Siete

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Que cada palo aguante su vela.

Todavía no había amanecido cuando recibimos la noticia. Su mujer, desesperada, enjugaba las lágrimas y repetía el mismo discurso una y otra vez.

-¡Le dije que no se fuera, que no se fuera! Sabía que yo tenía un mal presentimiento, pero no me hizo caso. Le dije que no se fuera...

Y en aquella ocasión, era yo el que la consolaba.

Transcurrido casi un mes de la partida de Vágarus, Trínitas comenzara a preocuparse argumentando que su marido siempre había sido un hombre de palabra e insistiendo en su convencimiento de que algo grave debía de haberle sucedido para retrasarse de aquella manera, aparentemente sin necesidad.

Todos en la casa ofrecíamos argumentos para que aquella desconfiada mujer, se aquietara y considerara otras opciones. ¡Esfuerzo inútil!

Los días fueron pasando, e influido por su desesperación, hasta yo mismo valoré posibilidades que, por escabrosas, decidí rechazar.

Pero así sucedió. Y a pesar de nuestros deseos y de nuestras esperanzas, la vida tuvo para él planes diferentes, y para todos nosotros, una vez más, el aprendizaje de que todo sigue su curso al margen de nuestras expectativas. Nos guste o no.

Era una noche oscura, cubierta de frío y de niebla. Angustiado y confundido sin poder dormir, un paseo parecía la mejor opción para despejar los sentidos y aclarar la mente. El impávido aliento de la oscuridad confirmaba la soledad que se había arraigado en mi alma y los susurros de la noche me reprochaban mi inquietud y mi desconsuelo.

La vida, encauzada hacía tiempo, se había despeñado con la rapidez de la inconsciencia. Asqueado de mi persona, eran mis propios pasos los que me conducían hacia el abismo.

-No es ese el camino -susurró una voz entre las brumas.

Asustado, me giré. Tan sólo la oscuridad me fue revelada.

-No es ese el camino -repitió.

-¿Quién hay ahí? ¿Qué queréis?

Toda la bravura de antaño había desaparecido aquella fatal mañana. En aquellos momentos, sabedor de mi incapacidad para defenderme, la rabia era doblemente fomentada. Se hacía evidente que había perdido total y absolutamente el control sobre mi vida.

-De eso se trata -decía la voz-. No hay nada que controlar. Cuanto más lo intentéis, más difícil os resultará. Soltad... Aceptad y soltad. Tan sólo se trata de eso.

-¿Soltar? ¿Qué es lo que hay que soltar? -reclamé a un interlocutor desconocido.

-Todo. Habéis de soltarlo todo. Las expectativas, los deseos. Lo que creéis que sois y lo que no sois. Aquello que queréis llegar a ser y lo que nunca habéis sido. El pasado, el futuro. Todo. Solamente el presente os proporcionará las armas necesarias para la batalla que ahora os ocupa.

-¿Qué decís? ¿Qué clase de locura es ésta? -gritaba presa de la desesperación-. ¿A qué os referís?

-A la vida... Dejadla correr... No podéis seguir controlando... No podéis seguir reteniendo...

Y como un susurro disuelto en el velo de la oscuridad, las palabras enmudecieron engullidas por el silencio.

-¿Quién sois? ¿Qué queréis de mí? -clamaba angustiado-. ¡¡Mostraos!! ¡¡Os lo exijo!! ¡¡Mostraos!!

Y mis gritos se ahogaron entre las cuatro paredes que me cobijaban. Era más de medianoche y tan sólo la luna custodiaba mi sueño.

-Me voy.

La Respuesta FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora