CAPÍTULO OCHO

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TOXOPLASMA GONDII

          Me sorprendí al ver que no entré en pánico, al contrario, estuve firme viendo a los ojos al señor que ahora era uno de ellos. Él corrió hacia mí, su boca estaba de par en par y de ella sólo salían puros gruñidos.

—¡Que alguien ayude a mi hermano! —gritó la chica mientras esquivé a su abuelo.

          El viejo Contemporáneo cayó por los escalones largos hasta casi llegar a la tarima, haciendo que las personas que estaban en esa fila salieran corriendo aterrorizadas hacia arriba.

—Tito, ¿Estás bien? —La chica seguía sollozando con la mano en el orificio donde una vez estuvo la oreja del muchacho. Ella estaba en el suelo y tenía el cuerpo de su hermano en su regazo.

          Me acerqué a ellos y al lado de nosotros vi como unos hombre uniformados de azul bajaban con sus armas hasta donde estaba el Contemporáneo. Las botas de ellos hacían un estruendo cuando pisaban, sus rostros se veían vacíos, parecía que no querían estar allí.

         Yo tampoco quería estar allí.

—Zoe... —Los ojos del chico estaban desorbitados—. Mátame por favor... —Su voz estaba entre cortada porque después de esas palabras vinieron muchas lágrimas.

—¡No! ¡No, no no! —gritó la chica negando con su cabeza y con los ojos cerrados—. ¡No me hagas esto Tito! ¡Se fue el abuelo, no me dejes sola!

—No me hagas sufrir hermana, no quiero convertir a estas personas —habló el chico aclarándose la voz. En la oreja que le quedaba noté un pequeño túnel, se le vería bien si no fuera porque la otra la tenía su abuelo en el estómago—. Y menos a ti.

—¡Me harás sufrir a mí! —espetó la chica tumbándose en el pecho de su hermano—. ¡No me dejes sola! ¡Muérdeme! ¡Vamos muérdeme! —Los chillidos de la chica me ponían nervioso, y más aún cuando colocaba su brazo en la mandíbula de su hermano.

          La quité a la fuerza de allí, arrastrándola, llevándola lejos de su hermano.

—¡Mantengan la calma por favor! —Escuché por los altavoces.

«¡¿Cómo quieren que guardemos la calma si tenemos a dos contemporáneos aquí?!» pensé y deposité a la chica entre un pasillo de asientos.

         Luego entre toda esa conmoción, entre todo ese desastre, escuché dos detonaciones.

—¡Calma, ya lo han resuelto! —La misma voz habló—. Guarden silencio, por favor.

          Mis ojos se posaron en la chica que parecía ahogarse con sus propias lágrimas. Me dio mucha lástima verla así sufrir de tal manera, sus gritos me helaban la sangre. Su cabello negro con ondas le caía sobre su cara, y algunos mechones se mojaban adhiriéndose a su rostro.

—¿No tienes alguna herida? —Le pregunté—. ¿Un rasguño o una mordida, algo que te hayan hecho?

          Me negó con la cabeza, se sentó y colocó su cabeza entre sus rodillas flexionadas.

—¿Podrías hacerme un favor? —susurró, casi ni la oí por la posición en la que estaba.

—Sí. Claro —dije. Haría lo que fuese, bueno... Hasta cierto punto.

—Toma. —Me dio un pequeño revólver—. Yo no podría matar a mí hermano. Pero tú sí.

          Tomé el arma y la miré a los ojos, estaban hinchados y rojos de tanto llorar.

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