Capítulo VIII

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El dolor invade a cada instante de soledad. El frío se convierte en tu acompañante durante los despegues de la luna, en el intenso helar de la noche. Aunque conveniente, puede ser lo único que aguarde a tu regreso a casa. No había más, el vacío solo lo llenaba las sombras de aquel retoño de amargura, el dulce sentir del aprecio se desvaneció hace ya tanto. Y no me cuesta nada repetirlo ciento de veces en el oscuro eco de mi mente. Siento, como si cada porrazo fuera a quebrarme de una vez por todas, pero es cuando tomo en cuenta que ya hace mucho, mi alma se encontraba hecha mil pedazos. Cuando sus golpes ya no lucían tan agrios, sólo frívolos como si se tratase de una pequeña piedra, que al lanzarla contra mí, solo ensartarse mi cuerpo y alma. Completamente vacíos.

— ¡Ya basta Rin! –Mi Padre se hallaba frente a mí. Mientras que yo, sólo observaba la entrada de sus piernas; acorralada en el suelo por su decepcionada observación hacia mí. Aunque luciese calmado, el ambiente transmitía el nítido humor del fracaso. ¿Qué hice mal esta vez? — Te encuentras muy distraída, llevas días de esa manera.

Su voz. Su voz volvía a tortúrame entre los sueños, creí que lo había resuelto, lo debí haber dejado en el pasado. Pero en el presente, contengo la rabia al escucharlo todos los días.

— ¿E-Estás llorando? –El tartamudeo de las palabras, provenían de su ser. ¿Será verdad? Llanamente, mi dolor no atrevía a dejarme retener tal cosa, sólo llenó mi cabeza de los desagradables recuerdos de mi dura existencia, sin sentido en el mundo. Siempre consideré que se trataba de la verdad, hay tantas razones por las cuales me he tragado tal idea. Realmente, hasta el día de hoy no ha llegado alguna señal de la cual deba guiarme.

<< Quizá, una sonrisa sincera. Unas palabras incautas, pero motivadoras y cubiertas de dulzura; un "Vamos, tú puedes". >>

— ¡Ya detente! Antes nunca te quejabas cuando te atacaba por sorpresa –Gritoneó a nueva cuenta— Te has vuelto más frágil seguro por convivir con los humanos.

El aire que me hacía falta retomó lugar en mis agitados pulmones, con omisión al llanto, mi cuerpo sólo no conseguía movilizarse, quieto contra la tierra, mi piel se quebraba al contacto con el terreno tan árido.

— ¿Po-Porqué te refieres a nosotros como humanos? ¿Acaso no lo somos?–Cuestionando su observación, la serenidad volvió a mí. Aunque no aguardaba a una respuesta suya, había veces en las que dudaba el porqué de tal nombramiento. No era la pregunta del millón.

Pero su silencio solo restaba lo que nos acotaba la noche, aparentemente incomodo por mi intervención. Saqué del camino algunas huellas de lágrimas en mis mejillas, dificultosamente pude lograr hacerlo, todo yo se hallaba hecha trizas. Literalmente todo.

Mis ojos capturaron el instante en el cual apreciaba a Pada con uno de sus brazos extendidos hacia mí. Mi sorpresa fue aún más grande, considerando el hiriente reproche que ocurrió los pasados días. Pero, no era ni un gramo relacionándolo con los últimos cuatro años, en los que ningún gesto fue amable en sí. Sólo dolor, y un cinismo que todavía se halla pendiente.

Y esa acción fue repudiada por mí.

Lo detesté aún más por recordar aquellos momentos tan oscuros, sus inclementes gritos por no complacer su régimen de dictador, porque yo no tenía voz en su coloquio. Tan solo él. Y es ahora cuando me ofrece una mano con tal de ayudarme por todos los huesos quebrantados. Algo que él mismo ha causado. Y no dar ni un solo apoyo cuando su hija tan sólo llevaba cinco años de vida, tiempo donde ya lucía como alguien moribundo. Sólo por hoy, lo odie por su acción, la única considerable por la necesitad de ampararme.

— No seas caprichosa Rin, si no lo necesitas, ya verás cómo te las arreglas para regresar –No soporté la idea. En el estado que me encuentro quizá llegue hasta la mañana siguiente a casa, no tendría el tiempo necesario para curarme y tenía clases. Era aceptar el gesto por parte suya o nada.

La Inocencia del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora