Capítulo 19

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Entro corriendo a los pasillos de la horrible clínica, donde la atmósfera es tan pesada y agotadora que siento que los hombros los tengo por el suelo, que los ojos me pesan y provoque que cada vez salgan más lágrimas. Estoy empapada de pies a cabeza, la fuerte tormenta me tomo desprevenida. Busco el pasillo de urgencias, donde hay un sinfín de enfermeras rodeando la última habitación del vestíbulo. Camino lentamente donde se encuentran y con la mirada perdida entre la gente, intento esquivar a las personas que están delante de mí.

—¿Señorita Sabatini? —dice la voz que escuché a través de mi teléfono.

Me doy vuelta y me encuentro con los brillantes ojos azules del doctor. Se me hace muy conocido, pero sacudo la cabeza sacándome esos pensamientos de la mente. Libero mi labio inferior de mis dientes y le presto atención al doctor con los ojos aguados.

—Por aquí está su madre. Está la habitación equivocada.

Se coloca delante de mí y empieza a dar pasos lentos pero seguros por otro pasillo. Uf, menos mal que no era aquella alcoba, ya me estaba asustando de la gravedad de la situación. Lo sigo, pisándole los tobillos por lo atontada que estoy.

Llegamos a un pasillo que se podría decir que es peor que el otro. La gente corre de allá para acá, con bandejas, inyecciones en mano, suero y aquellas máquinas para ver la presión. El movimiento nunca termina y me mareo rápidamente. El doctor me conduce a una habitación con el número 146, se voltea hacía a mí y saca una libreta pequeña.

—Lo siento, sólo podrá ver al bebé y a su padrastro.

—¿Por qué? —pregunto con voz temblorosa.

—Está grave.

—En serio necesito pasar —digo con la voz quebrada—. ¿Puedo verla?

Alcanzo a tomar la manilla de la habitación, pero el doctor me detiene y coloca su robusta y alta silueta frente a la puerta.

—Lo siento, pero necesita descanso. Sé que está dolida y que quiere saber como está, pero es imposible en estos momentos. El golpe fue demasiado fuerte y todavía no despierta.

—¿Cree que mejorará?

—Haremos lo posible —responde con voz segura y autoritaria.

Asiento con la cabeza y bajo la mirada a mis zapatillas. Están todas mojadas. Me ganaré un resfriado por ****a.

—¿Podría pasar a ver a la niña?

El doctor asiente levemente y me guía a otro pasillo. Abre la puerta de la pieza 85 y con un movimiento de mano sé que es señal de que puedo pasar. Una sonrisa se esconde tras su serio rostro y me da la confianza de que está bien. Entro temblorosa y avanzo con las piernas flaqueando.

Ahogo un sollozo al ver a la pequeña Naiara en una camilla demasiado grande para su diminuto cuerpo, su frente está cubierta con una gasa y tres de sus dedos de la mano derecha están vendados también. Su rostro está sereno, como sí estuviera durmiendo plácidamente y no le gustaría que nadie la molestara. Acerco mi mano a su mejilla y me estremezco al sentir el contacto de su fría piel contra la mía.

Me sobresalto al sentir el celular presionando en mi bolso; me ha llegado un mensaje. Saco el celular de mi bolso y veo la pantalla.

“Estamos camino a la clínica” —Abril.

Me muerdo el labio y marco algunos números en las teclas del teléfono. Me llevo el celular a la oreja y escucho los tonos de llamada. —Por favor, contesta, por favor—. Repito en mis adentros. Veo de nuevo el frágil cuerpo de mi hermanastra en la camilla y lágrimas salen de mis ojos. Me doy la vuelta, esperando escuchar su voz.

—Hola, estás llamando a Julian, en estos momentos no puedo atenderte ahora, pero sí dejas un mensaje te llamaré después...

—En los momentos que estoy más echa mierda no tiene tiempo para mí. —susurro para mi misma, y con la rabia acumulada en mis venas tiro el celular dentro de mi bolso.

Abrazos Gratis (Orian Adaptada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora