Capítulo 5

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― Gracias ― contestó Abbie. Tuvo que contener el impulso de no quedarse mirando el brillo dorado que decoraba las largas uñas granate de Polly ― Para mí también es un gusto.
― Tengo que ir a una reunión ― agregó la señora Drake ― Polly te pondrá al tanto de todo. ―
Bajó las escaleras a prisa.
― ¿Ya conociste a algún paciente? ― preguntó la voluntaria.
― No hasta ahora aprendí donde están todas las cosas y a preparar las bandejas con la cena.
― De acuerdo ― Con una sonrisa la tomó del brazo ― Vamos, empezaremos con el señor
Kenworthy. Es muy amable. ―Avanzaron por el pasillo.
De pronto, Abbie sintió miedo. ¿Qué se le dice a alguien que se está muriendo? ¿Cómo hay que actuar? ¿Había que fingir que nada pasaba?
― ¿Que es lo que... eh... tiene?
― ALS. El mal de Lou Gehring. Vino a vivir a este sitio cuando su esposa falleció porque no tenía a nadie que cuidara de él. ― Se detuvo ante la última puerta del largo corredor, golpeó y empujó para entrar.
Abbie la siguió. La habitación era muy luminosa y estaba empapelada con diseños floreados en verde y amarillo. Había cortinas brillosas en la ventana abierta y una pantalla grande de televisión. Un hombre delgado, de cabello oscuro y anteojos, estaba sentado en una silla de ruedas, junto a una cama reclinable de hospital.
― Hola, Jake ― lo saludó Polly con alegría ― ¿Cómo estás hoy?
― Bien ― sus palabras se oyeron tan apagadas, que sonó como un ―Bnnn. Desvió la mirada aun sin torcer el cuerpo, para poder ver a Abbie.
― Ella es Abigail Stevenson ― la presentó Polly ― Otra voluntaria.
― Hola ― Abbie sintió mucha pena por él, pero trató de no demostrarlo. Por suerte, tras las presentaciones del caso, se marcharon de la sala. Lo peor es que no se le ocurría ni media
palabra que decirle.
Polly le hizo conocer a tres pacientes más: dos con cáncer y uno con sida. Abbie trató de no pensar en el motivo de la internación ni en la razón por la cual sus familias no podían cuidar de ellos. No quería tener que conjeturar respuestas. Era demasiado deprimente. Sin embargo, para
su asombro, toda la gente que conoció se mostró sonriente y alegre. Jamie Brubaker, el paciente con cáncer, estaba por ir al cine.
― Ahora te presentaré a Levi ― Anunció Polly ― mientras la conducía a una habitación separada, situada junto a una pequeña escalera al final de pasillo. ― Tal vez le venga bien un poco de compañía en estos momentos.
La sala se parecía bastante a las demás, con excepción de que tenía más ventanas. Un muchacho de pelo oscuro estaba recostado en la cama, leyendo una revista. Levantó la vista
cuando las oyó entrar.
― Hola, Polly, ¿cómo estás?
Polly rió.
― Como siempre. Te traje a una de nuestras flamantes voluntarias. Abigail Stevenson. Levi Jones.
― Hola ― la saludó él a secas.
― Hola ― Respondió ella. Lo notó delgado en extremo. Llevaba unos pantalones de corderoy muy gruesos y una abrigada camisa de lana. El cabello era Castaño: su piel muy palida, y sus ojos celestes como el cielo. Sin embargo, no fue el
peculiar tono intenso de los ojos lo que le llamó la atención sino el modo en que la miró. Por una décima de segundo, tuvo la sensación de que aquella mirada era capaz de penetrarle el alma.
Tuvo que esforzarse por quebrar el contacto visual.
― Los dejaré solos para que se conozcan ― dijo Polly -. Podrían jugar a las cartas, o hacer alguna otra cosa. Levi, sé amable. No querrás espantar al personal, ¿verdad?
-Yo sólo espanto a las moscas - contestó el aludido, sin apartar la mirada de la muchacha ni por un instante.
Ella sintió pánico. No quería quedarse a solas con Levi. Y no sabía por qué. Pero Polly ya se había ido.
Él seguía mirándola fijo.
- ¿A qué colegio vas? -preguntó por fin.
- Landsdale High. ¿Y tú? - Habría deseado morderse la lengua. Por lo frágil de su aspecto, era obvio que no podía ir a ninguna parte. - Oh... lo siento.
Fue una pregunta estúpida.
- Iba Tufts - contestó -. Pero me parece que eso fue hace siglos. Me recibí el año pasado.
¿Cómo es que te ofreciste de voluntaria en un lugar como éste?
Abbie se movió con nerviosismo. Por alguna razón, sintió vergüenza de confesar que en realidad no era una voluntaria.
- Bueno, sentí necesidad de hacer algo para ayudar. - Miró el cuarto, pues no deseaba que sus miradas volvieron a encontrarse. Había estantes con libros debajo de las ventanas. Un libro de tapas plateadas le llamó la atención. - ¿Ése es el libro de Harry Harrison? - le preguntó,
señalando el estante más alto.
- Sí, es uno de la serie Edén. ¿Te gusta leer ciencia ficción?
Abbie se dirigió de inmediato hacia los estantes. Ese movimiento fue un pretexto para hacer algo, la liberó de la obligación de mirarlo.
- Solía leer mucho más que ahora - contestó, mientras tomaba el libro. La tapa estaba arrugada y algunas páginas tenían las puntas dobladas; parecía bien leído y muy amado. De
pronto recordó cuánto placer sentía ella a leer. - Pero ahora estoy tan ocupada que prácticamente no tengo tiempo.
- Oh, sí, con tantas horas de trabajo como voluntaria. -Acentuó la palabra con sarcasmo. - Debe de ser muy difícil.
Abbie alzó la mirada.
- ¿Cómo tengo que interpretar eso?
Levi sonrió y su cara delgada se transformó.
En sus ojos brilló un destello de picardía.
- Significa que termines de una vez con la patraña. Todo el mundo sabe que no estás aquí por la generosidad de tu corazón, sino porque te arrestaron y fuiste condenada a brindar servicios a la comunidad.
- Lo que no implica que mi trabajo sea malo. - se defendió.
Él se encogió de hombros, como si le hubiera dado igual una cosa o la otra.
- ¿Por qué te arrestaron?
- Por mechera. - Dejó el libro. - Pero en realidad, no estaba robando. Sólo fue una travesura.
- Sí, un par de amigos míos hicieron una travesura parecida - replicó con sorna -, con la diferencia de que para la policía fue robo de autos. También los obligaron a servir a la comunidad.
- Un par de aros ni se comparan con un auto - protestó Abbie.
- Pero ellos no habían robado el auto. Sólo estaban manejándolo para divertirse. Claro que eran pobres y latinos; ni ricos ni sajones.
- Es un comentario muy ruin - gruñó Abbie. Luego se tapó la boca, arrepentida. Demonios.
Ese chico se estaba muriendo y ella ni siquiera sabía qué le pasaba. Lo mejor era que no volviera a abrir esa bocota suya, por pesado que Levi se pusiera. No quería irritarlo ni que se
pusiera de rodillas a sus pies.
- A menudo la verdad es ruin - dijo -, en especial con mis amigos. A ellos les dieron dos años; a ti, trescientas horas.
Un cóctel de emociones se anudó en su estómago. Estaba furiosa por la actitud de Levi, avergonzada y humillada. ¿Qué pretendía que hiciera, que se disculpara por no haber ido a la cárcel?
- Será mejor que me vaya a ayudar con las bandejas para la cena.
En el descanso del primer piso se topó con Polly.
- ¿Ya terminaste? - le preguntó, mientras sacaba una pila de toallas de un carro.
- Creo que estaba cansando - mintió Abbie - ¿Qué es lo que tiene?
- Anda mal del "bobo" - respondió Polly.
- ¿Problemas cardíacos? - Abbie frunció el entrecejo. - ¿No es posible un trasplante en su caso?
Polly meneó la cabeza.
- Levi tuvo una grave infección virósica, que complicó el estado de las válvulas o algo similar. Sea lo que fuere, no está apto para ser trasplantado. Siempre y cuando tuviéramos la suerte de conseguir un donante, claro. Lo dudo, por el tiempo que le queda.
- ¿Cuántos años tiene?
- Dieciocho. - Polly sonrió con amargura.
Abbie no hizo más preguntas, pues, en realidad, no deseaba conocer las respuestas. Si bien no
era la persona más agradable que había conocido, tampoco quería pensar en lo que tenía que enfrentar. Dios, qué pesado era ese chico. ¡Pero sólo tenía dieciocho años!
Pasó media hora colaborando con Polly en la tarea de cambiar toallas sucias por limpias y conocer a la mayoría de los residentes. Había doce internos en total, en Lavander House, y todos ellos tenían algo en común; se estaban muriendo.
Polly la llevó abajo, asomó la cabeza en el despacho de la señora Drake y le informó que presentaría a Abbie a la enfermera. Lavander House contaba con una enfermera matriculada
durante las veinticuatro horas del día. Tenía que haber una persona que se encargara del suministro de medicamentos, que no eran drogas convencionales, de las que mejoran a la gente, sino aquellas sirven para ayudarlos a soportar el dolor.
Después de eso, Abbie armó las bandejas para la cena con la señora Thomas. Durante la tarea, se enteró de que la cocinera tenía dos hijos grandes. La hija estudiaba abogacía, y el hijo, ingeniería electrónica.
El tiempo pasó tan rápido que Polly tuvo que entrar en la cocina y recordarle que ya era hora de irse.
Abbie recogió de inmediato sus cosas y corrió hacia la parada de autobús.
Durante el trayecto de regreso a casa, comenzó a orquestar todo. La conversación que había mantenido con Todd le sirvió de puntapié inicial. Tenía que haber un modo de salir de esa situación, para no tener que volver nunca más a ese sitio. Apoyó la cabeza contra la ventanilla del autobús. La noche se cernía rápidamente sobre la ciudad. Las luces ya se habían encendido y el tráfico estaba pesado.
Bajó donde correspondía y fue corriendo hasta su casa.

Skinny Love |Levi Jones| Nate Parker|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora