–¿Qué, no dirás nada? No nos hemos visto en un año y tú ni siquiera me saludas –Magnus se recarga en su silla–. Eso es cruel, Alexander.
–¿Por qué le hablas a Jace como si fuera yo? –me acerco al enorme escritorio de mármol.
–Porque según los últimos informes el hijo primogénito de Robert y heredero de La Clave, es un apuesto chico rubio de ojos dorados. ¿Tú? –Magnus me mira por primera vez– Tú eres su sirviente.
Quisiera lanzarme encima suyo, pero con mucho autocontrol no lo hago, me limito a sostener su mirada desafiante. Magnus achica sus ojos provocando que por un momento parezcan de gato. Desvió la mirada.
–Nunca haz soportado ese truco –se mofa burlón–. Ahora, me gustaría hablar con tus señores sobre la transacción de diamantes.
–Sabes que no son mis señores y que yo soy la verdadera cabeza de esta operación –me cruzo de brazos–. No me iré.
–Oh, sí lo harás –Magnus rodea el escritorio–. Por esta sencilla y simple razón: apariencia.
–¿Qué? –pregunta Jace confundido.
–La apariencia es lo más importante en este negocio y justo ahora tu apariencia es ser el guardaespaldas de Jace. Y como todo guardaespaldas, lo esperarás fuera de este cuarto.
Rechino los dientes y aprieto los puños mientras esa molesta voz en mi cabeza habla y dice que tiene razón. Dejo salir un suspiro e indignado salgo del cuarto.
–Oh, y trae unos refrigerios.
Hago oídos sordos a la petición de Magnus. Quiero patear algo... quizá si destruyo esa linda pintura de Picasso borre la sonrisa en la cara de Magnus, pero esa voz habla de nuevo y me aconseja que lo mejor será no hacer enemistad con El grandioso de Brooklyn. Suelto un bufido al recordar ese auto título.
Magnus se hizo llamar así desde que comenzó con el tráfico de joyas. Es el mejor en ese campo. Su reconocimiento se extiende en todo el mundo por sus métodos tan perfectos, que nunca ha corrido el menor riesgo de ser atrapado. En una ocasión mandó una baraja de cartas a Japón, el comprador quiso matarlo cuando no recibió lo convenido, pero él le indicó que las cartas de diamantes estaban ahuecadas y al abrirlas encontró millones en polvo de rubí.
Magnus y yo estuvimos juntos por unos meses, claro que primero tuvo que firmar un contrato de confidencialidad, nadie podía, ni puede saber que yo soy el heredero de La Clave, ni mucho menos que soy gay.–Disculpa.
Alzo la vista y me encuentro con un hombre que usa una playera ajustada color verde y unos pantalones de tirantes a rayas amarillas. Su pelo es totalmente blanco, pero se ve joven.
–¿Qué sucede?
–El cargamento que sus señores han traído es muy generoso y nos hacen falta manos para transportarlo. ¿Podrías ayudarnos?
–Seguro.
–¿No informaras sobre tu ausencia?
Me regaño mentalmente. Claro, soy un subordinado, y todo subordinado debe informar a sus señores cada movimiento que haga.
–Pero están ocupados –intento zafarme–. Además, no creo que tardemos.
El chico ni lo piensa cuando, en dos latidos, queda frente a la puerta y toca suavemente.
–¿Quién es? –pregunta Magnus del otro lado.
–Mi señor, deseo hacerle informe.
La puerta se abre y Magnus ve por encima de su subordinado para verme.
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Siete Latidos ||Jonalec||
FanfictionUn latido, Jonathan me mira. Dos latidos, yo lo miro. Tres latidos, Jace alza su pistola. Cuatro latidos, Jonathan cierra los ojos. Cinco latidos, doy un paso al frente. Seis latidos, Jace grita y aprieta el gatillo. Siete latidos, la bala sale...