Will no necesitaba preguntarle a Samantha lo que pensaba. Era obvio que ya no continuaba sosteniendo la inocencia de Lucas, y también que lo estaba pasando muy mal intentando digerir lo que había averiguado sobre él.
—¿Adónde vamos? —preguntó, mientras se montaban en la camioneta.
—Al apartamento de Lucas —contestó ella, con la mirada fija en la ventanilla, como si estuviera perdida en sus propios pensamientos. O, simplemente, perdida.
El apartamento de Lucas estaba situado en Fremonto, un curioso barrio con tiendas de coloridos escaparates e interesante arquitectura. Samantha había conseguido la dirección a través de la jefa de enfermería de la residencia de Wolf Point, pero no sabía si Lucas continuaría viviendo allí.
La vivienda resultó formar parte de un conjunto de cuatro casas situadas en la falda de una colina.
Will observó la calle mientras Samantha probaba las llaves de Zack. En cuanto la puerta se abrió, entraron rápidamente.
Una bocanada de aire húmedo y cargado les golpeó el rostro. Eso y el olor inconfundible de un alimento descomponiéndose.
—Oh, no —oyó que decía Samantha delante de él.
La casa había sido saqueada, pero como no había demasiado que tirar, tampoco era demasiado terrible su aspecto. Will tuvo la extraña sensación de que cuando Lucas había salido de allí, no pensaba regresar.
Miró a Samantha y comprendió que ella había llegado a la misma conclusión. Esta tiró un cojín que acababa de agacharse a recoger y soltó una maldición al llegar al cuarto de estar.
Sobre el escritorio descansaba un ordenador de dimensiones considerables, pero alguien había abierto la carcasa del ordenador y había destrozado su interior.
—Voy a mirar en el piso de arriba —dijo Samantha—. Había pensado en recoger algunas cosas de Zack, si es que todavía queda algo.
Will miró en la cocina y el baño y después la siguió al piso de arriba, en el que se encontraban los dos dormitorios. Toda la ropa de Lucas había desaparecido.
Al mirar a su alrededor, Will comprendió qué era lo que le había llamado la atención de aquel lugar. No había ni un sólo clavo en las paredes. Ni agujeros, ni ninguna huella que recordara que sobre ellas había colgado algún objeto. No había ni fotografías enmarcadas ni recuerdo alguno. Hasta el desorden parecía frío e impersonal.
Zack necesitaba un verdadero hogar, pensó, y retrocedió mentalmente ante aquella idea. Seguro que Sam le encontraba uno.
Pero se animó al entrar en la habitación de Zack. Aquello sí que parecía un espacio infantil. Las paredes estaban cubiertas de dibujos, todos ellos salidos de la mano de un niño con una viva imaginación.
—Caramba, Zack es todo un artista —le dijo a Samantha, que continuaba buscando en el dormitorio de Lucas.
Podía imaginarse a Zack pintando todos aquellos cuadros. Aquello le hizo sentirse un poco mejor al pensar en la educación que podía haber recibido el niño. Y también le recordó lo mucho que él dibujaba cuando era niño. Habían pasado años desde la última vez que había hecho algo con sus manos. Todo lo hacían ya los ordenadores.
La habitación de Zack también había sido registrada. El cabecero de la cama y los cajones de la cómoda iban a juego y ambos parecían reliquias del pasado de otro niño, sin lugar a dudas, Lucas. Algo le hizo pensar que Lucas quería realmente a aquel pequeño. Y sus sentimientos hacia él se suavizaron.
Buscó en los cajones, sacó parte de la ropa de Zack y la dejó sobre la cama. Al cabo de un momento, sintió que Samantha estaba tras él y se volvió.