Cuando por fin salió del baño, Samantha ya se encontraba un poco mejor, aunque continuaba temblando y todavía se sentía confundida. Pero estaba más decidida que nunca a mantener a Zack a salvo y a averiguar lo que estaba ocurriendo.
Aquel caso había pasado de ser el simple secuestro de un niño, por parte de un padre, a convertirse en un caso de asesinato. Todo su instinto le decía que tenía que dejarlo en manos de la policía. Legalmente, estaba obligada a hacerlo. Podía perder su licencia de detective privado, e incluso ser encarcelada por no hacerlo. Pero no podía correr el riesgo de que le dieran la custodia de Zack a su madre biológica. Y, al menos todavía, no tenía ninguna prueba contra Cassie.
Pero no podía olvidar el mechón de pelo rubio que había visto justo antes de ser golpeada, drogada y metida en un saco. Se abrazó a sí misma, estremecida hasta el alma por aquel recuerdo. Cassie era rubia y había dicho que se pasaría por la oficina de Sam si no se encontraban en las galerías. ¿Y no sabía Sam por experiencia propia de lo que Cassie era capaz?
¿Pero un asesinato?
—¿Quieres un poco de pizza? —le preguntó Zack, preocupado cuando la vio salir del baño.
Sólo por educación, tomó una porción y la probó. Pero ni siquiera Zack comió con su habitual entusiasmo. Parecía preocupado por ella y los intentos de Samantha de darle confianza no parecían ayudarlo.
—¿Puedo ir a ver la tele a mi habitación? —preguntó, dejando la pizza a medio comer.
—Claro —le dijo Will, y le revolvió cariñosamente el pelo cuando pasó a su lado.
Zack le sonrió por encima del hombro mientras pasaba a la otra habitación. Dio algunos saltos en la cama y se sentó a ver la televisión.
—Eres muy bueno con él —le comentó Samantha.
Will soltó una carcajada.
—Créeme. Sólo estoy improvisando. No sé absolutamente nada de niños.
—Pero alguna vez querrás tener hijos.
Will desvió la mirada.
—Sí, claro, algún día.
Se hizo un tenso silencio entre ellos. Samantha se preguntaba si habría dicho algo que no debiera.
Will comenzó a recoger los restos de la pizza. Samantha lo observaba, extrañada por su repentina evasiva. Eran tantas las cosas que no sabía sobre Will. Le había salvado la vida. Pero sentía hacía él mucho más que gratitud. Algo que en absoluto le convenía. Entre otras cosas, porque Will no era el tipo de hombre que se enamoraba de una detective.
Fue a buscar su bolso y sacó el teléfono. Cuando la telefonista del departamento de policía le contestó, preguntó por su padre.
—¿Dónde estás? —preguntó su padre, haciendo obvios esfuerzos para no levantar la voz—. Estaba terriblemente preocupado por ti.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —preguntó Samantha, con fingida inocencia.
—Esta noche han matado a un hombre en tu despacho.
Así que alguien había llamado a la policía.
—Estás bromeando.
—¿Dónde estás, Sam? —volvió a preguntar su padre.
—De camino hacia Seattle. ¿Quién ha llamado a la policía? —preguntó, ignorando el escepticismo de su padre.
—Ha sido una llamada anónima.
—¿Y tienes idea de quién era el hombre al que han matado?
—Al Knutson, más conocido como Al el Buey. Un antiguo luchador profesional convertido en ladrón. Supongo que no lo conoces.