Noche de Bodas

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Ella caminaba hacia atrás, él la dirigía a estrenar su amor, su dormitorio, su cama, a sentirse uno, y los dos se sentían igual de apresurados por apropiarse del cuerpo del otro y a la vez temerosos de ese encuentro deseado, era todo tan extraño, tan... como la primera vez.

Llegaron a la puerta y el caballero alzó en brazos a su mujer, esta aprovechó la poca distancia para besar sus labios y saborearlo a pleno, la bajo lentamente como no queriendo separase, ella comenzó su juego botón por botón, esa camisa no resistiría y de ser por él los botones habrían salido desprendidos por la fuerza.

El cierre del vestido comenzó a deslizarse, dejando un camino de caricias que prometían un placer incalculable, sus labios de apoderaban de la boca de su amor, y luego recorrían un imaginario camino hasta sus senos los que quedaron a su merced por la falta del vestido, el pecho de él fue marcado a brasas con forma de corazón, los besos de ella eran fuego en su piel, el cinto desapareció de su enganche con la hebilla, el pantalón cayó al suelo, junto al vestido, tan enredados como sus dueños, las caricias calentaban y los cuerpos se humedecían, convirtiéndose en tierra fértil, y ardiente volcán en el borde de la erupción.

Llegaron sin ropas a la cama, llevaban muchos años sin este ejercicio sublime de entrega al otro, ambos por el mismo motivo, porque sabían, aprendieron que sin amor entregarse no valía la pena, ahora se sabían amados y querían entregarse, querían llenarse el uno del otro, recibirse ambos, en ese acto que une para siempre. 

Ella lo esperaba sostenida en sábanas de seda, él fue acariciando sus pies, besando sus rodillas, sobresaltándola en cada caricia, iba subiendo lentamente, conociendo, acariciando, mortificando sus piernas, recibiendo en recompensas tímidos gemidos, algún espasmo involuntario del cuerpo torturado a besos y caricias, caricias que su cabello, su rostro, su espalda también disfrutaban y hacían que su cuerpo reaccionara juntado toda la energía, toda la vida acumulada para compartirla con ella; besó levemente su intimidad, siguió subiendo, deseaba entrar a su fuente, deseaba acariciarla desde dentro, seguían subiendo los besos que jugaron con su ombligo, con su estómago, sus senos a los que atendía tan presuroso como generoso en atenciones en besos y caricias interminables, la fuente se estaba derramando en el interior de ella, y él no aguantaba más sus deseos de complementarla, de hacerla suya, de sentirse completamente suyo.

_Estás lista amor _ preguntó como un novato en las artes de amar.

_Te deseo tanto_fue la respuesta que obtuvo.

Se dirigió a la fuente mientras ahogaba los gemidos con sus labios. La humedad le permitía entrar lentamente, sintió un stop, un pare, un algo que no debía estar ahí.

_¿Te sientes Bien? _La miró asustado, ella era madre, no podía ser eso, que él estaba pensando.

_Tú sigue _ Ordenó su reina, ella tampoco entendía que estaba pasando.

Sintió claramente como se abrió paso, el dolor fue intenso, tanto que gritó cuando quería gemir, él paró dándole tiempo a reponerse y a la vez la besaba más, la acariciaba más. Comenzó a moverse, acariciándola desde su interior, estaban en la cima del placer, a ella aún le dolía un poco, pero no era inexperta, vivió cinco años con Ron, y nunca se sintió así, nueva, era como si volviese a ser virgen, como si volviera a empezar, la vida da vueltas, y la muerte también y en este caso la muerte dio vida, una nueva vida se estaba creando en un momento mágico, único pero eterno y la fuente se derramó para apagar el volcán, la semilla cayó en tierra fértil, tierra que antes era estéril pero ahora, ahora paradójicamente  gracias a la muerte, era fértil, muy fértil.    

La noche se hizo corta entre ansias, deseos satisfechos y amor cumplido empezaban una vida juntos, alcanzando la plenitud de ellas unidos en el amor, la dicha, la gloria, la sencillez que da la grandeza del amor.

El sol baño sus cuerpos arropados solamente entre los brazos del otro entibiándolos para despertar, escuchando ángeles recitando sus nombres y otros más que no lograban entender, eran suspiros del viento, movimientos de hojas. La muerte espiaba tras la ventana y disfrutaba con maliciosa arrogancia el precio de dejarlos vivos que ambos debían pagar.


Amor en OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora