Capitulo VIII

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A través de los copos de nieve, Will fijó la mirada en la entrada del edificio en el que Samantha había desaparecido minutos atrás.

La nieve caía formando un silencioso manto que le hacía sentirse completamente solo. Las luces de Butte parecían débiles y distantes.

Miró el reloj, ligeramente sorprendido al descubrir que todavía lo conservaba. ¿Significaría eso que se estaba ganando la confianza de Zack? La idea le gustaba. Miró la hora. Samantha llevaba fuera más de cinco minutos. Esperaba que no tardara en volver. Lo último que le apetecía era estar allí, sentado en la oscuridad, pensando en tonterías en las que no debería estar pensando y preocupándose por ella.

Pero no podía evitarlo. No le gustaba la idea de que Samantha se hubiera ido sola. Pero se recordó a sí mismo que aquélla era su oficina y aquel su trabajo. Y que él sólo iba a acompañarla durante el viaje.

Si las cosas hubieran ido tal como él había planeado, en aquel momento estaría con ella en un buen restaurante, conversando alrededor de una botella de vino y una cena deliciosa. Pero no, allí estaba, sentado en un coche que olía a hamburguesas grasientas, cuidando al niño que Samantha había robado. Y ella estaba…

¿Qué estaría haciendo? Miró el reloj. La ansiedad crecía minuto a minuto. Vio el fogonazo de una luz en un callejón de detrás del edificio. Tardó algunos segundos en distinguir su procedencia. Era una furgoneta oscura. El vehículo debía estar aparcado allí desde el principio, pero la nieve y la oscuridad les había impedido verlo. De hecho, no lo hubiera visto si el conductor no hubiera abierto la puerta, provocando que se encendieran las luces del interior.

Vio que algo se movía en la furgoneta y oyó un juramento. Distinguió entonces dos siluetas negras rodeando la furgoneta. Ambas llevaban abrigos y capuchas. Una era más alta y esbelta que la otra. Llevaban algo. Parecía ser una bolsa grande de lavandería.

Pero fue su forma la que lo inquietó: parecía contener un cuerpo. Las dos figuras llevaban la bolsa entre ellas. Cada una sujetaba uno de los extremos. Parecía pesar mucho, puesto que la arrastraban lentamente sobre la nieve.

Will se inclinó hacia delante, quitó las llaves, apagó la luz interior para que no pudiera verse desde fuera y salió. Pegado al edificio, se dirigió hacia la furgoneta. Se detuvo en una esquina. Podía oír voces precipitadas a un lado de la furgoneta.

—Agárrala bien —decía irritada una voz masculina.

—Estoy haciendo lo que puedo —se lamentaba la voz de una mujer—. Pesa mucho.

Instintivamente, Will se acercó a un montón de escombros y agarró un ladrillo. Como arma no era gran cosa, pero no tenía muchas opciones. Se movió rápidamente, negándose a pensar lo que podía haber en esa bolsa. Quién podía estar en esa bolsa. Soltó un grito y levantó el ladrillo mientras salía de detrás del edificio, esperando que el ataque sorpresa tuviera el efecto que necesitaba.

La mujer dejó caer el extremo del saco y corrió hacia la puerta de la furgoneta. El hombre pareció vacilar, pero Will se abalanzó sobre él demasiado rápido para que pudiera hacer nada más que soltar la bolsa. Cayó con un golpe sordo contra la nieve. Will lanzó con fuerza su ladrillo. El ladrillo hizo poco más que rozar el hombro del hombre, pero con un rápido movimiento, lo hizo retroceder contra la furgoneta.

Durante un instante paralizante, el hombre pareció debatirse entre renunciar a lo que llevaba en la bolsa o dejar que la mujer se marchara con la furgoneta.

Pero entonces la furgoneta comenzó a moverse y el hombre corrió tras ella, teniendo apenas tiempo de abrir la puerta de pasajeros y subirse, antes de que el vehículo se alejara por el callejón hasta desaparecer en la noche.

Una novia misteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora