Capítulo 7

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No fue hasta el viernes en la noche que Samuel decidió llamar a Guillermo para decirle que se vieran. Había terminado el libro el miércoles en la noche, después de llegar de la biblioteca pero no quería que Guillermo pensara que había llegado a su casa y había hecho exactamente lo que le ordeno. Entonces, después de cenar se excusó de la mesa. Su madre le hizo una señal con la mano, sin siquiera mirarlo y su padre ya había desaparecido desde hace algún tiempo, probablemente estaba haciendo una llamada en su oficina.

Samuel entro a su habitación, la cerró con seguro y se colapsó en su cama, acordándose que había dejado su plato en la mesa y que debía volver a bajar para lavarlo. Bajaría, pero después de hablar con Guillermo. Marcó su número y llevo su móvil a su oreja. El tono de llamada comenzó a sonar por un tiempo, un tiempo que se le hizo eterno a Samuel, poniéndolo muy nervioso.

Los molestos pitidos continuaban sonando, Samuel estaba a punto de colgar, probablemente Guillermo estaba ocupado o simplemente no quería salir con él. Supuso que no le podía echar la culpa, toda la semana Samuel y sus amigos lo molestaron en cada oportunidad que tuvieron. Incluso, Samuel lo encerró en un casillero el jueves en la mañana y al parecer lo sacaron de ahí hasta la hora del almuerzo.

– ¿Hola? – dijo Guillermo, finalmente. Samuel sintió un raro confort al escuchar su voz. No sabía por qué, ni siquiera quería descubrirlo, porque le asustaba. Ni siquiera quería pensar en ello.

– Termine el libro.

– Samuel, – la voz de Guillermo parecía no tener emoción alguna. Samuel no sabía si estaba feliz de estar hablando con él o no.

– Sí, – contestó. – ¿qué tal si nos vemos mañana?

– Mañana... – dijo Guillermo, pensativo

Samuel se preguntaba qué otros planes podría tener Guilermo mañana. Tal vez iba a visitar a unos familiares o ir de compras o ver a su novio. Samuel sintió la sensación de vació regresar al fondo de su estómago. No la había vuelto a experimentar desde el día que había regresado de la biblioteca.

– Sí, mañana me parece bien, – anunció finalmente Guillermo. – ¿Dónde?

Samuel se sentía un poco nervioso. En la última semana había experimentado más diversos sentimientos que en el último año.

– Uh, donde sea. – contestó, débilmente.

– ¿Dónde sea? – repitió Guillermo. – ¿Qué tal en un puente? ¿o nos podemos sentar en una carretera desértica? ¡Ya sé! Cerca de mi casa hay un bonito parque con una bonita caja de arena en el centro, ¿crees que si se los pedimos amablemente a los niños nos la presten por una hora o dos?

– Por Dios, Díaz, eres hilarante, deberías ser comediante, – Samuel puso los ojos en blanco.

– Es verdad, sí soy hilarante pero esta vez estaba siendo inteligente y astuto, algo con lo que obviamente no estas familiarizado, – dijo Guillermo con un tono un poco altanero. – dijiste que donde sea, entonces supuse que la locación estaba libre para cualquier sugerencia y me gusta ser creativo.

Samuel solo se quejó porque Guillermo era un hijo de puta muy frustrante. Se preguntaba porque el primer día había sentido pena por él.

– Bueno, olvídalo, en la biblioteca de nuevo. – declaró Guillermo

– No.

– ¿No?

– No, – repitió Samuel, sonrojándose un poco. Por suerte nadie estaba con él para verlo así.

– ¿Por qué no?

¿En verdad tenía que preguntar? , pensó Samuel, poniendo los ojos en blanco.

Sideways - WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora