6 de noviembre de 2013

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Todo empezó con un sueño. Me atrevía a dar rienda suelta a mis sentimientos luego de tanto silencio y decía la verdad. Directamente, sin tapujos, confesaba aquello que no sabía que estaba guardando para mí. Poco después, despertaba.

Así me di cuenta de que me había enamorado de quien solía ser mi mejor amigo.

Apenas tenía catorce años y él era una de las únicas personas que me hablaba con asiduidad. Supongo que era inevitable que terminara por sentirme atraida por el chico que parecía preocuparse por mí cuando los demás solo notaban mi existencia en caso de necesitar un favor.

Obviamente, no terminó bien.

Pasé dos años manteniendo un secreto del que, a fin de cuentas, se enteró todo el mundo. Incluso él, pero nunca dijo nada. Yo tampoco. De hecho, después de que se pusiera de novio, nunca volvimos a hablar. Y no fue por el hecho de que detestara a esa chica (que lo hacía) o por pensar que tenía cierto derecho sobre él (algo impensable para mí). Fue porque me dejó de lado, así sin más. Ella lo rechazó en un principio y, a partir de entonces, él se alejó de todos.

En estos momentos, lo comprendo. Puedo entender por qué lo hizo. El dolor es un arma puntiaguda, sin mango. Es un filo sin fin, lacerante, y quien lo lleva a cuestas no puede más que sufrir y lastimarse una y otra vez. No importa cuánto tiempo pase, no importa la habilidad que uno desarrolle para sobrellevarlo: sigue lastimando. Así que lo entiendo, lo entiendo de verdad... ¿Pero después qué?

Su felicidad era lo único que parecía importarle. Volvió a juntarse con el resto de sus amigos y yo quedé en el olvido. Eventualmente, dejó de interesarme. Si yo no valía nada para él, ¿por qué habría de preocuparme? Dolió, como casi toda pérdida, pero me enseñó a ver las cosas de otra manera.

Eso creía. Tal parece que no aprendí nada.

Aun así, es gracioso, Chase. Aquella chica lo engañó con una sistematicidad que no cesaba de sorprenderme. Él la quería más que a nadie y ella se quería a sí misma de igual modo. Y quería a otros tantos chicos más. Por ese entonces ya teníamos diecisiete y éramos muy conscientes de lo que hacíamos. Y yo era muy consciente de que no era quien había salido perdiendo en ese juego. Sabía en quién confiar y en quién no; él, en cambio, estaba perdido.

¿Te suena familiar, Chase?

* * * * *

Creo que ni siquiera Michael tiene en claro lo que sucede entre nosotros. Sigue empeñado en pasar a buscarme cada mañana, como si yo hubiera olvidado cómo ir al trabajo. Sigue mirándome como si esperara que me desarmase frente a él. Sigue hablándome con extremo cuidado para no herirme. Pero ya estoy desarmada y herida, así que sus esfuerzos son vanos.

A veces pienso que los míos también lo son, pero luego veo mi reflejo y me convenzo de lo contrario. La tristeza que se ve a través de mis ojos no debería estar allí; la constante mueca de desagrado, tampoco. En algún momento tendría que aprender a vivir conmigo misma, con mi pasado, sin odiarme a cada minuto. Sin estar enterrada hasta el cuello por aquello que debería haber dejado atrás.

Es difícil lograrlo cuando tantas voces en mi cabeza tratan de convencerme de lo equivocada que estoy, diciendo cosas que ya estoy harta de oír.

Que no sirvo.

Que soy un desperdicio de espacio, de tiempo, y de todo lo que haya para dar.

Que soy inmunda y doy pena y vergüenza y asco.

Que no valgo nada.

Que debería haber muerto hace ya mucho tiempo.

Esas voces no se callan y es imposible estar en paz conmigo cuando mi mente está en plena guerra. ¿Cómo luchar contra un enemigo invisible? ¿Cómo huir de algo que es parte de mí?

De tu ex, con amor (Emma & Chase #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora