"El pasado no es pasado si lo llevas contigo. Es hora de dejarlo ir".
Emma podría correr cuanto quisiera, podría huir, podría entregarse al silencio y pretender que nada había sucedido... Pero jamás podría acallar las voces que habitaban su cabeza...
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Casa de muñecas
Ella tiene un moño rosa sujetando sus cabellos y sus miedos.
Su madre, en el frágil silencio de los moribundos, tiene dibujada una sonrisa eterna.
Su padre, portafolio en mano, guarda sus dudas en los bolsillos de su traje.
Y, muy por encima de la casa de muñecas, hay un titiritero que los controla a todos ellos... Hasta que la noche cae y se alza el dominio de los misterios.
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Meses en los que él no puede dejar que ella lo olvide. Y ni siquiera está seguro de cuáles son los motivos exactos que lo impulsan a perseguir aquello que ya está perdido. A espaldas de Juliette, que confía en él más de lo que alguna vez podría haberlo hecho Emma (o que, simplemente, lo quiere mucho menos de lo que Emma lo había hecho). Ella es tan distinta. La antítesis perfecta. Alguien sin un pasado terrible, sin un bagaje insoportable a cuestas. Alguien con quien es sencillo lidiar. Alguien que no hace preguntas difíciles. Alguien tranquilo y paciente.
Era justo lo que Chase necesitaba.
O eso creía él.
Entonces, ¿por qué sigue buscando a Emma?
No es algo en lo que se detenga a pensar porque la realidad es que no quiere saberlo. Así que devuelve el móvil que pidió prestado y se enfoca en su trabajo de nuevo. Justo como Emma debería estar en esos momentos, concentrada en las planillas de las que muchas veces se había quejado. Él no tiene idea alguna de que ella ya no puede ir al trabajo siquiera. No sabe que cada semana tiene que ir a sus sesiones de terapia. Desconoce el hecho de que tenga que medicarse. No sabe cuánto daño le causó. No sabe sobre las reacciones que desencadenó.
