- Ya lo sé.
- ¿De veras? - La directora sonrió con tristeza. - Lo dudo.
- Por supuesto que lo sé - insistió Abbie -. Esto es un hogar para enfermos terminales.
- Correcto. Por lo tanto, no habrá transplantes de corazón ni posibles milagros. Pronto Levi ya no estará entre nosotros. Sólo quiero que lo comprendas. - Se volvió y se alejó por el pasillo.
- Señora Drake - la llamó Abbie -. ¿Cuánto tiempo le queda? - Sabía que ya había hecho esa pregunta, pero quizás... A lo mejor, en esta ocasión recibía una respuesta que le gustara un poco más.
La directora se detuvo pero no se volvió para mirarla.
- No lo sabemos. Una semana, un mes, dos meses. Ciertas cosas, Abbie, quedan simple y sencillamente en manos de Dios.
Abbie archivó las palabras de la señora Drake en un rincón de su memoria. Se convenció de que no tenía sentido machacar sobre algo que no podía cambiar. Estaba buscando una caja de libros en el interior de su guardarropa, cuando sus dedos rozaron un cartón. Tiró de la caja y abrió las tapas.
Sonrió satisfecha. Desde el verano anterior no veía su colección de libros de ciencia ficción.
Empezó a revolver entre los volúmenes, buscando algo que pudiera interesar á Levi.
Descartó dos de ellos, de Philip K. Dick, media docena de novelas de Viaje a las Estrellas y varios títulos de Harrison, hasta que encontró lo que buscaba.
Sonó el teléfono. Como pudo, Abbie se puso de pie y tomó el auricular.
- Hola.
- Hola, Abbie. Habla Nate.
- Nate, ¿qué tal? ―Tranquila, Abbie, tranquila. No querrás espantarlo, ¿verdad?
- No tuvimos mucho tiempo para conversar hoy - continuó él -. Y quería saber como iban tus cosas.
- Oh, bien. - Se apartó un mechón de pelo de la cara. - Aunque ahora estoy en una nube de polvo. Acabo de sacar unos libros viejos de mi armario. - La frase sonó patética. - Yo... pensaba llevarlos a Lavender House.
- ¿De qué tipo?
- ¿Qué cosa de qué tipo?
- Los libros. ¿De qué género son?
- Ciencia ficción. - Esperó algún comentario despectivo.
- ¿Tienes alguno de Robert Heinlein? - preguntó él, entusiasmado.
Abbie sonrió. Gracias a Dios, Nate era un amante de la lectura.
― No. No me gusta mucho ese autor, pero tengo algunos de Harrison, de Asimov y muchos otros. Te los llevaré al bar antes de dejarlos en el hogar. Puedes verlos y quedarte con los que
quieras. Cuando los termines, los llevaré a Lavender House, ¿de acuerdo?
― Fantástico. ¿Cómo los llevarás? No pensarás cargar semejante caja en el autobús, ¿no?
La sonrisa de Abbie se esfumó.
― Iba a pedirle a mamá que me llevara. Mañana no trabaja. ― Era la verdad. Había planeado pedir a su madre que la llevara a su trabajo, con la caja incluida. Todo formaba parte de la campaña para lograr que sus padres desistieran de su intención de transferirla a otro lugar.
― ¿Qué tal si yo paso a buscarte? ― Sugirió Nate ― Mañana mi madre me prestará su auto. Podría pasar por el colegio y llevarte al hogar.
El pánico se apoderó de Abbie. No había nada en el mundo que deseara mas que aceptar, pero no podía arriesgarse a que él estuviera cerca de cualquier persona enterada de que la habían arrestado y que estaba cumpliendo servicio comunitario. Su adorada amiga Jennifer no se
perdería semejante ocasión.
― Pero si hacemos eso, yo tendría que cargar con los libros hasta el colegio ― señaló ― Además, la caja es tan grande que no entra en el armario del colegio.
― Podríamos pasar por tu casa y recogerlos ―dijo él.
Ahora si que estaba muerta de miedo. Maldición. Sabía que, si Nate iba a su casa, mamá Eileen lo echaría todo a perder.
― Gracias de todas maneras ― le dijo ― pero lo cierto es que mamá quiere conocer Lavender House. Nunca ha estado allí.
― De acuerdo ― dijo él ―. ¿Te veo en el bar mañana?
― Claro. ¿No quieres echar un vistazo a los libros?
Nate se río.
― Bueno, me gustaría verte todos los días ―Hizo una pausa― ¿Tienes planes para el sábado a la noche?
― Eh... yo... ― ¡Santo Dios, Nate estaba a punto de invitarla a salir y ella seguía castigada!Pero tenía que haber una manera. Se devanó los sesos tratando de recordar si su madre había mencionado algo respecto de que tenía que salir con su padre ese día.
― En realidad, no.
― ¿Te gustaría ir al cine? ―preguntó.
Abbie inspiró profundamente. Tenía que haber una manera. La encontraría aunque fuese lo último que hiciera en su vida. Si sus padres se apiadaban de ella y le levantaban el castigo... Si se negaba, tal vez nunca más la invitará a salir.
― Me encantaría.
― Estupendo. ¿Te gustan las películas extranjeras?
― Nunca vi ninguna ― reconoció ―. No, espera. Sí, una película francesa por cable, la semana pasada, ¿Por qué?
― Porque dan dos películas en el Art Cinema de Ventura y pensé que tal vez te gustara verlas. Ambas son francesas. Soy una especie de fanático de las películas extranjeras ― agregó con cautela ―. Pero si te aburren, podemos ir a otra parte.
Abbie estaba en el mejor de los mundos. Habría sido capaz de aguantarse un documental sobre
el ciclo vital de los helechos con tal de estar con Nate.
― No es mala idea. Me gustaría ver qué tal son las películas francesas.
Conversaron un rato más y luego cortaron. Abbie se quedó con la vista clavada en el teléfono, pensando en el modo más efectivo de hablar con sus padres.
El aparato volvió a sonar. Tanto la sorprendió la llamada, que se sobresaltó. Esta vez era Jennifer.
Durante diez minutos tuvo que soportarla cotorreando sobre las prácticas deportivas y Todd.
― Qué pena que sigas castigada ― le dijo, aunque su voz no fue compasiva ni nada que se le pareciera ― El sábado por la noche hay una fiesta en casa de Todd.
― Está bien ― respondió Abbie ― Tengo otros planes.
― Oh. ― Jennifer hizo una pausa. ― Entonces, si tienes otros planes, dudo que tengas interés en ir a la casa de Todd.
Abbie supuso que a Nate no le habría gustado en absoluto hacer sociales con una chica tan frívola como ella.
― Te agradezco de todas maneras, pero estoy ocupada.
― ¿En qué? -preguntó con suspicacia.
Abbie se dio cuenta de que su amiga no le creía. Habría apostado a que creía que se pasaría toda la noche encerrada en su casa, mirando la televisión.
― Tengo que salir con un chico.
― ¿Con quién?
― Se llama Nate.
― Nate― murmuró Jennifer ―. No conozco a nadie de ese nombre.
― ¿Y por qué tendrías que conocerlo? ― dijo Abbie ― Es un estudiante universitario y para el sábado a la noche me invitó al Art Cinema de Ventura.
― Art Cinema ― bramó Jennifer ―. ¿Te refieres a ese cine que pasa esas películas tan raras?
― No son raras, sino extranjeras. Voy a ver unas francesas.
― Puáj.
― ¿Cómo sabes que son "puáj"? ― Se enfadó Abbie― ¿Alguna vez viste alguna? ― Sabía que era inútil discutir con Jennifer. Antes de admitir que estaba equivocada, prefería cortarse la lengua. De pronto, se dio cuenta de lo poco que les quedaba en común. El descubrimiento fue
impactante. Y como si eso no hubiera bastado, comprendió que durante todos esos años de amistad, también había existido rivalidad entre las dos. Si ella se compraba un vestido nuevo, Jennifer no mezquinaba ni un céntimo y aparecía con un conjunto exclusivo. Incluso Todd. A Jennifer nunca le había gustado mucho, hasta que él invitó a salir a Abbie. Nunca había reparado en eso ahora. No entendía cómo había podido mantener una amistad con alguien que no terminaba de simpatizarle y que, obviamente, sentía lo mismo por ella. Era una locura total.
― La verdad, no ― admitió Jennifer de mala gana ―. Pero no necesitas experimentar una cosa para saber que no te gustará. No necesito arrojarme de un avión en un paracaídas para saber que no me gusta el vértigo.A partir de ahora los capítulos serán más largos, por lo tanto habrá un capítulo por semana.
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Skinny Love |Levi Jones| Nate Parker|
FanfictionQuerido diario: ¿Por qué la vida es tan difícil? Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda...