Epílogo

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-No tienes que enojarte por eso... -digo mientras doy pasos apresurados y largos, intentando alcanzar al moreno enojón que va unos metros más adelante que yo.

-¡Sí, claro, cómo no! -responde con ironía, a lo que camina aún más rápido por la fría y fúnebre calle. Dobla en la siguiente avenida y justo el semáforo para los automóviles cambia a verde. De su boca brota una maldición y yo ahogo una risa que me hace toser.

-Por favor -suplico tomándolo del brazo y volteándolo hacia a mí-. No tienes que ponerte así. Eres increíblemente terco y muy llevado a tu idea. No era lo que tú estabas pensando.

-Te juro que sí te veo de nuevo con Dan...

Poso mi índice en sus labios.

-Cállate, por favor. No sabes que boberías estás diciendo.

-¿Crees que me hace feliz que cada momento del día estés con él?

Tiene el ceño fruncido, las mejillas algo ruborizadas y sus pupilas dilatadas, escondiendo lo poco que queda de la miel que cubre su iris. Se ve tan adorable cuando se enoja.

-¿Y tú crees que es muy agradable qué te pongas celoso por todo lo que hago?

Se toma el beanie con fuerza y lo estira hasta que le tapa las orejas. Siento sus brazos abrazándome bruscamente por la cintura y apegarme a él. Tengo que mirar hacia arriba para ver su expresión, ya que sólo le llego al hombro. Él me da una media sonrisa, la que yo tomo como seductora, la típica que hace para arreglar las cosas.

-No te sale -comento y le ruedo los ojos.

-A ti no te sale hacerte la difícil, cariño -dice en un susurro que se queda haciendo eco en mi oído, a lo que me estremezco bajo él. Se ríe.

-¿Qué te dije? Ya estás temblando -agrega, y cuando una mano fría me recorre la espalda, haciendo contacto directo con mi cálida piel por el sweater de lana que estoy usando, un chillido resuena gracias a mis cuerdas vocales.

Julian me calla con un beso.

Y no son de los besos normales. Puedo sentir como mi grito de sorpresa traspasa de mis labios a su cavidad bucal, a lo que él sonríe y yo abro los ojos de golpe. Su mano se mantiene en mi espalda, acariciando cada vértebra de esta. Se da cuenta que lo estoy mirando enojada, entonces abre un solo ojo, e involuntariamente su ceja izquierda se alza. Suelta una risa y los dientes de Julian encierran mi labio inferior.

-Tú tienes eso en la cabeza que con besos yo me olvido de todo.

-Porque es la verdad, preciosa. -se encoje de hombros y entrelaza sus dedos con los míos-. Anda al auto, discutiremos en casa.

Emito un gruñido y de saco la llave del bolsillo de sus vaqueros. Mis zapatillas rechinan contra la húmeda vereda y busco el Mazda 6 plateado que le regalaron para su vigésimo cumpleaños. Abro la puerta del copiloto y echo la cabeza hacia atrás contra mi asiento. A los pocos minutos, Julian se sube también, sumándose al tráfico mientras busca el camino para entrar en la carretera.

Mi mirada se queda pegada en la vaga nada, porque estoy sumergida en mis pensamientos. Ni siquiera sé si estoy pensando. Cuando Julian se detiene en el semáforo, comienzo a contar los rascacielos que hay en la manzana. Uno, dos, tres...

Cuando sus dedos acarician mi muslo, con brusquedad alejo mi pierna de su alcance.

-¿Sigues enojada? Creí que ya se te había pasado.

-Bueno, ahora te das cuenta de que estabas equivocado.

Frunce el ceño y la sombra de una sonrisa se esconde en las comisuras de su boca.

-Te gustaría que lo hiciera Dan, ¿cierto?

Esa frase fue la gota que rebalsó mi paciencia. ¿Por qué siempre tiene que meter a mi compañero de universidad? Me quedo muda. Con las palabras dándome comezón en la lengua, pero aún así me aguanto. Por el rabillo del ojo admiro sus rasgos endurecidos, deduciendo que también se molestó por mi actitud. En mi interior, mis hombros se alzan, dándome la certeza de que me importa un bledo que esté ahora enojado conmigo porque sé que es su problema y que el ocasionó este lío.

Cuando llegamos a nuestro departamento que arrendamos en el barrio alto con el dinero que ganamos gracias a unos cuantos trabajos, más la ayuda de nuestros padres ya que estamos muy colapsados por la universidad, Julian estaciona el auto en nuestro respectivo puesto y se da la vuelta hacia mí.

-Quiero que sepas que tomé tu silencio como un sí. Sólo eso.

Me bajo del auto echa una furia y a grandes zancadas llego al ascensor. No quiero esperarlo y no quiero subir con él. Presiono impacientemente el botón. Cuando llega, una pareja de ancianos se baja dejando el elevador vacío. Me subo y apreto el piso catorce, y justo cuando la puerta va en la mitad, la silueta de Julian entra. Maldigo para mis adentros.

Las puertas del elevador se deslizan y salgo antes de que se abra entera. Escucho el suspiro de Julian a mis espaldas y con manos torpes busco la llave de la casa. Entro y empiezo a desvestirme entretanto camino por el pasillo hasta el baño. Necesito una ducha de agua caliente ahora. Seguro el vapor me hará mejor.

Un chaleco crema de lana y una blusa quedan desparramados en el piso, mis zapatillas con los cordones esparcidos encima de una silla, mis jeans sobre la cama y calcetines botados en un rincón es lo que me lleva a quedarme sólo ropa interior, y el grifo de la ducha modula un gran sonido por el agua caer. El vapor producido por las elevadas temperaturas empañan el vidrio y sonrío cuando siento cálida cascada caer sobre mi estresado y desnudo cuerpo.

La respiración de Julian choca contra mi oreja y me sobresalto, por lo que casi resbalo pero Julian me sostiene en su pecho.

-¿Por qué estás aquí? Quería un baño para mi sola.

Él niega con la cabeza.

-Ya deja de hacerte la enojada y relájate.

Sus labios se estampan en los míos y prácticamente me olvido del mundo. Su mano delinea la curva de mi cintura, pasando por mis resbaladizas caderas a lo que con la otra me acaricia la mejilla y me quita el cabello mojado de la cara. Camina con sus labios por mi cuello, empapando de besos mis clavículas, yéndose al sendero de mis pechos y pasando la lengua por mi pezón izquierdo. Julian pega mi anatomía a la helada pared, y el agua sigue cayendo entre nosotros. Pasa sus dedos por mi sexo descubierto y ahogo un gemido.

-No tienes idea de cuánto me enoja verte con él... -susurra en mi oído y besa el lóbulo de mi oreja-. Porque eres mía, Ori. Debes tenerlo claro, de que cada centímetro de tu cuerpo y de tu alma, pertenece a mí.

Sus confesiones revotan en mi ingle, su erección golpea mi vientre y yo trago saliva.

-Tú no te das cuenta que todos matarían por tener mi lugar, todos quieren tenerte a ti, Ori. Porque eres perfecta en todas las maneras posibles -pasa un dedo por toda mi columna vertebral, a lo que una decena me recorren de pies a cabeza-. Te amo, Ori. Te amo con todo lo que soy y no...

Lentamente su miembro roza mi entrada y cierro los ojos.

-Y no... -dice entre jadeos cuando se hunde en mí. Abrumada, me entrego a él, colocando mis brazos en sus hombros, agarrándome para no caer. No siento mi cuerpo, no soy capaz de nada, ya que él altera mis sentidos. Cuando sale y vuelve a fundirnos para convertirnos en un solo cuerpo, soy vulnerable a que el placer me posea en forma rápida y silenciosa. Una y otra vez, y de nuevo, y otra vez soy testigo de que no puedo estar completa sin él, porque sólo Julian Serrano me hace sentir de esta manera que me hace olvidarme hasta de mi nombre.

-No quiero perderte jamás, cariño, te amo -concluye. Apoyo mi cabeza en su hombro, exhausta pero con ganas de más, con el corazón latiendo a mil y desarmándome en pedazos porque las piernas me flaquean.

Mi mano palpa su tatuaje, que son sólo dos palabras tatuadas para siempre en forma diminuta en el hueso de su cadera. Dos palabras que comenzaron todo.

"Abrazos gratis".

Abrazos Gratis (Orian Adaptada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora