Capítulo 9

374 35 2
                                    

22 de septiembre
Querido Diario:
Me quedé dormida otra vez, de modo que estoy escribiendo en el banco de la parada de autobús. No sé qué me pasa. ¡Esta mañana eché a perder una excelente oportunidad para escapar de Lavender House! Mamá me preparó quacker con canela. La última vez que gocé de semejante privilegio tenia diez años. Indicio más que evidente de que la preocupación por mi la estaba matando. De todos modos, había empezado a comer mi cereal cuando papá se presenta
en la cocina y desparrama su pesada osamenta sobre una de las sillas. ¡No podía creerlo!
Hacía años que no compartía el desayuno conmigo. Y empezó con la perorata de que, por muy ocupados que estuvieran él y mamá, me querían mucho, que lamentaba que me hubieran impuesto servicios comunitarios, pero que así yo aprendería a responsabilizarme de mis actos... bla, bla, bla. Todo eso venía a que querían saber qué era lo que me estaba molestando.
Y fue entonces cuando o embarré todo. Dejé la cuchara, tomé mi mochila y les contesté que todo estaba BIEN. Estas fueron mis palabras textuales: "Oh, no se preocupen por mi. Solo tengo que acostumbrarme a mis nuevas actividades". Tampoco fue muy brillante de mi parte engullirme todo el cereal que mamá me preparó. Mis padres parecían haberse quitado un enorme peso de encima. Qué estúpida, ¿no? Nunca podré salir de ese lugar. No puedo creer que haya sido tan idiota.
Después de eso, mi jornada fue cuesta abajo. Durante el almuerzo, Jennifer me dijo que, después del partido del viernes por la noche, Todd la llevaría a cenar.
Abbie frunció el entrecejo al leer la última línea de su diario. No supo qué escribir a continuación, cuales eran sus prioridades. Por lo general, no tenía dificultad en expresar sus
sentimientos. El problema era que no sabía cómo me sentía. La vida la confundía demasiado.
Habría tenido que estar desolada por la traición de su mejor amiga, pero no era así. Por sobre todas las cosas, se sentía irritada. Tendría que estar furiosa consigo misma por haber echado a perder la oportunidad de decir adiós para siempre a Lavender House, pero no lo estaba.
―Oh, bueno - pensó cuando levantó la vista y vio que se acercaba el autobús -, tal vez comienzo a acostumbrarme a esto.
Su ánimo dio un giro de ciento ochenta grados cuando entró en el bar y vio a Nate detrás del mostrador, sosteniendo un vaso de Coca en la mano.
- Hola. Te vi bajar del autobús. Espero que sea esto lo que quieres tomar - dijo, agitando el vaso en dirección de ella.
Se sintió halagada.
- Así es.
Se miraron a los ojos durante un momento; el silencio fue un tanto inquietante. Luego los dos
hablaron a la vez.
- Abbie
- Nate
Entre carcajadas, él dijo:
- Las damas primero.
- Quería saber si trabajas todos los días. - Se sorprendió de sus propias palabras. Distaba mucho de actuar con cautela. Pero por alguna razón, tal vez a causa del Hogar, ya no quería
jugar. Nate le gustaba. Quería saber si él gustaba de ella o si solo estaba malinterpretando las cosas, y quería ser cortés.
- Menos los domingos - respondió, con una chispa de picardía en la mirada.
Abbie frunció el entrecejo.
- ¿Qué te resulta tan gracioso? - Dios, preferiría morir si él estaba riéndose de ella, si se había dado cuenta de que la había flechado.
- Nada. Solo que estaba por preguntarte lo mismo.
- Menos los domingos - repitió Abbie con profundo alivio. Si bien quería ser honesta, no le habría caído muy bien que él no la tomara en serio.
La miró boquiabierto
- ¿Trabajas como voluntaria seis días por semana? - le preguntó con aire incrédulo -. Por Dios, ¿qué eres? ¿Una santa?
Abbie no supo qué decir. ¿Cómo explicar que había cercenado prácticamente todos sus ratos libres? No quería confesar el verdadero motivo de su trabajo en Lavender House. Todavía no.
No hasta que no se conocieran mejor.
- No soy una santa - contestó, y se encogió de hombros con indiferencia -, sino una persona común y corriente. Pero cuando uno decide hacer algo, debe asumir una especie de compromiso, ¿no crees?
- Si, claro, pero seis días por semana... - No parecía convencido.
Abbie no quería que la creyera rara. Tal vez había tenido que decirle la verdad. Pero justo en ese momento él le dirigió una sonrisa de admiración y decidió no dejarse llevar por sus
emociones. Aunque nadie la había mirado así en toda su vida, esos ojos no lograrían arrancarle la verdad.
- Bueno, parece una idea un poco loca, pero buena. Tienes razón - concedió Nate -. Los compromisos son importantes.
- Tú trabajas seis días por semana - señaló ella, sintiéndose incómoda de repente -. Es mucho más duro que hacer de voluntaria.
- Sólo porque no tengo más remedio - confesó -. En casa necesitamos mi sueldo. - Se interrumpió y se alejó. Por un momento la muchacha lo creyó avergonzado, pero cuando él se
volvió, notó que tenía un lienzo mojado en la mano. Sin mirarla, comenzó a limpiar una mancha
que no existía en la barra. - Este... ¿y qué opina tu novio de que trabajes como voluntaria?
- Oh, por ahora no salgo con nadie - dijo ella, tratando de no sonreír. Su forma de indagar no fue exactamente sutil, pero efectivo al fin. - ¿Qué opina tu novia de tu horario?
- Yo tampoco estoy saliendo con nadie. Rompí con mi ex novia el pasado junio - explicó y levantó la vista para mirarla a los ojos -. No quisiera que me tomaras por un descarado, pero la verdad es que me gustas. Eres bonita, inteligente y muy estudiosa. Pero por sobre todas las
cosas, admiro la clase de persona que eres. Es difícil encontrar a una chica que decida invertir su tiempo libre ayudando en un hogar para enfermos terminales.
- Bueno, no es tan sacrificado.
-Si que lo es - insistió Nate. Hizo una pausa e inspiró profundamente. - Me gustaría invitarte a salir, pero no tengo mucho tiempo libre y tampoco auto.
Asombrada por su honestidad, lo contempló. Gustaba de ella. Gustaba de verdad.
Yo también quisiera salir contigo - confesó -. Y como habrás notado, al igual que tu tengo muchas ocupaciones.
Una sonrisa perezosa iluminó el rostro del muchacho.
- Ya se nos ocurrirá algo. Tenemos los domingos libres.
―Y yo tengo las salidas prohibidas― pensó Abbie. Buscó con desesperación el modo de escapar de esa situación. ¿Por qué no le habría dicho la verdad desde un principio? Obvio: porque él no la habría considerado tan santa. ¡Pero ahora estaba a punto de invitarla a salir el domingo!
Tendría que inventar alguna excusa.
- Tal vez esto te parezca extraño - continuó Nate, imperturbable por el silencio de la chica -, pero podríamos ir juntos a la biblioteca. Sé que no es el programa más divertido...
- Está bien - aceptó ella de inmediato. La biblioteca. Gracias a Dios, Nate acababa de escoger el único sitio que sus padres no le habían vedado. - Seguramente tendrás que estudiar.
-Tengo un examen cuatrimestral pendiente - explicó -. Pero en un par de horas me alcanzarán para hacer la investigación. Después podríamos ir a cenar juntos.
- Estupendo. El lunes yo tengo que entregar un resumen sobre un libro. Puedo escribirlo mientras tú te dedicas a la investigación. Decidió que se preocuparía por la supuesta cena en otro momento. Por ahora, solo quería asegurarse de poder concertar la cita con él.
- Como ya te dije, no tengo auto pero puedo pasar a buscarte para que tomemos el autobús juntos.
- no, no te molestes. Mejor nos encontramos en la biblioteca. Será más fácil para ambos.
Entró un cliente y se sentó en el extremo de la barra. Nate asintió con la cabeza y comenzó a alejarse de ella.
- ¿A la una en punto te parece bien? - preguntó.
- Perfecto.
Ese cliente fue el primero de la multitud que entró después. Abbie no tuvo otra ocasión de charlar con él y luego se marchó. Le sonrió y lo saludó con la mano mientras él llevaba una bandeja cargada hacia uno de los sectores reservados. Como no pudo saludarla con la mano, le dirigió una sonrisa cálida que le llegó hasta el alma.
Mientras se encaminaba a Lavender House, repasó mentalmente el argumento que usaría con sus padres. En teoría, tendría que ser muy sencillo. No podrían impedir que realizara un trabajo de investigación en la biblioteca. En cuanto a la cena, lo resolvería sobre la marcha, el mismo domingo.
- Sin lugar a dudas, esto es mucho mejor que limpiar inodoros- comentó Abbie mientras guardaba la aspiradora en el armario del pasillo.
- Por supuesto - coincidió Polly con una sonrisa. Con aquel ajustadísimo conjunto deportivo amarillo de cuello de terciopelo negro y sus sandalias de cuero con tacones de diez centímetros sujetas a los talones con una tira elastizada, distaba mucho de ser el modelo de voluntaria en un hogar para enfermos terminales. Sin embargo, durante las dos últimas horas había trabajado a la par de Abbie, sacudiendo muebles y limpiando el salón en general. La chica concluyó en que, a pesar de ese aspecto extravagante que la caracterizaba, Polly era divertida, amable, liberal y muy inteligente. Se enteró de que trabajaba allí porque había perdido a su único hermano a
consecuencia del sida. Abbie no supo que decirle, solo murmuro entre dientes lo que sentía. Sus palabras de condolencia no la dejaron satisfecha, pero, de todas maneras, Polly se las agradeció.
- No sé si tú estarás en las mismas condiciones que yo - dijo, estirando los brazos por encima de la cabeza -, pero mi espalda no da más. Necesito descansar. Voy arriba a ver si Jamie
quiere jugar a las cartas.
- Es muy compinche suyo, ¿verdad? - preguntó Abbie. Si bien habían mantenido una charla muy distendida mientras compartían las tareas de limpieza, Polly en ningún momento la perturbo con preguntas espinosas. Abbie se sentía agradecida por ello. Sin embargo, tenía una gran curiosidad. No podía entender por que una persona como ella, que ya había perdido a un ser querido a causa del sida, pasaba tantas horas de su tiempo libre con un hombre que moriría muy pronto de la misma enfermedad ¿Cómo podría hacer algo así?
- Jamie es un encanto - Polly se sacudió una pelusa que tenia sobre el hombro. -Y pienso que, si yo no hubiera estado con Jim hasta el último momento, otra persona habría tenido que hacerlo. No sé, me parece que estoy saldando una especie de deuda. Tuve la suerte de poder
estar con mi hermano cuando se estaba muriendo. Pero hay mucha gente que no tiene a nadie que los visite, que les tienda la mano o que les dedique unos momentos para conversar. Y supongo que Jamie y yo nos llevamos muy bien porque somos de la misma generación. Los dos
recordamos la Crisis de Misiles de Cuba y a Howdy Doody. Al ver la expresión de asombro de Abbie, Polly rió. Tu ni siquiera habías nacido, niña. De todas maneras, al parecer tenemos mucho de que hablar. Da gusto conocerlo.
- Es mejor que ciertas personas que yo conozco - mascullo Abbie con sorna. Dirigió una rápida mirada de fastidio hacia atrás. Levi, con un libro en la mano, había salido al jardín
hacia media hora.

Skinny Love |Levi Jones| Nate Parker|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora