Cuatro.

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Después de un tiempo analizando con profundidad la conversación que había tenido con mi madre, por fin decidí llamar a Ari.
Tome el teléfono y respire profundamente.

-Perdón, no te he ido a ver -dije rápidamente después de que contestó Ari.
-Está bien -dijo-. En realidad no estoy de humor para hablar con la gente.
-Yo tampoco- dije pensando en mi día depresivo.- ¿Te cansaron mi mamá y mi papá?
-No. Son lindos.
-Mi mamá dice que debo ir a terapia.
-Sí, me dijo algo así.

-¿Tú vas a ir?
-Yo no voy a ninguna parte.
-Tú mamá y mi mamá, ellas hablaron.
-Te apuesto que sí. ¿Así que vas a ir?
-Cuando mamá cree que algo es buena idea, no hay escapatoria. Es mejor seguirla en silencio.

Eso hizo reír a Ari. Me encantaba oírlo feliz. Era como un privilegio escuchar risas de alguien que siempre es tan serio. En general me encantaba simplemente oírlo. Sentía que ya había vuelto a la normalidad. Aunque no fuera así. 

-¿Cómo sigue tu cara?
-Me gusta mirarla.
-Qué raro eres. Quizá sea buena idea que vayas al terapeuta.

Eso me hizo reír a mi. Aunque mi felicidad era instantánea. Después de lo que pasó, sentía que no merecía reír, es decir, le arruine la vida.
Eran más los momentos tristes en mi día, que los momentos felices, eran demasiado fugaces. Después, mi realidad volvía a tornarse gris. Era como cuando recién terminas un hermoso boceto y después miras tu mano. La imagen plasmada en el boceto resultaba bella para quien la viera, arte. Pero al mirar al artista y ver sus manos, es inevitable ver que son grises. Que tienen marcas casi imperceptibles hechas por sostener tanto tiempo el lápiz.
En este caso, el suceso era mi lápiz. Y las manchas de grafito, una representación de mi día a día.
Así como lo que fingía sentir ante las personas, era mi boceto.

-¿Todavía te duele mucho, Ari?
-No sé. Es como si mis piernas fueran mis patronas. No puedo pensar en otra cosa. Sólo me quiero arrancar los yesos y, mierda, no sé.

-Todo es mi culpa.
-Escucha. ¿Podemos poner unas reglas aquí?
-¿Reglas? Más reglas. ¿Cómo la regla de no-llanto, dices?
-Exacto.

-¿Ya te quitaron la morfina?

-Sí
-Sólo estas de mal humor.

-Esto no se trata de mi humor. Se trata de reglas. No sé por qué te molesta tanto, amas las reglas.

-Odio las reglas. En general me gusta romperlas.

-No, Dante, te gusta hacer tus propias reglas. En la medida en que las reglas sean tuyas, te gustan.
- Ah, ¿así que ahora me analizas?
-¿Ya vez? No necesitas ir a un terapeuta. Me tienes a mí.

-Se lo diré a mi madre.

-Cuéntame qué dice. Mira, Dante, sólo quiero decir que tenemos que poner unas reglas aquí.

-¿Reglas postoperatorias?
-Les puedes decir así, si quieres.

-Está bien, ¿Y cuáles son las reglas?

-Regla número uno: No hablamos del accidente. Nunca jamás. Regla número dos: deja de darme las gracias. Regla número tres: nada de esto es tu culpa. Regla número cuatro: pasemos a lo siguiente.
-No estoy seguro de que me gusten las reglas, Ari.
-Retomalas con tu terapeuta. Pero esas son las reglas.

-Suenas enojado.

-No estoy enojado.

Si, realmente estaba enojado, Ari hablaba muy en serio. Odiaba eso. Odiaba su seriedad.

-Esta bien - dije-. No volveremos a hablar del accidente. Es una regla estúpida, pero esta bien. ¿Y puedo decir <<lo siento>> una vez mas? 

-Lo acabas de hacer. No mas, ¿okey?

-¿Estas entornando los ojos?

-Si.
-Esta bien, no mas.

Esa misma tarde tome el autobús y lo visite.

Fue horrible, me dolía en el alma verlo, estaba destrozado por dentro, pero fingí que no me importaba, trate de poner mi mejor cara, mi mejor presencia. Pero no podía esconder lo que sentía.  

Le lleve unos libros a Ari, con la intención de que fueran leídos, pero sabia que no seria así, Ari era vago en ese sentido, aunque creo que los libros fueron un pretexto mas, quería realmente mostrarle otra parte de mi, una parte que solo muy pocas personas consiguen ver, bueno... una parte que pocos consiguen interpretar... Lleve conmigo algo de lo mas preciado de mi vida.

Le di mi cuaderno de bocetos. Le pedí de favor que los viera ya que me hubiera ido. Aun me daba pena. No solo con él, no me gustaba que nadie viera mis esbozos. En parte odiaba el hecho de ser recordado como el "chico que dibuja" así que la mayor parte del tiempo lo ocultaba. Preferiría ser recordado como Dante simplemente.

Mi intimidad con Ari estaba ya muy al descubierto, es decir, sabia gran parte de mi vida y forma de pensar, lo de los bocetos era un gran paso para que viera la clase de persona que puedo llegar a ser. Aunque creo que los intentos de mostrarle todo lo bueno de mi, serán en vano. Aun veo a Ari como un imposible.

En su casa me dedique a contarle mi aventura en el autobús, no fue la gran cosa, un par de historias sobre UFO y nada mas. 

Después me dedique a leerle mis poemas favoritos. Si le iba a mostrar la intimidad de mi ser, que fuera por completo, aunque seguía sabiendo que no lo apreciaba, notaba su indiferencia respecto a eso. Y me odiaba, odiaba cada maldita parte sensible de mi ser, entregarte por completo a alguien que no lo aprecia es ridículo, pero me resultaba completamente inevitable. Quería con una gran fuerza que podía llegar a ser una persona increíble, quería encajar en su perspectiva de persona ideal...

Todo es en vano Dante.

Me fui de su casa con el animo caído. El viaje en el autobús solo me puso a darle vueltas al asunto. Mi corazón iba latiendo fuerte, cosa que ocurría cada vez que veía a Ari o recibía una llamada sorpresa de él. Mi mente vagaba en si debería dejar de intentarlo. 

Creo que seria lo mejor.

Ya no debería molestarlo mas con mi presencia.

Al llegar a mi casa pase directo a mi habitación sin hablar con mis padres. Cerré la puerta, y comencé a llorar, de nuevo me sentí un tonto. 

Yo solo me dañaba.

Prendí la radio, me acosté y dormí hasta la mañana siguiente.



Aristoteles Y Dante Descubren Los Secretos Del Universo (Versión Dante)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora