Capítulo Uno

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1

Abrí mis ojos con pesadez e inmediatamente llevé mis manos a mi cabeza, sentía un fuerte dolor en mi cráneo. El ruido metálico que me rodeaba, comenzaba a aturdirme.

No sabía dónde me hallaba, apenas había una luz tenue en esta especie de caja metálica. Me coloqué de pie intentando buscar una forma para escapar de este lugar, pero solo había cajas llenas de comida, incluso jaulas con animales.

¿Dónde me hallaba?

El tiempo parecía haberse detenido, había olvidado cuanto tiempo había pasado desde que desperté aquí ¿sería de noche afuera?

Ruidos discordantes de cadenas y poleas, como la maquinaria de una vieja fábrica de acero, resonaron por todo el compartimento, rebotando en las paredes con un chirrido apagado
y férreo. El oscuro elevador se mecía de un lado a otro durante la subida, provocándome náuseas; un olor de aceite quemado saturó mi olfato, haciéndome sentir peor. Quería llorar, pero no tenía lágrimas; no me quedaba más que permanecer sentada allí, sola, esperando.

Me llamo Isabel, pensé.

Eso era lo único que recordaba acerca de mi vida. No podía entender lo que estaba ocurriendo. Mi cerebro trabajaba perfectamente,  tratando de evaluar dónde me hallaba y cuál era mi situación. Toda la información que tenía invadió mi mente: hechos e ideas, recuerdos y detalles del mundo y su funcionamiento. Me imaginé los árboles cubiertos de nieve, corriendo por un camino tapizado de hojas, comiendo una hamburguesa, nadando en un lago, el reflejo pálido de la luna sobre la pradera, el bullicio de una plaza de ciudad. Sin embargo, no sabía de dónde venía, y cómo había terminado adentro de ese sombrío montacargas, ni quien eran mis padres.

Imágenes de individuos pasaron fugazmente por mi cabeza, pero no reconocí a nadie, y sus caras fueron reemplazadas por siniestras manchas de color. No guardaba en mi memoria
ningún rostro conocido ni recordaba una sola conversación.
El elevador continuó su ascenso, balanceándose; me volvió inmune al incesante repiqueteo de las cadenas que me llevaban hacia arriba. Pasó un largo rato. Los minutos se convirtieron en horas, aunque era imposible saber con certeza el tiempo transcurrido, pues cada segundo parecía una eternidad. No. Creía ser inteligente. Mis instintos me decían que había
estado moviéndome durante casi media hora.

Con sorpresa, sentí que el miedo desaparecía volando como un enjambre de mosquitos
atrapados por el viento, y era reemplazado por una profunda curiosidad. Quería saber dónde me
encontraba y qué estaba ocurriendo.
El cubículo se detuvo con un crujido; el cambio súbito me arrojó al duro suelo. Mientras me levantaba con dificultad, sentí que la oscilación disminuía hasta desaparecer. Todo quedó en silencio.

Transcurrió un minuto. Dos. Mire hacia todos lados pero no vi más que oscuridad.

Toque las paredes otra vez en busca de una salida, pero no encontre nada, sólo el frío metal. Lance un gruñido de frustración. El eco se extendió por el aire, como un gemido de ultratumba.

Respire sobresaltada mientras miraba
hacia arriba. Una línea de luz apareció a través del techo del ascensor y se fue expandiendo.

Tras un chirrido penetrante vi un par de puertas corredizas que se abrían con fuerza. Después de estar tanto tiempo en las tinieblas, la luz me encegueció. Desvie la vista y me cubrí la cara
con ambas manos

Escuche sonidos que venían de arriba: eran voces. El temor me estrujó el pecho.

- Pero... ¿qué mierda está sucediendo?

- ¡Llamen a Newt!

- Esto será divertido...

- Cierra la boca, shank.

Sentí una ola de confusión mezclada con pánico. Las voces eran extrañas y sonaban con eco. Algunas palabras eran incomprensibles, otras resultaban familiares. Entrecerre los
ojos y dirigí la mirada hacia la luz y hacia aquellos que hablaban. Al principio, sólo vi sombras
que se movían, pero pronto comenzaron a delinearse los cuerpos: varias personas estaban inclinadas sobre el hueco del techo, observándome y apuntando hacia mi.

Y luego, como si la lente de una cámara hubiera ajustado el foco, las caras se volvieron nítidas. Eran todos muchachos: algunos más chicos, otros mayores. No sabía qué estaba
esperando encontrar, pero estaba sorprendida. Eran adolescentes. Niños. Algo del miedo que sentí se desvaneció, pero no lo suficiente como para calmar mi acelerado corazón.

Alguien arrojó una cuerda con un gran nudo en el extremo. Primero dude, pero después subi el pie derecho y me aferre a la soga mientras me izaban hacia el cielo. Varias manos se estiraron hacia mi, aferrándose de la ropa y atrayéndome hacia la superficie. El mundo
parecía un remolino brumoso de rostros, colores y luces. Una avalancha de emociones me desgarró las entrañas; quería gritar, llorar, vomitar. El coro de voces se había apagado pero, mientras me levantaban sobre el borde afilado de la caja negra, alguien habló. Supe que nunca olvidaría esas palabras.


—Encantado de conocerte, soy Newt—dijo el chico—. Bienvenida al Área.









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