Tres

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TERRADUSTA

De huraños habitantes y desabrido paisaje, eran pocos los viajeros que se arriesgaban a caminar por aquellas tierras.

 

-¿A quién decís que servíais?

-A nadie señor, es muy reciente mi nombramiento.

-¡Pandilla de inútiles! ¡Siempre me hacen lo mismo! ¡Despojos, eso es lo que me envían, los despojos que a ellos no les sirven! ¡La escoria!

El transcurrir de los días y el cansancio me habían llevado hasta unas inhóspitas tierras, con un señor todavía más inhóspito, que haciendo gala de muy mal carácter y de un desagradable aspecto, no dejaba de gritar.

-¿Para qué quiero yo a otro inexperto caballero? ¿Acaso ellos no pueden alimentaros?

Con aparente tranquilidad, pero encendido el ánimo, apretaba los puños y observaba inerte como aquel hombre se movía haciendo extraños aspavientos, agitando mis credenciales en su mano y tirando todo aquello que a su paso se encontraba.

Los sirvientes, acostumbrados tal vez a los arrebatos de su señor, se escondían en las esquinas evitando ser objeto de sus iras.

-¡Está bien, id a las cuadras! ¡Allí os darán trabajo! –indicó de mala gana, visiblemente aliviado ante la posibilidad de alejarme de su presencia.

-No se lo toméis a mal. Don Biliaris es un hombre sumamente amargado. Sus agresiones no son nada personales. Simplemente aprovecha la ocasión para descargar sus ánimos enloquecidos.

Francus, encargado de las cuadras, hablaba de su señor como si de un hijo se tratara. Tal vez los años de servicio hubieran alimentado el afecto, pero yo no podía menos que corregirlo en su desatino.

-Entiendo lo que decís, señor, pero no puede tratar así a la gente. No puede tomar de su rango esas libertades.

-¿Y podéis vos tomaros del vuestro, la libertad de recordárselo?

Sin respuesta a su pregunta, decidí continuar con mi trabajo. Tal vez mantener la boca cerrada fuera lo más adecuado.

El trabajo era monótono, aburrido y estaba mal considerado, y yo me preguntaba frecuentemente qué hacía allí y en aquellas condiciones. Lejos de satisfacer alguno de mis deseos, veía como mi vida se convertía en algo que distaba mucho de mis expectativas. Caballero... Caballero, ¿para qué? ¿Para pasarme el día limpiando las cuadras y a sus animales?

Comenzaba a atardecer, y cargado de lamentaciones arrastraba los pies por el sendero. A lo lejos, un vibrante galope levantaba agitado el polvo del camino. La figura fue tomando forma hasta llegar a mi altura, donde un hombre fuerte, de porte erguido y mirada firme, reclamó mi atención.

-Buenos días, señor.

-Buenos días –respondí yo sin mucho ánimo.

-Estoy buscando al caballero Mateus. ¿Podríais vos ayudarme?

-Yo soy el caballero Mateus. ¿Quién le reclama?

-Disculpad señor mi torpeza. Mi nombre es Valgus y me envían para haceros una entrega.

-¿Una entrega? ¿De qué se trata?

-No lo sé, señor. Yo sólo cumplo órdenes. Debo entregaros esto y no esperar respuesta. Es todo lo que os puedo decir. Aquí tenéis, señor -añadía al tiempo que me acercaba un pequeño envoltorio-. Doy por finalizado mi cometido. Ahora tengo que regresar.

La Respuesta FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora