Después de solucionar el problema, Sublatti suspiró. Apoyó sus manos sobre la máquina, esperando el regreso de su compañera. Pero esperaba que llegase pronto, porque el demonio, que estaba preso de su hechizo, pronto se liberaría de sus cadenas y Sublatti no tendría donde escapar.
En ese momento, observó cómo Satanás rompía algunas de las cadenas que lo ataban. Su miedo se iba acumulando, no sabía qué debía hacer. La señal del portal se había perdido, y no había forma de recuperarla.
El mundo estaba en su contra.
"Darkia sabrá qué hacer. Ella y Satanás tienen el mismo nivel de combate, pero yo... no soy capaz de vencerle" —pensó.
Solo faltaban por romperse un par de débiles grilletes para que el jefe demonio pudiera ser libre. Cuando se deshizo de la última, Sublatti se sobresaltó, gritó aterrorizada y se ocultó en el primer sitio que se le ocurrió. Fue a esconderse detrás del enorme trono que había por allí, quizás allí no la encontrase y pudiese mantenerse a salvo un tiempo.
Después de deshacerse del hechizo, Satanás gritó enfurecido. Sus ojos estaban enrojecidos de la rabia y el enfado que sentía.—Maldita traidora... Cómo se atreves... ¡A mí, el gran Satanás! —se señaló mientras exclamaba su nombre. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie—. Vaya vaya... Parece que la rata quiere jugar al escondite... ¡Pues que así sea! —dijo mientras caminaba en círculos.
Comenzó la búsqueda. Ella hundió su cara entre sus manos, intentando no llorar. Cerró sus chillones ojos verdes.
"Este es mi fin. Si me encuentra, me liquidará en un momento. Darkia, ¿dónde estás? si destruye la máquina... te quedarás encerrada allí... ¿Qué hago?" —se dijo.
El demonio buscó por todas partes: en las celdas; dentro del cuarto de armas, lugar en el que torturaba a sus víctimas... Pero no la encontró. Sólo quedaba un sitio: detrás del asiento del jefe de los demonios. Al ver que el juego llegaba a su fin, sonrió victorioso y avanzó hacia aquel lugar, dispuesto a acabar con la vida de la traidora.
—Bueno... Ya he mirado en casi todas partes, pero aún queda un sitio. Verás, seré generoso... Voy a contar hasta cinco... Si sales de donde estás oculta antes de que acabe y me juras lealtad, te perdonaré la vida y volverás a ser mi subordinado. De lo contrario... os destruiré a ti y a ese trono...
"No... ¡Jamás lo haré! Pero... Ella todavía no ha llegado, y ese demonio ya ha comenzado a contar... ¿Qué hago? ¿Qué debo hacer?" —pensó.
El miedo la tenía acorralada detrás del trono. Se abrazó a sus rojizas piernas y dejó caer su larguísimo pelo en su cara.
—Dos...Tres... Cuatro... —anunciaba el demonio mientras daba unos pasos enormes—. Ya veo que estás dispuesta a morir. Has rechazado una gran oportunidad. La muerte te espera.
"¿Y traicionarla? ¡Nunca! Si es necesario morir, lo haré" —se dijo a sí misma, decidida.
Satanás cogió su espada y la levantó por encima de su cabeza.
—¡¡¡CINCO!!! —gritó mientras partía el enorme aparato por la mitad.
Ella se apartó justo a tiempo. Se arrodilló, apoyando su espalda contra la pared y se le escaparon algunas lágrimas.
—¡No! —repuso sin creérselo.
El asiento fue partido por la mitad, soltando algodón y metales.
—Bueno... Entonces ya sabes lo que viene a continuación...
—Sabes que tú no eres así... Detente.
El demonio fue hacia ella, que se levantó y corrió en círculos por la sala, esquivando las estocadas del demonio. Aunque su vestido roto le dificultaba moverse, sus pies descalzos se movían velozmente entre los restos de aquella sala. El demonio atónito, le siguió la corriente. Lanzó la espada al suelo y la persiguió por la habitación."Así podré distraerle un poco" —pensó Sublatti—. "Darkia no ha podido escapar a tiempo, y no me queda magia para abrir otro portal y sacarla. Sólo puedo invocar a mi espada, aunque necesitaría distraerlo un poco" —reflexionó mientras saltaba por encima de un objeto que llamó su atención.
Al rato, los dos disminuyeron la velocidad por el cansancio, Satanás se detuvo respirando fuertemente.
—No puedes huir de mí eternamente. Te cansarás tarde o temprano. ¡Lucha contra mí! Te mataré a ti primero, y después me encargaré de hacer pedazos a ese molesto ángel.
—Sabes que eso no pasará. Eres débil y dejaste el plan porque temías al Creador.
Recogió su espada del suelo. Sublatti estiró su brazo izquierdo, de su mano apareció su hermosa espada blanca con el mango repleto de esmeraldas. Se puso en guardia y saltó para realizar el primer ataque. El demonio lo retuvo con su espada y la hizo arder. No sabía que Satanás también tenía una espada legendaria, como la de Darkia, solo que sus llamas eran rojas.
Ambos chocaron sus espadas, pero la del rey demonio era más poderosa.
Las dos armas volvieron a colisionar y los dos forcejearon el uno contra el otro. Ella sabía que no iba a poder contra él, tenía demasiado poder. Sus brazos, rojos como la sangre, se hincharon intentando aguantar la presión, pero sus fuerzas le abandonaron y Satanás la empujó contra la pared. La espada de Sublatti salió disparada por el golpe."Estoy perdida. Ya no puedo más" —se dijo, rendida.
Las llamas de la espada de la furia se apagaron. Satanás bajo su arma y contempló a la perdedora.
Sublatti se arrodilló y se tapó de nuevo su cara, pero esta vez, lloraba."Lo siento Darkia. Sé que no puedes oírme. Voy a acabar como él, como los humanos. Adiós..." —se despidió desde sus adentros.
Apartó las manos de su rostro y levantó la cabeza, observando al demonio que terminaría con su sufrimiento. Cerró los ojos, esperando lo peor.
—No sabes las ganas que tenía de hacer esto... ¡MUERE!
Antes de que su espada llegase a tocarle, algo bloqueó el ataque del demonio.
—¿No te da vergüenza atacar a alguien desarmado? —Anuncié mi llegada.
Sin creer lo que estaba ocurriendo, Sublatti miró al frente y se encontró con mis ojos negros como el azabache, que le observaban fijamente.
—Estás a salvo, ya no tienes que preocuparte.
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Angel of Darkness©(#1)
FantasiaDurante las guerras de ángeles y demonios, se produjo una brecha entre el cielo y la Tierra. Por ésta, fueron cayendo todas las criaturas que atreven a adentrarse en ella. Cada vez que un ángel caía del cielo, los demonios lo mataban. Los pocos que...