea de lo que debe decirse para lograr que la comunidad venga a visitarnos. Algunas no somos muy talentosas con las palabras... ni como dibujantes, ni tenemos la inventiva necesaria
para conseguir que la gente no tire el folleto a la basura sin molestarse en leerlo primero.
- ¿Por qué hacen estas muestras? - preguntó Abbie. Era obvio que la presencia de tanta gente recorriendo el lugar perturbaría a los pacientes y traería toda clase de inconvenientes.
- Para recaudar fondos - respondió la señora Drake sin rodeos -. No vivimos del aire aquí.
- Pero yo creí que... - Se interrumpió. En realidad, no sabía qué creía.
- ¿Qué? ¿Que teníamos una subvención del gobierno? - La directora sonrió con cinismo y
negó con la cabeza. - De ninguna manera. Recibimos donaciones privadas, de las iglesias, de grupos comunitarios y de cualquiera que escuche las súplicas de quienes están por morir.
- Oh, perdón. No me había dado cuenta.
- No te disculpes, sólo dime que sabes dibujar - le rogó la señora Drake -. Por favor, necesitamos algo bien ocurrente, algo que llame la atención para que no lo hagan un bollo y lo tiren sin leerlo.
- Vuelvo a pedirle disculpas. - Abbie rió al ver la desazón de la mujer. - Puedo pintar ventanas, pero soy incapaz de dibujar. Ni siquiera una miserable casita.
- ¿Por qué no le encarga a Levi el diseño? - Sugirió la señora Thomas, que se acercaba al escritorio con una bandeja de café -. Es un joven tan talentoso, que estoy segura de que hará bellezas con ese folleto. Tal vez pueda hacer un pájaro, un arco iris o un dibujo del roble que está en el patio.
- Es una idea maravillosa. - Tal era la fascinación de la señora Drake, que parecía estar a punto de besar a la señora Thomas. - ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?
La mente de Abbie giraba a dos mil revoluciones por segundo. Una exhibición a puertas abiertas. Podía ser la respuesta a sus ruegos. Si lograba que sus padres vinieran, que conocieran en persona el lugar, tal vez dejaran de preocuparse por ella.
- Oh, ¿cuándo es?
-El catorce de octubre - respondió la directora -. Por favor, promociónala entre todos tus amigos. Quiero que venga la mayor cantidad de gente posible.
- Y que no se olviden de traer las chequeras - agregó la señora Thomas.
Rieron las tres. Luego la señora Drake entregó a Abbie una lista con las actividades para el resto de la semana. No le parecieron tan tortuosas. Tenía que limpiar los baños sólo una vez.
Ese día le tocaba hacer visitas a los pacientes y llevarles las bandejas con la comida. Guardó su mochila y subió las escaleras a toda prisa.
Llamó suavemente a la puerta de Levi.
- Pasa - bramó él.
Abbie sonrió. Debe estar en un buen día. Entró en la habitación, pero se detuvo de repente. El joven se hallaba sentado junto a la ventana, con un atril ante los ojos.
- Cierra la puerta - masculló, sin levantar la vista de la pintura.
Abbie cerró la puerta sin hacer ruido y estiró el cuello para poder ver su trabajo. Levi la miró.
- Bueno, no te quedes allí o te pescaras una torticolis. Acércate y dame tu opinión.
Era ridículo, pero se sintió halagada. Cruzo la sala y se puso de pie detrás de él. Quedó boquiabierta. La pintura era exquisita.
- Es un mirlo - susurró ella - Y Twin Oaks Boulevard. - De todo lo que había imaginado, fue eso lo que más la sorprendió. Levi había captado al pájaro posado sobre un cable telefónico que se extendía por encima de la parada de autobús, en la acera de enfrente. Las plumas negras reflejaban el brillo del sol que se ocultaba detrás de la licorería, el cielo tenía el color del crepúsculo, la postura del ave anunciaba su inminente vuelo. Levi había sabido
capturar la sensación de calles desiertas. La oscuridad presurosa disimulaba la melancolía de los
enrejados de las casas. El sol poniente echaba un manto piadoso de terciopelo sobre la calzada poceada, con aceras plagadas de basura. Una imagen inusual, inédita; habría tenido que entristecerla, pero no fue así. Más bien fue una inyección de vida.
- Y bien - preguntó él, mirando desafiante la pintura, como si hubiera esperado que peleara con él -. ¿Qué te parece? Y no me vengas con ese cuento de que no entiendes nada de arte pero que sabes qué te gusta. Sólo dime la verdad.
- Es hermoso.
Levi se volvió y notó que ella estaba contemplando el cuadro. Oyó admiración en su tono de voz. - Para ser una rica niñita malcriada, tienes buen gusto.
- Modestia también, por lo que observo - replicó Abbie.
El chico apoyó su pincel y se retiró hacia atrás. Se puso de pie y se desperezó. Abbie hizo una mueca. Estaba tan delgado que podía contarle las costillas sin necesidad de que se quitara la camiseta.
- ¿Te gustó el libro? - le preguntó, acercándose a la cama.
Pero no logró engañarla ni por un instante. Era obvio que estaba agotado y que trataba por todos los medios de que no se le notara. ¡Hombres! Machistas hasta las últimas consecuencias.
- Me encantó. Wyndham es un autor excelente. Mejor que Asimov.
Fue como flamear una bandera colorada frente a un toro. Levi se lanzó a defender a su autor predilecto con una profunda pasión. Así comenzó el debate.
- Además - insistió él, más de media hora después - Asimov es el responsable del concepto de cerebro positrónico, un concepto - debo agregar - que han robado todas las películas y espectáculos televisivos con robots. Con sólo ver a Data, de Viaje a las Estrellas...
- Data es un androide - corrigió Abbie -, no un robot.
- Detalles, detalles, androide o robot, sigue siendo el cconcepto de Asimov. - Hizo una pausa. - Oye, ¿te gustaría ver arte de ciencia ficción?
- Por supuesto - aceptó. A decir verdad, no sabía a qué se refería, pero ni muerta se lo iba a preguntar.
Hizo un gesto con la cabeza, señalando el armario.
- Tendrás que ir a buscarlo. Saca el sobre grande que está en el estante de arriba.
Le obedeció por pura curiosidad. El sobre era, en realidad, una de esas cajas gigantes que se usan para mandar encomiendas. Cuando se la entregó, observó que estaba muy pálido.
- ¿Estas seguro de que quieres mostrarme esto ahora? Si estás cansado, puedo volver mañana.
- Me siento bien - respondió con brusquedad, pero Abbie supo que mentía. Abrió la solapa con esfuerzo y luego extrajo una pila de dibujos. Se los pasó a Abbie y dijo: - Llévalos al
escritorio y apóyalos para poder verlos planos.
La chica quedó asombrada. El primer dibujo era un paisaje de otro mundo o, quizá, de otra dimensión. Unos cristales, dibujados a la perfección y con gran detalle, nacían de suelo
extraterrestre. Seres humanoides de luces y sombras caminaban entre joyas resplandecientes.
Entusiasmada, dio vuelta el dibujo y siguió con el próximo. Eran excelentes. Hermosos, exóticos y de otro planeta. Se volvió de inmediato, para agradecerle que hubiera tenido la gentileza de compartir esas obras con ella.
Levi dormía profundamente.
Abbie apiló los dibujos con prolijidad y salió de la habitación en puntas de pie. Cuando cerró la puerta, le echó un último vistazo. Se sentía culpable. No debía haberse quedado tanto tiempo de visita. No tenía que olvidar la gravedad de su mal.
En eso se topó con la señora Drake.
- Oh, hola. Justo bajaba para empezar con las bandejas de la cena.
- No hay prisa - respondió la mujer -. ¿Fuiste a visitar a Levi?
- Sí, estaba mostrándome sus obras de arte. - Notó que la directora llevaba en la mano el folleto a medio terminar. - Pero luego se quedó dormido.
- Entonces no lo molestaré - dijo la señora Drake. Comenzó a volverse, pero de inmediato se arrepintió y miró a Abbie a los ojos. Has estado acompañando a Levi en varias oportunidades, ¿verdad?
- Sí - contestó ella, confundida por la pregunta -. ¿No es correcto? Me refiero a si ésa no es una de las tareas que debo desarrollar en la institución.
- No te preocupes, por supuesto que es correcto. Me alegra que Levi pase su tiempo con gente joven. En estos momentos necesita una amiga.
Abbie vaciló.
- ¿Ninguno de sus amigos viene a visitarlo? - En realidad no era un asunto suyo, pero la curiosidad la estaba matando.
La señora Drake frunció los labios y meneó la cabeza.
- Como no pueden manejar la situación, han optado por poner distancia. Alguna que otra vez
recibe una carta o una tarjeta de sus viejos amigos, pero eso es todo.
- Es tremendo - comentó la chica.
- A decir verdad, no - dijo la directora -. La muerte asusta a la mayoría. Y Levi se está muriendo. Ni siquiera su novia viene a verlo.
- ¿Novia? - Abbie experimentó una sensación rara en la boca del estomago. - No sabía que la tuviera.
- Ya no la tiene. - Suspiró. - Pero la tenía cuando llegó aquí. Pobre Levi, estaba loco por ella. Cuando empezó su cuesta abajo, la muchacha dejó de venir.
- ¿Cómo se llamaba? - Sabía que se estaba comportando como una chismosa.
- Creo que Karen, Connie o algo por el estilo. - Miró a Abbir, estudiándola en silencio. - Me alegra que tú y Levi hayan hecho buenas migas, sólo Dios sabe cuánto necesita tener alguien
a quien aferrarse. Pero no quiero que olvides algo muy importante.
- ¿Qué? - Abbie la observó con cautela. Si estaba por endilgarle uno de esos plomazos respecto de que ella y Levi pertenecían a núcleos sociales totalmente distintos, podía ahorrar saliva. Su interés por Levi Jones sólo era platónico.
- Levi está por morir.

Skinny Love |Levi Jones| Nate Parker|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora