Uno

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Al día siguiente del entierro, supe que a Ari le había dado influenza.
Estaba muy enfermo. Después de eso ya no supe nada de él por un buen tiempo; no se había presentado a nadar y no había recibido llamadas de su parte.
Me gustaría, yo, hacerle una llamada de cuando en cuando para saber como esta. Me preocupa más de lo que parece.
Pero algo dentro de mí me dice que no llame. Que no quiere oír a nadie y solo quiere descansar. Y sabía que no respondería.
Un buen día por fin recibí una llamada de Aristóteles.
-No has estado yendo a la alberca- dije enojado. Pero no sabía porque. No sabía si era porque realmente no iba, si era porque no me había llamado o porque no contó conmigo mientras estaba mal.
-He estado en la cama. Me dio influenza. En general he estado durmiendo, teniendo verdaderas pesadillas y comiendo caldo de pollo.
-¿Fiebre?
-Sí.
-¿Dolor de huesos?
-Sí.
-¿Sudores nocturnos?
-Sí.
-Cosa mala. ¿Con que soñabas?
-No puedo hablar de ello.
Lo comprendía. Los sueños son algo muy privado. Es de esas cosas que por más que quieras no compartes con nadie, porque son una buena parte de ti y compartirlos es como dar un pedazo tuyo.
Ari me pidió que fuera a su casa.
Tomé un libro de poemas que desde hace tiempo quería mostrarle y material de dibujo. Planeaba dibujarlo a él.
Salí corriendo de mi habitación y sólo le dije a mi madre que saldría.
Salí de casa.
Corrí.
A medio camino note que olvide algo:
No tenía los zapatos.
Pero no pensaba regresar por ellos. Además eran incómodos.
Seguí corriendo hasta llegar a casa de Aristóteles.
15 minutos. Tiempo récord.
Toqué a la puerta y abrió su madre; me cuestionó sobre mis zapatos y después me habló de como se había encontrado Ari estos días. Después de una breve platica me dejó entrar a su habitación.
-Hola- le dije algo... ¿Emocionado?
-Olvidaste tus zapatos.
-Se los doné a los pobres.
-Supongo que luego siguen tus jeans.
-Sí.
Los dos reímos.
Observe a Ari con detalle.
-Te ves un poco pálido.
-De todos modos me veo más mexicano que tú.
-Todos se ven más mexicanos que yo. Revísalo con la gente que me pasó sus genes.
-Está bien, está bien.
Ari decía "Está bien" siempre que me quería cambiar de tema. Sabía que lo mexicano no me iba y lo comprendía de cierta manera.
-Así que trajiste tu cuaderno de dibujo.
-Sí.
-¿Me vas a mostrar tus dibujos?
-No. Te voy a dibujar.
-¿Y si no quiero que me dibujes?
-¿Cómo voy a ser un artista si no puedo practicar?
-¿No les pagan a los modelos de los artistas?
-Sólo a los bien parecidos.
-¿Así que no soy bien parecido?
Sonreí.
-No seas imbécil.
Había algo en el físico de Aristóteles que me gustaba demasiado.
No puedo explicarlo, todo de él me atraía. Cada detalle que él no notaba. Su piel morena, su complexión delgada, su altura. Su mirada.
A mis ojos era alguien muy atractivo.
Me gustaría que se pudiera ver como lo hago yo. Así no estaría molesto con su físico.
Ambos nos sonrojamos.
-¿Así que de verdad vas a ser artista?
-Definitivamente - lo miré directamente. - ¿No me crees?
-Necesito evidencia.
Me senté en su mecedora. Lo observé a detalle.
-Todavía te ves enfermo.
-Gracias.
-Quizá sean tus sueños.
-Quizá.
-Cuando era niño, solía despertarme creyendo que el mundo se estaba acabando. Me levantaba y miraba al espejo y mis ojos estaban tristes.
-Quieres decir como los míos.
-Sí.
-Mis ojos siempre están tristes.
-El mundo no se está acabando, Ari.
-No seas imbécil. Por supuesto que no se está acabando.
-Entonces no estés triste.
-Triste, triste, triste - dijo.
-Triste, triste, triste - repetí.
Los dos sonreímos, mientras hacíamos un gran esfuerzo por no reír a carcajadas.
-Te quiero dibujar.
-¿Puedo hacer que te detengas?
-Tú eres el que dijo que necesitaba evidencia.
Le lancé el libro de poemas.
-Léelo. Tú lee. Yo dibujo.
Aristóteles empezó a leer y yo comencé a hacer lo mío. Había algo en dibujar que me encantaba, era una parte muy importante de mí, es algo que empecé a hacer por instinto cuando por primera vez tuve un lápiz y papel en la mano. Recuerdo hacerlo desde muy pequeño. Con el tiempo mis trazos inseguros se volvieron líneas fuertes y marcadas que trazaban una imagen que también mejoró. Eran líneas seguras que no tenían miedo a formar algo.
Tal vez debería aprender de mis dibujos.
Dominar mi mente como domino un lápiz. Ser seguro como mis trazos y ser un reflejo vivo de mi mente.
Empecé a dibujar a Aristóteles mientras leía. Era alguien dibujable. Tenía ése algo que no todos tenían. Tenía una facilidad para ser dibujado. Tracé cada curvatura de su rostro. Cada línea.
No una. Ni dos. Lo dibujé varias veces; me había dominado. Capture cada detalle, cada reflejo de luz.
Ari se quedó dormido después de un rato.
Me senté en el piso y entonces dibujé su mecedora. Traté de reflejarla a detalle en el papel. Las líneas, las paredes vacías y el reflejo de la ventana.
Decidí que ese sería el dibujo que le mostraría. No quería que viera un dibujo suyo. No aún.
Escribí una nota rápida en el dibujo y lo dejé en su cuarto.
Al irme me despedí de su madre y me fui a casa caminando mientras volvía a ver los dibujos que había hecho de él.
En la noche llamó Aristóteles.
-¿Por qué te fuiste?
-Necesitabas descansar.
-Siento haberme quedado dormido.
Hubo un silencio.
-Me gustó el dibujo.
-¿Por qué?
-Porque se ve justo como mi silla.
-¿Es la única razón?
-Guarda algo - dijo.
-¿Qué?
-Emoción.
-Dime.
-Está triste... Está triste y está sola.
-Como tú.
-No estoy triste todo el tiempo.
-Lo sé.
-¿Me mostrarás los otros?
-No.
-¿Por qué?
-No puedo.
-¿Por qué no?
-Por la misma razón que no me puedes contar tus sueños.

Aristoteles Y Dante Descubren Los Secretos Del Universo (Versión Dante)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora