El fin de semana tuve varias llamadas. Leila me invitó a ir a su casa, pero le dije que estaba ocupada limpiando y organizando todo. No fue una mentira, pero tampoco fui exactamente sincera. Mamá también llamó y me mantuvo en línea por casi una hora. Me preguntaba por todo y más de tres veces quiso saber cómo estaba. No le dije que estaba bien, porque ya todos sabíamos que no era así. En cambio, le dije que estaba un poco mejor. Tampoco tenía mucha seguridad al respecto.
Por alguna razón, en los últimos días no había podido dormir. El insomnio se enrollaba alrededor de mí como una cadena con espinas y me mantenía despierta cuando solo quería cerrar mis ojos y apagar el mundo hasta la mañana siguiente. Tirada en la cama, solo podía pensar, aguijoneada por los recuerdos que mi mente me ofrecía.
Me acordé de cuando todavía vivía con mamá. Tenía diez años, más o menos, cuando una de sus peores crisis la atacó. El estrés la había vapuleado y dejado tirada, sin fuerza alguna. Ella estuvo un mes sin poder salir de casa. Sin siquiera poder salir de su cama. No tenía ganas de vivir en ese entonces y solo se levantó por mí. Pero ese no fue el final. Como Michael había dicho, los monstruos nunca se iban. La depresión no se curaba. Mamá había aprendido a lidiar con ella y yo todavía no podía. Por eso ella sufría.
Sufría porque se acordaba de aquella época, la más oscura. Y temía que yo no pudiera superarlo.
Había pasado por tanto. A los cinco años me reunía semanalmente con un psicólogo, después de haber pasado por tratamientos físicos para curar las heridas más palpables. Jugaba en cada cita, dibujaba y trataba de no pensar en el motivo que me había llevado a ese consultorio. Era pequeña, pero estaba consciente de todo. Sabía el porqué de mis visitas al doctor Callahan. A veces lloraba por ello, otras ignoraba a todos los que me rodeaban y fingía que todo iba bien. Que nada había pasado.
Aprendí a fingir a edad muy temprana.
Duré un año en esas citas. Después, nunca volví a pisar un consultorio. Hasta ahora. No quería, me negaba de manera casi caprichosa y evitaba el tema como podía. Mamá, cada cierto tiempo, me preguntaba si quería o necesitaba hablar de ello. La respuesta siempre era la misma: no.
Debería haber dicho que sí en vez de haberlo guardado todo.
* * * * *
Michael me acompaño a la hora del almuerzo para recoger los resultados de mis estudios. No abrí aquellos sobres. No quería confirmar mis sospechas, no en ese momento. Michael estaba expectante, a la espera.
—¿No vas a verlos?
—Más tarde.
—¿Estás segura?
—Puedes verlos si quieres. Solo no me digas los resultados.
—No... No, supongo que luego puedes decirme, si así lo deseas.
—Sabes que voy a contártelo...
—¿Cómo podría tener esa certeza? —inquirió, dedicándome una sonrisa cargada de tristeza—. Emma... ¿No te das cuenta? Nos abandonaste a todos. Te apartaste y callaste, Emm.
—Tú lo hiciste también —contraataqué, a la defensiva, como si el fuera mi enemigo.
—Estamos hablando de ti, Emma. Ya sé lo que hice en mi pasado, estoy al tanto y no hace falta que me lo recuerdes —respondió con un dejo de amargura—. Y porque sé por lo que yo pasé, te digo todo esto. No quiero que transites por ese infierno.
—Ya lo estoy haciendo.
—No tienes que hacerlo sola.
—Estoy aquí contigo.
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De tu ex, con amor (Emma & Chase #1)
General Fiction"El pasado no es pasado si lo llevas contigo. Es hora de dejarlo ir". Emma podría correr cuanto quisiera, podría huir, podría entregarse al silencio y pretender que nada había sucedido... Pero jamás podría acallar las voces que habitaban su cabeza...