Cuatro

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EL DEBER

¿Una obligación? No. Simplemente una liberadora satisfacción.

-¿Desde cuándo estáis aquí?

-No lo sé. Puede hacer una semana, o tal vez dos. ¡Qué sé yo!

-No podéis dejar que la rabia os arrastre de esta manera. Tenéis que conocer vuestros propios límites y actuar en consecuencia.

-Eso es precisamente lo que estoy haciendo, actuar en consecuencia.

-¿A qué os referís? -preguntó Francus.

-Decidme, ¿qué sabéis de mí? -respondí.

-Apenas nada. Sé que sois un caballero al que el Rey ha destinado a estas tierras. ¿Por qué? ¿Me pierdo algo interesante?

-Sí, lo más interesante. Yo no soy un caballero; lejos estoy de convertirme en ello y lo que aquí veis, es la mejor forma de que dispongo ahora mismo para ir acortando el camino.

-Sigo sin comprender.

-No os culpo. También es difícil para mí, pero es lo que sé que debo hacer en estos momentos.

-¿El qué? ¿Sacrificaros? ¿Trabajar noche y día sin apenas comida ni descanso?

-Puedo soportarlo. Por cosas peores he pasado y a cosas peores he sobrevivido. No os preocupéis por mí.

-No, si la realidad es que no me preocupo por vos; me estoy ocupando de mí mismo, pues cuando el señor cuestione vuestro comportamiento y arremeta contra todos nosotros, yo estaré ahí para ser pasto de su ira.

-No os preocupéis por eso. No arremeterá, os lo aseguro.

-Vos no le conocéis.

-No. Tenéis razón. No le conozco.

Y sin darle la más mínima importancia a sus preocupaciones, seguí desempeñando mi tarea.

-¿Decís que habéis terminado?

Encarar la mirada hiriente de Don Biliaris obligaba a contener la respiración.

-Sí señor -respondí tranquilo. Por mi parte, no estaba dispuesto a dejarme amilanar.

-Está bien, ya pasaré a verlo. Seguid ayudando a Francus en las caballerizas.

-¡Señor Mateus, señor Mateus, el señor quiere veros!

Un criado asustado anunciaba el inevitable momento. Con las piernas temblorosas me dirigí al encuentro.

-¿Qué os habéis creído?

Los ojos parecían salírsele de las órbitas.

-Disculpad señor, pero no logro entenderos.

De no haberme controlado, hubiera sido yo el siguiente en elevar la voz.

-¡No os hagáis el listo conmigo! ¡Cuando vos vais, yo ya vengo! ¿A qué estáis jugando? ¿Cuál es el as que creéis tener guardado en la manga?

Era francamente difícil tener una pacífica conversación con aquel hombre. A pesar de todo, lo intenté.

-No guardo as alguno, señor. Simplemente he hecho mi trabajo tal como vos me indicasteis.

-¿Trabajo? ¡Esto no es trabajo! ¡Es una ofensa! ¡Exactamente lo mismo que hubiera hecho yo en vuestro lugar! Decidme, ¿queréis retarme? ¿Queréis mantener conmigo una de esas batallas que tanto anheláis? ¡Luchemos pues! ¡Pero os advierto, señor caballero, soy un difícil adversario; el más difícil! ¡Acompañadme!

La Respuesta FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora