16 de octubre de 2013

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Había una vez una princesa que vivía en un reino perfecto. Era el Reino Inmaculado, donde el sol brillaba a diario y donde imperaba la paz. Pero un día fue saqueado, invadido por traidores que entregaron a la princesa a sus enemigos y finalmente destruido.

Y yo soñé con sus ruinas.

Las pasturas estaban muertas, las flores marchitas y los ríos secos. La tierra lloraba por la vida que había perdido y la princesa gemía desconsolada, entregando sus lágrimas y abriendo sus venas para compartir su dolor.

Cuando desperté, mis brazos escocían y nuevas marcas rojas florecían por mi piel.

La princesa aún estaba viva y su pena fluía a través de mí.

* * * * *

Nina y Eric se estaban riendo junto a la máquina de café cuando entré al diminuto salón de descanso. Me saludaron como cada mañana, con algo de indiferencia, esperando a que me fuera directamente a mi oficina después de obtener lo que hubiese ido a buscar. Pero no lo hice. Me serví una taza de aquella bebida de la que todos éramos ávidos consumidores y traté de participar en la conversación que tenían.

Traté.

Pero me sentía incómoda. Ellos mismos parecían sentirse igual, como si yo estuviese fuera de lugar. Puede que lo estuviera. A fin de cuentas, no solía charlar muy a menudo con ellos, y en los últimos meses no le hablaba a nadie.

Solo escribo y escribo y escribo y las letras se apilan, se amontonan y se derrumban unas sobre otras en un sinfín de lamentos. Eric y Nina no tienen idea y no puedo culparlos. Soy yo la que decidió recluirse en una cárcel de papel.

Me despedí de ellos y decidí que otro día, quizás, pudiese tratar de nuevo. Cuando estuviera lista. Cuando mi mundo no estuviera del revés y yo no estuviera a punto de caer. Otra vez.

* * * * *

Michael me preguntó si necesitaba que me llevara a mi cita con la doctora Liessen. Le agradecí por ello, pero me negué a que lo hiciera. Él tenía trabajo pendiente y, aunque fuera mi amigo, no podía ocuparse ni estar pendiente de mí constantemente. Dylan tampoco podía hacerlo.

Y lo había hecho, de todos modos.

¿Cómo podía pagarle aquello? Me carcomía la conciencia el saber que yo solo le daba la espalda cuando no aguantaba más, cuando él siempre mantuvo sus brazos abiertos, dispuestos a recibirme. Y yo no soy capaz de acordarme de una vez, en este último tiempo, en la que haya estado para él sin ser una sombra o un huracán. Siempre estuve ausente, perdida entre páginas y recuerdos.

Pensando en ti, Chase.

Pensando en lo que dejé atrás.

Pensando en lo que pudimos haber sido y lo que nunca fue.

Es hora de volver a la realidad y desterrar esos talvez.

* * * * *

El cuaderno reposaba amenazante en el escritorio. Casi temía que empezara a hablar a gritos, revelándolo todo a quien quisiera escuchar. Y el rostro de la doctora Liessen no me tranquilizaba en lo absoluto. Aunque mantuviera una sonrisa amistosa, podía ver lo que esa sonrisa escondía. Tenía mucho que decir y yo no sabía si estaba lista para oír.

Por más que no lo estuviera, lo oí igual.

—¿Desde cuándo empezaste a sentirte así, Emma?

—¿Sinceramente? No sé si alguna vez me sentí diferente.

—¿Antes de Chase te sentías igual?

—Antes de Chase...

Estaba rota. Sola. Desesperada.

Desesperada porque creía que yo no valía la pena. Que mi vida era solo una excusa.

Antes de Chase, al menos, tenía una identidad propia.

Pero esa identidad no era mucho mejor que la Emma de ahora. Aunque, en honor a la verdad, ya ni siquiera sabía quién era.

—Era un dolor distinto.

—Cuéntame sobre eso.

—¿Qué puedo decir? Siempre me sentí... Extremadamente sola. Desde pequeña —susurré esto último, estrujando la tela de mis pantalones.

—¿Por qué?

—Porque acercarme a la gente me da pánico.

Pero la soledad me mata.

* * * * *

Todavía no recibí un diagnóstico firme, pero la doctora Liessen me comentó sus conclusiones preliminares. Y las posibilidades no son alentadoras, pero no me sorprenden.

Depresión grave y estrés post traumático estaban tomados de la mano y habían encontrado en mi cabeza un hogar. Y uno de ellos estuvo acomodado en ese lugar durante mucho, mucho tiempo.

Lloré cuando llegué a casa, desmoronándome por completo. Lloré porque verdaderamente estoy jodida y enferma y ya no lo soporto. Ya no puedo luchar más en esta guerra que hay en mi mente. No tengo fuerzas.

No las tengo porque las gasté a lo largo de los años, tratando de ganar contra mí misma.

Es evidente que la lucha fue en vano.

Porque perdí, perdí de manera humillante y ahora estoy en ruinas.

De tu ex, con amor (Emma & Chase #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora