CAPÍTULO CINCO. DE NUEVO ENTRE LADRONES

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Media hora después, Oliver y los dos delincuentes entra­‑ ‑ ron en una casa en ruinas. El P¡llastre los recibió con una vela de sebo en la mano y los condujo hasta un cuarto bajo que olía a tierra, donde se encontraban Charley Bates y Fagin.

‑¡Buenas noches, amiguito ‑dijo éste a Oliver, haciendo una serie de reverencias a modo de burla.

‑¡Caramba! ‑exclamó el P¡llastre sacando del bolsillo de OI¡­ver el billete de cinco libras‑. ¡Si hasta trae pasta a casa!

‑Eso es mío ‑dijo Fagin cogiendo el dinero.

‑¡Que te lo has creído! ‑contestó Bill Sikes arrancándole el billete de las manos.

‑Ese dinero es del anciano que me cuidó ‑se atrevió a decir Oliver retorciéndose las manos con nerviosismo‑. Déjenme aquí encerrado toda la vida si quieren, pero, por favor, devuél­vanle el dinero y los libros. No me gustaría que pensara que yo se los he robado.

‑Eso es exactamente lo que va a pensar todo el mundo ‑dijo el anciano judío.

Al oír aquellas palabras, Oliver se puso de pie de un salto, miró como enloquecido a derecha a izquierda, y salió disparado de la habitación lanzando gritos de socorro. Al instante, el perro de Sikes, llamado Certero, echó a correr detrás de Oliver

‑¡Sujeta a ese perro, B¡ll! ‑gritó Nancy, cerrando el paso a Sikes y al chucho‑. ¡Va a despedazar al muchacho!

‑Le estaría bien empleado ‑contestó él‑. ¡Quítate de en medio, maldita, si no quieres que te rompa el cráneo!

‑Pues tendrás que matarme si quieres que tu perro acabe con el muchacho.

El ladrón mandó de un empujón a Nancy al otro lado de la habitación, justo cuando el judío y los dos muchachos volvían arrastrando a Oliver

‑De modo que quenías escaparte, ¿eh? ‑dijo el judío aga­rrando un garrote de la chimenea‑. Si no me equivoco, hasta llamabas a la policía, ¿no es cierto?

Y en ese momento, le asestó un garrotazo en la espalda que hizo desplomarse a Oliver Nancy arrancó al judío el garrote de la mano cuando estaba a punto de lanzar el segundo golpe.

‑Ya tenéis al chico. ¿Qué más queréis? ‑gritó la joven‑. ¡Oja­lá que me hubiera caído muerta esta noche antes de traerlo de nuevo aquil A partir de ahora, el pobre está condenado a ser un ladrón y un mentiroso. ¿No te basta, Fagin? Yo he robado para ti cuando no era la mitad de pequeña que Oliver y llevo doce años a tus órdenes. Tú me arrojaste a las calles frías y miserables, y tú me vas a mantener en ellas día y noche hasta que me muera. Esto mismo es lo que le espera al chico. ¿No tienes bastante?

La muchacha, en un arrebato de cólera, se lanzó contra el judío. Sikes la agarró las muñecas y ella, agotada por la tensión, se desmayó.

‑Es lo malo de tener que tratar con mujeres ‑dijo Fagin‑. En fin, Charley, enséñale a Oliver su cama.

Charley Bates condujo a Oliver a una cocina contigua, le qui­tó la ropa nueva y se la cambió por unos viejos harapos. Al rato, Oliver se quedó dormido, terriblemente triste, no tanto por verse otra vez atrapado entre indeseables, como por la idea que el señor Brownlow se estaría forjando de él.

Oliver no podía imaginar siquiera lo que estaba sucediendo en casa de su protector. El señor Bumble había tenido que venir a la capital para arreglar unos asuntos de la parroquia y el desti­no había querido que, al abrir un periódico, sus ojos toparan con el siguiente anuncio:

"CINCO GUINEAS DE RECOMPENSA."

"Se ofrecen cinco guineas a quien ofrezca noticias

acerca de Oliver Twist, en paradero desconocido desde

el pasado jueves, así como a quienquiera que facilite

datos sobre su pasado, por el que el anunciante siente

gran interés."

El señor Bumble, movido por posibilidad de ganarse las cin­co guineas, se presentó en casa del señor Brownlow.

‑¿Qué sabe usted de él? ‑le preguntó sin más introducción el anciano caballero.

‑No sé qué interés tiene usted en ese muchacho, pero sí le quiero advertir que tenga cuidado con él. Ese chico nació en el hospicio de la parroquia del que yo soy celador; es hijo de unos padres ruines y despreciables, como se puede usted figurar Durante los años que pasó con nosotros, no tuvo ni un gesto de agradecimiento, y sólo demostró maldad y falsedad. Más tarde se le dio la oportunidad de aprender un oficio en una casa de pompas fúnebres, pero no se le ocurrió nada mejor que atacar violentamente a toda la familia que amablemente le había acogido. Tras lo cual, desapareció sin más ni más, y no hemos vuelto a tener noticias suyas.

‑Me temo que lo que dice es verdad ‑dijo apesadumbrado el señor Brownlow.

Cuando el señor Bumble se hubo marchado con su recom­pensa en el bolsillo, el señor Brownlow llamó a la señora Bed­win y le contó todo lo que le había dicho el celador

‑No puede ser ‑dijo la viejecita‑, nunca lo creeré. Yo sé mucho de niños, y le puedo asegurar que Oliver Twist es un muchacho agradecido y cariñoso.

‑No vuelva a pronunciar nunca más su nombre delante de mí, ¿me oye? No quiero volver a saber de él.

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Hubo muchos corazones tristes aquella noche, y entre ellos el de Oliver que, en la otra punta de la ciudad, dormía en su miserable cuartucho. Allí permaneció encerrado durante una semana, al cabo de la cual Fagin le permitió salir y hablar con los demás muchachos.

A ti te han criado mal, colega ‑le dijo un día el Pillastre‑. Deja que lo eduque Fagin. Lo quieras o no, terminarás siendo ladrón.

‑¡Muy cierto! ‑lijo el judío, que entraba en aquel preciso momento. Iba acompañado de Nancy y de un muchacho de unos dieciocho años llamado Tom Chitling, recién salido de la cárcel y al que Oliver no había visto nunca.

Los siguientes días, los ocuparon todos los miembros de la banda en aleccionar a Oliver, dándole instrucciones sobre su futuro trabajo a intentando que se familiarizara con su nueva condición. Una noche estaban reunidos Nancy, Fagin y Bill Sikes en casa de éste, discutiendo de negocios.

‑¿Qué pasa con esa queli de Chertsey? ‑dijo el anciano judio‑. ¿Cuándo será el robo? Una vajilla como la que hay en esa casa no se encuentra todos los días.

‑Toby Crackit lleva quince días intentando camelar al mayordomo y a la criada ‑respondió Sikes‑, pero no hay nada que hacer, no se quieren pringar O sea, que desde dentro es imposible. Pero podríamos hacerlo desde fuera...

‑¡Trato hecho! ‑concluyó él judío.

‑Pero necesitamos un muchacho que sea pequeño.

‑¿Qué te parece Oliver Twist? ‑propuso Fagin.

‑¿Ése? ‑preguntó Sikes sorprendido.

‑Acéptalo, Bill ‑intervino Nancy‑. Para abrir una puerta no necesitas a un experto, y ese muchacho es de fiar.

‑Está bien. Pero como haga algo chungo durante el robo, no volverás a verlo vivo. ¿Entendido?

‑No te preocupes, Bill: en cuanto consigamos convencerlo de que es un ladrón, será nuestro. ¡Nuestro para siempre!

En aquella reunión, decidieron que el robo se haría dos días más tarde. 


Oliver Twist - Charles DickensDonde viven las historias. Descúbrelo ahora