El nuevo.

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Mis pasos se escuchan al caminar en la fría acera y el pegajoso asfalto, en ecos. No hay ni una sola alma viva por aquí, que hasta me permito creer que es una calle fantasma. Cubierto de la oscuridad que otorga el cielo al caer la noche, con la única luminosidad que cede la luna, con las manos en los bolsillos, la cabeza agachada y escondida por el gorro.

Nunca había estado aquí y prefería nunca haberlo hecho. Cuando llegué a la ciudad en donde mi hogar se aloja, me di cuenta de que hay muchas personas ahí como para hacer un gran escándalo por ver a uno de los chicos que acabaron con Supertron. Así llegué a este peculiar bulevar. Escogí el callejón mas sombrío y siniestro que encontré, que ni los vecinos más chismosos se atreverían siquiera a asomar su cabeza, y me hundí entre sus sombras.

Puedo llegar lo más rápido a mi casa con tan sólo dirigirme a la parada de autobuses más cercana, pero decido que iré a pie, perfecta oportunidad para pensar, hay muchas cosas en qué.

Es increíble cómo, de un momento a otro, pasé de ser un chico normal, sin diferencia alguna a los demás, a ser lo inimaginable: un superhéroe. También pienso en mi nuevo equipo. Ninguno tiene poderes, excepto la Reina de las Nieves y Corona, pero su actitud y valentía los hacen ver especiales, diferentes, héroes. Si yo no tuviera mis capacidades, mientras ellos se enfrentaron a decenas de robots asesinos, yo ya estaría comprando mi voleto de avión hacia el otro lado del mundo para escapar de Supertron.

Aunque estoy a una cuadra, desde la distancia, puedo divisar mi casa. La sala de estar tiene la luz encendida y la de la habitación, que es la de mi madre, apagada. Se logran ver algunos destellos y cambios de color de luz de vez en cuando de ésta, es el televisor. Me alegra que mi mamá no se haya preocupado y esté viendo, como de costumbre, su programa nocturno que comienza a las nueve de la noche.

Me doy cuenta de que estoy equivocado. Al parecer, sacó una silla del comedor y está sentada frente a la casa, esperándome. Al verme, se para tan veloz que me cuesta seguir sus ojos, que apenas se ven gracias a la negrura de la noche. Titubea, preguntándose si enserio soy yo o se confundió con otra persona. Al cabo de unos segundos me reconoce y comienza a caminar en mi dirección, para después correr todo lo que, sus aún jóvenes, piernas pueden.

Cuando menos me doy cuenta, ya estoy entre sus brazos, me abraza tan fuerte que, de alguna manera, me hace sentir culpable. Paso mis brazos por su espalda y la aprieto a mi cuerpo. Huelo su tan singular aroma: rosas y un poco de fresa.

-Estoy bien -le susurro al oído, con dulzura.

-Lo sé -me dice en el mismo tono.

-¿Llegué a tiempo para la cena? -pregunto separándome. No quiero ver sus hermosos ojos color avellana con ni una sola lágrima.

-Claro que no, tú no. Estás castigado. No tendrás cena. -me dice en voz alta, sabiendo que adoro comer y que, si fuera por mí, me comería un rinoceronte entero.

-¡¿Qué?! Pe...pero, ¿por qué? -no lo puedo creer. No se atrevería. ¿O sí?

-Por que saliste de casa sin permiso... -abro mi boca para decirle que eso no es verdad, pero ella habla antes que yo, callándome- Nunca te dije , ¿o me equivocó? Y para acabar, mira la hora, llegaste casi a medianoche.

-Eres mala -le digo serio, pero con cierta pizca de diversión.

***

Estiro mi brazo hacia la derecha, sacándolo de entre las cobijas para presionar el botón que apaga la alarma a las cinco de la madrugada. Me siento en la cama y, al hacerlo, hago una mueca por el dolor que siento, que me hace recordar cómo me recibió mi hermana al entrar a casa junto con mi madre ya hace un día: Llegué al comedor, donde mi hermana estaba ya esperando para comenzar la cena. Al verme se lanzó hacia mí para abrazarme. Por instinto, como una cebra habría hecho si un león se le hubiera aventado, aunque no tan intenso, dí un paso atrás. La fuerza con la que se abalanzó mi hermana fue suficiente como para dar otro paso hacia atrás, provocando que me golpee con la esquina de la mesa del comedor, obteniendo así un dolor muy agudo.

Pero éso no fue lo único que me impactó con fuerza ese día. Ya que, al ir a mi cuarto para echarme una satisfactoria siesta, por lo cansado que fue el día, advertí varias cajas en mi cuarto, las cuales contenían absolutamente todas mis cosas: ropa, útiles de la escuela, objetos preciados, todo. Mi habitación estaba absolutamente vacía. Al preguntarle a mi madre de que se trataba, me dijo que nos mudaríamos, y no a cualquier lugar, sino a la mismísima cuidad en la que me enfrenté a Supertron.

Me comencé a reír justo ahí. Pero ella me calló, ayer nos acabamos de mudar, y, ahora, trato de acostumbrarme a esta nueva vida.

Estando frente a mi armario, lo abro, bostezando y aún sin despertar por completo. Busco con la mirada, algo perdida, el gancho que tiene la ropa que preparé ayer para la nueva prisión a la que me trasladaron desde que llegué aquí. Con nueva prisión me refiero a la nueva universidad a la que estoy obligado, bajo mi voluntad, a asistir: Halton Hill. La idea de ir no es tan mala, aunque con éso no digo que sea para nada buena, lo que me baja de ánimos es saber que seré "el chico nuevo". Trato de no pensar en éso, lo intentaré ignorar cuando esté allá.

Al cabo de unos minutos, termino de vestirme y bajo las escaleras para luego dirigirme
a la gran cocina que tenemos. Tomo la caja de cartón de los cereales de chocolate que tanto amo, los sirvo en un plato de vidrio y luego le agrego la leche. Mi madre está durmiendo gracias a que, al mudarnos, consiguió un empleo que la hace trabajar tiempo nocturno. Pasa casi toda la noche ahí, hasta que los otros trabajadores llegan y ella ya puede regresar a casa, calculando, como a las cuatro y media de la madrugada. Así que dormirá y ya no se levantará ni para darme un beso cuando vaya a la universidad.

***

Doy un suspiro, justo enfrente de la entrada a Halton Hill, viendo cómo todos los universitarios llegan, algunos llenos de energía por ver a sus amigos de nuevo, otros completamente apagados por volver al infierno, pero ninguno para estudiar, estoy seguro.

-Sólo ignoralos. -me digo con determinación.

Pero aún después de llenarme de voluntad, se va tan rápido como comienzan las torturadoras miradas exclusivas para los de nuevo imgreso. Un nuevo ingreso fuera de lo común. Me comen con la mirada y, para no bajar la cabeza como perrito regañado por nerviosismo, veo hacia delante, con una mirada perdida.

Llego a la dirección de la universidad, doy tres golpecitos en la dura madera de la puerta blanca, que tiene colgado el tan normal cartel que dice dirección. Entro tras oír las clásica palabra "pase". Y me encuentro con el famoso director sentado en su escritorio de oscuro café.

-Disculpe, director. Acabo de llegar y me gustaría pedir mi horario para saber que clase me toca ahora.

-Ah, claro. Eres el nuevo, ¿no? -muevo la cabeza afirmando lo obvio. See... el nuevo- Ve con la Secretaria, está en la oficina siguiente. Pideselo y te lo dará.

-Se lo agradezco. Buen día.

-Igualmente.

Voy a donde me dijo. Y me encuentro con una joven y apuesta mujer con lentes negros y cabello castaño.

-Buenos días, vengo a pedir... -no me deja terminar.

-Tus horarios, ¿tú eres el nuevo no?, el director Claus me avisó. -me dice con una sonrisa amigable.

Me ofrece una hoja de papel con materias y horas escritas extendiendo su brazo hacia mí. Yo la tomo rápido. Le dirijo una sonrisa similar a la suya.

-Exacto, gracias.

-No hay de qué -apenas la escucho. Salgo rápido de su oficina para dirigirme a mi primera clase al ver que es tardísimo, aparte de que no quiero seguir oyendo que me llamen por lo que soy.

Pero, ¿cómo evitarlo? Por que tal y cómo me llamó el director, tal y cómo me dijo la secretaria, tal y cómo insinúan todas las miradas posadas en mí, tal y cómo yo imaginé que sería al llegar aquí, yo soy el nuevo.

'The Big Eight' -SuperHéroes del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora