Capítulo 47

1.5K 100 0
                                    

—Irás a mi casa a enseñarme química, me imagino.

Ruedo los ojos por tercera vez. Sí para Julian  aprobar sólo una vez química en el semestre significa poder ser tutora está bastante equivocado. Le doy un mordisco a mi muffin de arándanos. No quiero pasarme la tarde estudiando con Julian la tabla periódica o los números másicos de cada elemento, pero a la vez quiero estar con él en su habitación, oyendo a Diana en la cocina o hablando por teléfono mientras escuchamos los pies de Ainara o Teo paseándose por los pasillos a grandes zancadas.

—¿Sabes lo que quiero yo? —le pregunto.

Él me observa con la mirada perdida y despistada. Seguro está maquinando ideas en su mente por el gesto de su boca hacia un lado, en forma de mueca. O quizá porque está arrugando el ceño. Escondo una sonrisa y rompo el contacto visual.

—No —responde y suspiro.

—Quiero ir a las juntas, Julian.

Lo confesé. Y listo. Hace tanto tiempo que no vamos. Extraño encontrarme con Julian en la parada del autobús para dirigirnos al metro los dos juntos, para después estar cuatro horas sentados en el césped de una plaza cercana. En cómo a veces nos daba hambre y reuníamos algo de dinero para comprar una pizza grande en la Pizza Hut que estaba en frente. Extraño tanto darle las felicitaciones a esas personas que habían superado sus problemas, como Dan cuando dejó de fumar, cuando Jane paró de autolesionarse. Cuando Axel nos daba consejos a todos, en cómo llevar los problemas con tu vida y que rápidamente se pueden mezclar con conflictos que tú ni siquiera estás metido o provocaste.

Le echo un vistazo a su reacción. Está serio. Pero sus facciones están duras y marcadas, cómo sí la ira le estuviera atravesando los huesos. Primero me asusto, al ver que su mano se posa en su nuca y se toma la porción de cabello que le crece ahí. Luego suelta con fuerza. Esconde sus manos dentro de las mangas de su jersey y se humedece la boca.

—No tienes para qué enojarte. Estás exagerando demasiado.

No me responde. Está demasiado concentrado en sus propios pensamientos, clavando sus pupilas en un punto bajo de la mesa en la qué estamos sentados. Pasan unos cinco minutos de un silencio que no es tan incómodo, ya que en la cafetería hay demasiado movimiento. Juego con mis manos que sudan por los nervios, esperando un gesto, una expresión. Algo.

—No estoy enojado. Estoy muy, muy, muy confundido. —musita en voz baja y ronca—. Nosotros ya no necesitamos ir allí, Ori.

Ahora soy yo la que no articula palabra. Siento que mi voz se queda sumergida en lo bajo de mi esófago y eso me consecuencia un gran nudo en la garganta. Se me olvida como hablar y pensar por unos segundos, pero sacudo la cabeza para reordenar mis neuronas, que en estos momentos están saltando y uniéndose unas con otras dentro de mi cabeza, haciendo que me palpite la sien.

—No entiendo lo que te refieres —susurro en un tono casi inaudible. Me paso un mechón detrás de la oreja y coloco mis manos dentro de mi suéter, ya que una brisa congelada de viento me ha puesto los pelos de punta al pasar cerca de mí.

—Es simple, Oriana —no me gusta que me llame por mi nombre completo cuando está enojado, porque suena como si fuera un calamidad en la forma que lo pronuncia—. Nosotros ya no necesitamos ir allí.

—¿Qué significa que “nosotros ya no necesitamos ir allí”?

Bota el aire contenido en los pulmones con exageración. Levanta las cejas, evaluándome. Ugh, desagrado ese tipo de mirada de “eres-retrasada-o-qué”.

—Ori, escúchame —echa su cuerpo hacia adelante, con la intención de quedar más cerca de mi rostro y eso hace que la sangre en mi cara se caliente—. Tú y yo ya no tenemos problemas que solucionar. Las juntas son para gente con problemas. Tú y yo no los tenemos ahora. Así que no tenemos que ir.

—Pero yo quiero ir —insisto en tono más alto. Esto me está sacando de quicio. ¿Acaso perdió la cabeza o qué? ¿Ahora cree que ir a las juntas es una pérdida de tiempo?

—Pero yo no. Punto.

Tomo mi mochila y me la acomodo al hombro, al mismo tiempo que me levanto de mi asiento y me apresuro en salir de ahí, con las respuestas de Julian volando en mi propia atmósfera y con la decepción en modo de encendido.

Está nevando afuera y hace frío, y mi cuerpo sólo está cubierto por un jersey y un suéter muy delgado. La tela es tan fina que cuando la nieve cae sobre mi piel, se derrite con rapidez y me moja la prenda. Los dientes me castañean cada vez que una ráfaga de viento me toma desprevenida, torpemente mis pies resbalan por el piso húmedo y todos los autos se zambullen en grandes capas de nieve acumulada en el techo y parabrisas.

Espero sentir una mano situada en hombro y las palabras brotando de su boca en forma de disculpa. A la vez camino lento, teniendo en mi mente mis reacciones y las palabras que diré. Pero no pasa nada. Ni escucho siquiera unas pisadas que se tatúen en el camino de nieve que se esparce por las calles.

Eso me hace darme cuenta de que Julian no lamentaba lo que me había dicho, por lo tanto no tenía para qué venir a decirme “perdón” o algo que me tranquilice. Estaba a gusto con sus palabras y para él, no aceptaría ningún argumento válido para cambiar de opinión.

Abrazos Gratis (Orian Adaptada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora