—No iremos en el Firebird.
Will se detuvo en la puerta del garaje y se volvió para mirar a Samantha. Llevaba unos vaqueros y una camisa. La parte superior dejaba al descubierto una minúscula parte de su pecho. Después de haberla visto con el atuendo del día anterior, tenía la sensación de que ya conocía su cuerpo bastante bien. Pero mientras ella caminaba hacia el garaje, con los vaqueros moldeando su trasero y la camisa escondiendo sólo una parte de su bronceada piel, tuvo la sensación de que en ella todo era un misterio que necesitaba resolver.
—¿No vamos a ir en el Firebird? —preguntó, repentinamente preocupado.
Él y Zack esperaron mientras abría la segunda puerta del garaje. En la oscuridad del interior, Will atisbó el destello del cromo. Incapaz de deshacerse del todo de la primera impresión que le había causado aquella mujer, Will esperaba en parte que apareciera con un Lexus, un Carmy o un Accord. Pero no tuvo tanta suerte. El Bronco de color negro que salió del garaje le puso los pelos de punta.
Samantha abrió la puerta trasera del Bronco y esperó a que el niño se instalara antes de entrar él.
—Me gustaba más el otro coche —gruñó.
—Quizá éste sea mejor de lo que piensas —contestó Samantha crípticamente—. Ya verás.
Esperaba no tener que verlo. Si iban a necesitar los «poderes especiales» del Bronco, eso significaba que podían volver a encontrarse con problemas. No habrían cambiado de coche si Samantha no estuviera preocupada.
Tras acomodarse en el asiento de delante, se volvió hacia Zack. El niño había vuelto a colocarse los audífonos y volvía a tener aquella expresión de desinterés en su mirada.
Estaba más confundido que nunca. Pero, al parecer, Samantha pensaba encontrarse con Cassie en Butte para obtener alguna respuesta. Will no confiaba en Cassie y tenía la sensación de que Samantha tampoco. La idea no le hacía ninguna gracia, pero se recordó que aquello no era asunto suyo.
Zack se quedó dormido a los pocos kilómetros; se despertó un instante, el tiempo suficiente para abrazarse a su mochila, y volvió a dormirse.
—Tiene algo en la mochila —susurró Will, mirando a Samantha con expresión conspiratoria.
Samantha lo miró sorprendida.
—¿Qué quieres decir con eso de «algo»?
—Algo. Algo que quiere proteger. ¿No te has dado cuenta? En ningún momento pierde la mochila de vista. Incluso duerme con ella.
La mirada de Samantha decía que sí lo había notado. Pero estaba estudiando a Will, probablemente preguntándose por qué debería importarle. Después de aquel día, no volverían a verse otra vez.
—Gracias. Intentaré echarle un vistazo.
El aire dentro del Bronco pareció espesarse. De pronto, parecían estar demasiado cerca, demasiado confinados. El motor rugió. Y Will sintió que su corazón latía al mismo ritmo.
Pero Samantha rompió rápidamente el contacto visual y volvió a fijar la atención en la carretera. Pasaban un pueblo tras otro. Hindsale, Saco, Buffalo. Para cuando el sol había ganado altura, prestando su calor al interior del Bronco, Zack ya estaba despierto y quejándose de hambre, aunque había comido dos buenas rebanadas de pan, un vaso de leche y un plátano antes de salir. Samantha se echó a reír al tiempo que disminuía la velocidad al ver que se dibujaba una población en el horizonte. Se trataba de Malta, Montana. El hogar de los Mustang y la primera población suficientemente grande como para contar con una estación de autobuses.