La misma noche en que Nancy se había entrevistado con Rose, Noah Claypole y su amiga Charlotte llegaron a Londres. Ambos jóvenes eran perseguidos por la justicia ya que habían robado de la caja del señor Sowerberry una importante cantidad de dinero.
Los dos fugitivos caminaron por calles recónditas, hasta llegar frente a Los Tres Patacones.
‑Aquí pasaremos la noche ‑anunció satisfecho Noah.
Cuando entraron, vieron a Barney que estaba con los codos apoyados en el mostrador leyendo un mugriento periódico.
‑Queremos dormir aquí esta noche ‑dijo Noah.
‑Esperen un momento ‑contestó Barney‑, voy a preguntar si hay sitio.
‑Mientras tanto, dinos dónde está el comedor y tráenos cerveza y fiambre.
Barney los condujo hasta un cuartucho que estaba en la parte de atrás. Al cabo de un rato, les sirvió lo que habían pedido y les informó de que podían alojarse allí.
Poco más tarde, llegó Fagin a la taberna preguntando por alguno de sus discípulos.
‑No ha venido ninguno de tus amigos ‑dijo Barney‑, pero hay dos forasteros que yo creo que te van a gustar
El judío escuchó a través del tabique la conversación que mantenían Noah y Charlotte:
‑Vamos a vivir como señores ‑decía Noah.
‑¿Y cómo? ‑preguntó ella‑. ¿Vaciando cajas fuertes?
‑¿Cajas? ‑exclamó Noah‑. Se pueden vaciar cosas más interesantes, como por ejemplo: bolsillos, bolsos, bancos, diligencias... Se trata de encontrar al compañero adecuado. Con las veinte libras que robamos, todo será más fácil.
‑No será tan fácil que alguien como nosotros se pueda deshacer de un billete tan grande ‑dijo Charlotte preocupada.
Aquel descubrimiento provocó un vivo interés en Fagin, que entró en la sala saludando a la pareja y los invitó a beber
‑¡Esta cerveza es de buena calidad! ‑exclamó Noah.
‑¡Sí, pero es cara, muy cara! ‑contestó Fagin‑. Hay que andar todo el día vaciando bolsillos, bolsos, bancos y diligencias para poder comprarla.
Noah palideció al oír sus propios comentarios en boca de aquel hombre.
‑No te preocupes ‑dijo Fagin riendo a carcajadas‑. Has tenido suerte de que sea yo quien te haya oído. También soy del oficio, has ido a dar en el clavo, amigo.
Noah se relajó y el judío siguió:
‑Tengo un amigo que te puede ayudar ¡Anda, vamos a hablar ahí fuera!
‑No creo que sea preciso movernos de aquí para hablar en privado ‑repuso Noah‑. Ella ‑dijo señalando a Charlotte‑, subirá el equipaje mientras nosotros hablamos de negocios.
Charlotte salió inmediatamente de la habitación cargada de bultos y cuando se encontraba suficientemente alejada, Noah preguntó:
‑¿Cuánto hay que aflojar?
‑Veinte libras.
‑Pero eso es mucho dinero ‑saltó el joven.
‑No cuando se trata de un billete del que no te puedes deshacer.
‑¿Y qué obtendré yo?
‑Conseguirás vivir como un señor Tendrás comida, cama, tabaco y alcohol gratis, además de la mitad de las ganancias.
‑Me parece bien.
‑Mañana, a las diez, vendré con mi amigo. Pero aún falta un último detalle: no me has dicho cómo te llamas...
‑Bolter, Morris Bolter ‑respondió inmediatamente Noah, ocultando su verdadero nombre.
Después de brindar por su recién creada sociedad, Fagin se despidió.
Al día siguiente, el judío se presentó solo en la posada y acompañó a Noah y a Charlotte a su propia casa.
‑¿De modo que no existe el tal amigo? ‑le dijo Noah a Fagin.
‑No, en efecto, no existe. Pero os he traído aquí para que veáis cómo vivimos. En esta casa somos como una gran familia. Ahora estamos muy preocupados por uno de los nuestros, el P¡llastre, que fue capturado ayer
‑¿Por algo serio? ‑preguntó asustado Noah.
‑Lo pillaron tratando de limpiar un bolsillo y le encontraron además una caja de rapé de plata. Aunque le puede caer una buena condena, no ha dicho nada. ¡Bueno es él para cantad
‑Bueno, ya lo conoceré.
‑No estoy tan seguro. Si encuentran pruebas, es un caso de "deportación de por vidá.
En ese momento, entró Charley Bates con cara compungida y dijo:
‑Se acabó todo, Fagin. Han encontrado al dueño de la caja y a dos o tres testigos. Lo mandarán al extranjero. ¡Y todo por una cajucha de rapé que no vale más de tres peniques!
‑Piensa en el honor, la distinción, de ser deportado a tan corta edad ‑ contestó Fagin para consolarlo.
El domingo, Nancy estaba en su casa. Cuando dieron las once de la noche, se puso su gorrito y su abrigo para salir
‑¿A dónde vas? ‑le preguntó Sikes.
‑A dar una vuelta ‑contestó ella‑. No me encuentro demasiado bien y necesito tomar el aire.
‑Pues te vas a conformar con sacar la cabeza por la ventana ‑le contestó el ladrón‑. Tú no vas a ninguna parte.
El hombre se levantó, le quitó el gorro de un manotazo y la arrojó sobre la cama.
‑¡Déjame salir, Bill, te lo suplico! ‑imploró Nancy.
Fagin, que estaba en casa de Bill en aquel momento, no movió un dedo por la muchacha. Bill Sikes la agarró con fuerza, la sentó en una silla y allí la mantuvo inmóvil durante un buen rato.
Cuando dieron las dote, la muchacha se dio por vencida y, con los ojos hinchados y rojos, empezó a mecerse hasta quedar completamente dormida. Fagin cogió entonces su sombrero y se despidió.
De camino hacia su casa, Fagin empezó a pensar qué le podía pasar a Nancy. Quizá se hubiera cansado de Bill Sikes, que la trataba peor que a un perro, y se hubiera enamorado de otro hombre. Pensó que si era así, el nuevo amor de Nancy podría ser una buena adquisición, y aun más con una consejera lista y experimentada como ella.
‑Habrá que echarle el guante ‑se dijo Fagin a sí mismo‑. Sería una buena manera de quitarme de en medio a ese odioso Sikes. Y además, mi influencia sobre la muchacha sería ilimitada si me convierto en cómplice de su infidelidad.
Fue entonces cuando el judío se dirigió a la posada para proponerle a Noah Claypole que fuera su espía.
Te necesito ‑le dijo‑, para un trabajo que requiere discreción y cautela. Sólo se trata de seguir a una mujer y de saber dónde va, a quién ve y lo que dice. Te daré una libra.
‑tA quién hay que seguir? ‑preguntó Noah.
‑Es una de las nuestras ‑contestó el judío‑. Se ha echado nuevos amigos y he de saber quiénes son. Ella no te conoce, por eso eres mi hombre.
‑¡Trato hecho! ‑concluyó Noah.
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