8.

238 28 0
                                    

Los siguientes dos días pasaron volando, no tuve oportunidad de hablar nuevamente con mi madre acerca de algo que no fuese el gran evento que estaba por venir, consumí gran parte de mi tiempo entre concluir los detalles para la boda, tomar algunas decisiones respecto a la misma y acerca del departamento que compartiría con Luke, a Christopher lo veía todas las tardes cuando por fin podía descansar mi mente de todo aquello, él como siempre, extremadamente dulce y una que otra vez melancólico por mi matrimonio ya que generalmente no se apegaba a las reglas y por supuesto que él tanto como yo sabíamos que nuestra relación por más que no quisiéramos debía cambiar ligeramente y por primera vez en la vida existirían reglas que no eran necesario establecer, solo serían demasiado evidentes. Evité dormir en la misma cama que mi castaño amigo, traté de no acurrucarme entre sus brazos, mantenía el contacto oportuno con él y aunque trataba que él no se diese cuenta de mi actitud, lo conocía muy bien y estaba segura de que el joven estaba notando algo raro, pero aun así no llegó a decirme nada en ese lapso de tiempo. Después de cenar juntos y hablar un poco terminaba encerrada en mi habitación, para poder pensar en absolutamente todo, desde el pasado, presente y lo que estaba a punto de venir, mi vida iba a cambiar, no demasiado o al menos eso esperaba, pero algunas cosas iban a variar, lo importante de todo aquello era que me iba a convertir en la señora de Benner y eso me tenía sumamente feliz, ¿no?, la interrogante no desaparecía después de la afirmación, por más que quisiera librarme de ella, no dejaba de meditar acerca de si me sentía realmente dichosa por ser la esposa de quien había sido mi novio durante tres años.

Me acomodé en la silla de madera y crucé mis piernas, comencé a golpetear la mesa frente a mis dedos y miré a mi alrededor por quinta vez, esperaba no me dejase plantada nuevamente, aunque si llegaba a hacerlo lo entendería ya que la persona a quien esperaba tenía muchas responsabilidades. Un par de dedos tocaron mi codo y yo me voltee para ver a la niña de cinco años con el cabello negro recogido en dos colas y ojos color caramelo, era el vivo retrato de su madre, mi gran amiga, Ámbar Lavani, quien en ese instante caminaba sin prisa hacia nosotras, medía diez centímetros más que yo, una dentadura perfecta, color de piel clara y algunas pecas en sus mejillas las cuales ella aborrecía, su corte de cabello como siempre magnifico y distinto cada tres o cuatro meses, esta vez lo llevaba corto, a la altura de la barbilla y como siempre de color negro.

Te ama –fue lo único que dijo mi amiga antes de saludarme con un beso en la mejilla y sentarse frente a mí, yo senté a la pequeña Mía sobre mis piernas y ella inmediatamente recostó su cabeza en mi pecho.

Y yo las amo a ambas –tomé una de las colas de cabello de mi adorada ahijada y comencé a acariciarla- ¿estás cansada preciosa? –le dije a la pequeña de cinco años recostada en mi pecho y ella solo asintió antes de bostezar, su madre frente a mi sonrió con ternura y luego me miró directamente a los ojos, esperando a que yo comenzara a hablar, ella además de Christopher, me conocía como nadie, llevaba ocho años conociéndola, pero aun así nunca le había hablado de mis sentimientos por Chris, ella probablemente lo había notado, pero era una persona que prefería guardarse comentarios, además de respetuosa, comprensiva y un sinfín de cualidades que la caracterizaban. Hace semana y media no nos veíamos, apenas ayer pudimos reunirnos para hablar porque su hija, Mía, a quien había tenido a los veintidós años, se había enfermado y por tanto todo su tiempo estaba siendo dedicado a ella, como la mayor parte del tiempo, era una excelente madre desde el primer día y todos lo que la conocíamos aplaudíamos aquello, pero por suerte la pequeña estaba muchísimo mejor.

El día anterior, en su casa, habíamos hablado al menos durante dos o tres horas acerca de todo, desde mis sentimientos hacia Christopher desde siempre, cuan confundida estaba y de la boda y aun así sentí que no fue suficiente, mientras más se acercaba el día más difícil era para mí. Ella se dispuso a escucharme sin decir absolutamente nada, solo sonreía y asentía de vez en cuando como si quisiera hacerme saber que había percibido algunas cosas años atrás, como siempre, no se molestó porque jamás le hubiese dicho nada, al menos no en voz alta, y agradeció que la buscase ahora para obtener un consejo e intentar disminuir mi ansiedad de alguna manera.

No puedo vivir sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora