|| Sehnsucht ||

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||Jonathan||

–¡Vamos, parecen unas niñas corriendo! ¡Tiberius, te he dicho que levantes las piernas!

Veo al pequeño y flacucho chico de diez años intentar correr más rápido y levantar las piernas al mismo tiempo, pero eso parece imposible para él.

–¡Muy bien paren, paren! –grita el idiota desde lo alto de su silla estilo salvavidas– ¡Pensé que ya habíamos mejorado, ahora tendrán que hacerlo todo otra vez!

Tiberius, Julian, Livia y Drusilla se quejan con un suspiro agotador. No puedo culparlos, llevan entrenando más de cuarenta minutos y ahora el idiota los obligará a repetirlo todo.

–¡No quiero oír sus lloriqueos, andando!

Casi arrastrando sus pies, los pequeños Blackthorn comienzan a correr al rededor de la pista. Julian adelanta sin problemas a sus hermanos menores y mantiene un ritmo constante, es un chico de doce años con pelo castaño y un talento peculiar para la pintura. Siguiéndolo muy de cerca se encuentra Livia, cuyo largo cabello castaño vuela al viento siempre que da un paso, es una chica de diez años bastante activa y social, a diferencia de su gemelo Tiberius, que queda en último lugar. El pobre niño parece estar a punto de desmayarse del esfuerzo que hace, su corto cabello negro está pegado a su frente y nuca por culpa del sudor excesivo. En medio de él y su gemela se encuentra Drusilla, una pequeña de ocho años que corre con determinación y sin una gota de sudor cubriendo su pequeña y cachetona cara, decorada por sus ojos redondos y grandes del mismo color que sus hermanos, un característico azul verdoso.

–Jonathan, mira –pide con su dulce voz el más pequeño de los Blackthorn, Octavian.

Miro al pequeño de tan sólo cuatro años. Me muestra el dibujo de un hombre vestido de rojo y con su cabello definido por líneas negras. El hombre sujeta una pistola y está parado sobre el cadáver de otra persona, que a juzgar por el color rojo, sangra de la cabeza.

–Muy lindo –lo halago.

Octavian sonríe satisfecho y deja el dibujo en un pequeño montón. Toma una nueva hoja y comienza otro. Octavian no entrenará hasta cumplir los ocho años, pero a Valentine no le gusta que se quede en su cuarto todo el tiempo, así que me dejó la tarea de cuidarlo mientras sus hermanos realizan el entrenamiento obligatorio.

–¡Muy bien, deténganse! –grita el idiota y los cuatro Blackthorn obedecen con gusto– ¡Ahora, a los costales!

Los chicos caminan hasta el lugar donde varios costales están colgados y cada uno comienza a dar patadas y golpes a su respectivo oponente relleno de espuma. El idiota baja de su silla alta y camina hasta Tiberius para darle indicaciones de cómo patear y golpear el costal al mismo tiempo.

–¿Jonathan? –vuelve a pedir mi atención Octavian.

El pequeño muestra en alto y con orgullo su nueva obra.
Ahora hay un hombre cortado en pedazos con un charco de sangre rodeando las partes y junto a él está el mismo hombre que ha aparecido en los seis dibujos anteriores.

–¿Quién es? –señalo al hombre vestido de rojo que ahora tiene un cuchillo.

–Es mi papi Valentine –responde el niño–. Y este de acá es un enemigo de El Círculo.

–¿Y tu papi es el bueno?

–Sí, él es bueno –responde con una determinación que impresiona.

Sin saber cómo responder a eso, alboroto su cabello castaño y Octavian ríe dejando el dibujo con los otros, pero no toma otra hoja, en cambio guarda los crayones y estira sus brazos hacia arriba.

Siete Latidos ||Jonalec|| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora