5 de octubre de 2013

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El señor Whitaker, mi jefe, habló conmigo ayer. Se sentó en la única silla que quedaba libre en mi pequeña oficina, poco después de que acabara mi llamada, y esta vez no era todo sonrisas.

—Señor...

—Oh, Emma, no vengas con eso ahora. No es momento de formalismos.

—Yo... Sí, está bien. Está bien —le respondí presuntamente a mis manos.

—Conozco a la doctora Liessen desde hace mucho. Me ayudó cuando Ilenia se fue... Ella puede ayudarte a ti.

—¿Qué sabes? Y ¿cómo? —Lo interrumpí.

—Te veo, Emma. Puede que no sepa con exactitud qué sucede, pero sé que pasa algo. Tú no te ausentas así como así, sin siquiera avisar. Ahora vuelves y pretendes que todo está bien... Pero te conozco desde hace años, al igual que a tu madre. No puedes comprarme con una mísera sonrisa, Emma.

—¿Mamá te dijo algo?

—Ella está preocupada. Esta semana no sabía qué hacer por ti.

Mamá. Había intentado protegerla de mí misma, pero no pude hacerlo. Solo era capaz de darle disgustos y causarle desilusiones.

Y lo sabía. Mamá sabía que había tocado fondo. Y aún no me había visto.

* * * * *

Unos pocos meses antes de cumplir cinco años, mamá y yo nos mudamos. Habíamos estado buscando una nueva casa por días y ella me llevaba a todos lados consigo. No me dejaba sola nunca, no después de lo que había pasado. Tampoco podía dejarme con mi abuela, por razones que eran obvias para ella, pero no para mí. Ella con suerte podía esta bajo el mismo techo que su padre. La realidad es que lo quería muerto. No solo eso: ella quería matarlo.

Yo ya no lo recuerdo, pero me contó que había ido a cumplir con ese cometido y que se detuvo a último momento. Cuchillo en mano, se tragó toda su rabia y lo dejó caer. Porque lo sabía. Sabía lo que pasaría si ella llevaba a cabo su plan.

La perdería.

Y si la perdía a ella, me perdería a mí misma.

Lo siento tanto, mamá. Me perdí, me perdí, y ya no puedo encontrarme.

* * * * *

Carne desgarrada. Sangre. Horror.

Mis dientes desgarraron tus labios y aquel líquido invadió mi boca. Primero fue un hilillo mínimo, luego el hilillo se convirtió en un río embravecido. Te alejaste bruscamente y la sangre cayó por mi barbilla. Tropecé, mis piernas flaquearon lo suficiente como para que el peso de mi cuerpo fuera demasiado para ser sostenido y terminé en el suelo.

Con miedo, más miedo del que creí que podría sentir.

Después... Fue como si no sintiera nada. Me encerré en mí misma y ya no vi más nada.

No supe cuándo te fuiste. No supe si dijiste algo al partir. No supe nada.

Hasta que desperté.

Y todo dio vueltas y vueltas y me intoxicó. Fui despedazada por dentro, manos invisibles arrancaron mil lamentos y lloré, grité, temblé como una hoja acarreada por el viento. Derrumbada en el suelo, parecía una muñeca rota abandonada cuya piel de porcelana ya no era tersa. Entre telas de araña y arañazos varios, cada parte se iba fragmentando.

Y por las grietas que se formaban se escapaban las ilusiones de una niña que no era tal y el dolor luego de tanto daño. Un dolor intenso de tono carmesí.

Aprendí que el rojo no es el color del amor y de la pasión.

Es el color del dolor, de la muerte y del engaño.

De tu ex, con amor (Emma & Chase #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora