Al día siguiente, Nancy fue a casa de Fagin para recoger un dinero que el judío le debía a Bill Sikes. Allí, coincidió con Monks.
‑He de decirte algo a solas ‑le dijo Monks a Fagin.
Los dos hombres subieron a una habitación de la planta superior y se encerraron para hablar en privado. Nancy, con la intención de espiar la conversación, se quitó los zapatos, subió de puntillas las escaleras y se plantó en la puerta del cuarto donde Monks y Fagin se habían reunido. Al rato, la muchacha volvió a bajar con aspecto de encontrarse fuertemente impresionada. Segundos más tarde, Monks se marchó. A continuación, Fagin le entregó a Nancy el dinero que había venido a buscar y ambos se despidieron.
Ya en la calle, Nancy se sentó en un portal, incapaz de seguir caminando, y rompió a llorar. Finalmente, cuando se encontró más tranquila, volvió a su casa. Había tomado una decisión: iba a dar un gran paso aquella misma noche, en cuanto Sikes, que estaba enfermo, se hubiese dormido.
A la hora en la que el ladrón debía tomar su medicina, Nancy la preparó como siempre y añadió un potente somnífero. En breves instantes, el enfermo cayó en un profundo sueño, momento que la muchacha aprovechó para marcharse.
Después de andar más de una hora, llegó al barrio más rico de la ciudad y se dirigió a un pequeño hotel. Cuando llegó a la puerta, vaciló un momento y entró.
‑Quiero ver a la señorita Maylie ‑dijo Nancy al recepcionista,
‑iQué puedes querer tú de una dama? ‑preguntó en tono despectivo el empleado al ver su aspecto‑. ¡Vamos, lárgate!
‑¡Tendrán que sacarme a la fuerza! ‑gritó la muchacha‑. Necesito dar un mensaje con urgencia a la señorita Maylie.
El recepcionista subió a regañadientes; le preocupaba tener un problema si el mensaje era en realidad algo importante. Al poco rato, volvió a hizo una seña con la cabeza a Nancy para que lo siguiera. El hombre la acompañó hasta una pequeña antecámara donde se encontraba Rose. La joven había adelantado unos días su regreso del campo y esperaba la llegada de su tía y de Oliver de un momento a otro.
Rose miró a la muchacha que se encontraba frente a ella y le dijo dulcemente:
‑Soy Rose Maylie. ¿Deseaba usted verme?
Nancy, ante tanta dulzura, rompió a llorar
‑¡Ay, señorita! ‑exclamó‑. ¡Cuánto le agradezco que haya querido recibirme! Mi nombre es Nancy.
‑¿En qué puedo ayudarla? ‑prosiguió la joven dama.
‑Supongo que Oliver les habrá contado su historia.
‑Por supuesto. ¿Y bien?
‑Les habrá dicho también que fue raptado mientras hacía un recado para el señor Brownlow, con quien vivía en Petonville. Bueno, pues yo soy la persona que lo raptó.
‑¿Usted? ‑exclamó Rose.
‑Sí y lo llevé a casa de un miserable, llamado Fagin, que obliga a muchachos indefensos a robar para él ‑gimió Nancy‑. Y si ellos se enteraran de que he venido, me matarán.
‑No se preocupe, querida, no sucederá nada ‑dijo Rose, mientras estrechaba dulcemente la mano de la afligida muchacha.
‑¿Conoce usted a un tal Monks? ‑continuó Nancy.
‑No, no lo conozco ‑contestó Rose.
‑Pues él a usted sí la conoce ‑repuso Nancy‑. Y sabe que está hospedada aquí. Yo he podido localizarla porque he escuchado una conversación entre ese hombre y Fagin en la que se nombraba este lugar y se mencionaba su nombre.
‑¿Y de qué hablaron? ‑preguntó interesada Rose.
‑Las primeras palabras que le oí decir a Monks fueron: "Las únicas pruebas de la identidad del muchacho están en el fondo del río, y la vieja que las recibió de la madre está criando malvas". Parece ser que Monks vio a Oliver por casualidad el día que lo capturó la policía. Enseguida se dio cuenta de que era el muchacho que él mismo andaba buscando. Le propuso entonces a Fagin que recuperara al chico a hiciera de él un ladrón; a cambio, recibiná una sustanciosa recompensa.
Rose, sorprendida por la historia, preguntó a Nancy:
‑¿Y qué interés puede tener un hombre como Monks en un desvalido muchacho?
‑Eso es lo más sorprendente: Monks dijo que si Olivertrataba de aprovecharse de su nacimiento, lo mataría. Y, al final, muy satisfecho, le preguntó a Fagin: "¿Qué te parece la trampa que le he preparado a mi hermanito Oliver?"
‑¡Su hermano! ‑exclamó Rose‑. ¿Y qué puedo hacer yo?
‑No lo sé. No puedo ayudarla más; ahora tengo que marcharme. Si necesita algo de mí, podrá encontrarme cada domingo por la noche, entre las once y las doce, en el puente de Londres.
La muchacha se marchó llorando, mientras Rose, abrumada por aquellas revelaciones, buscaba el modo de ayudar a Oliver
A la mañana siguiente, Rose decidió consultar a Harry. Se disponía a escribirle cuando Oliver, que llegaba en ese momento de la mansión del campo, entró en la habitación.
‑¡He visto al señor Brownlow! ¡Bendito sea Dios!
‑¿Dónde lo has visto? ‑preguntó Rose.
‑Bajaba de un coche ‑contestó Oliver llorando de alegría‑. Él no me vio a mí, y yo no me atreví a acercarme. Pero G¡les ha averiguado su dirección. Mire, aquí está.
‑¡Vamos para allá inmediatamente! ‑le dijo Rose.
Cuando llegaron a la casa del señor Brownlow, Rose pidió a Oliver que esperara en el coche mientras ella preparaba al anciano para que lo recibiera. La joven entró y contó en pocas palabras todo lo que le había ocurrido a Oliver.
Cuando el señor Brownlow se enteró de que Oliver se encontraba fuera, salió y, lleno de alegría, se precipitó hacia el interior del coche para abrazar al muchacho. Cuando entraron en la casa, el señor Brownlow llamó a la señora Bedwin. Y cuando ésta entró en el salón, Oliver se echó a sus brazos entre lágrimas:
‑¡Bendito sea Dios! ‑dijo la anciana‑. ¡Si es Oliver Tw¡st!
El señor Brownlow condujo entonces a Rose a otra sala y allí escuchó el relato de la entrevista con Nancy.
‑En este asunto hay que ser extremadamente prudente ‑dijo pensativo el anciano caballero.
‑Yo quisiera que el doctor Losberne, el médico de mi tía, supiera todo esto. Seguro que nos podná ayudar
‑Déjeme que yo esté presente cuando hable usted con él. Esta noche, a las nueve, podemos vernos en el hotel. Su tía tiene que estar al tanto de todo lo ocurrido.
Tal y como habían convenido, el señor Brownlow y Rose revelaron la historia de Nancy al doctor.
‑¿Qué diablos hay que hacer entonces? ‑gritó el doctor Losberne lleno de ira.
‑Debemos proceder con mucho cuidado ‑contestó el señor Brownlow‑. Lo importante es descubrir quién es realmente Oliver y devolverle la herencia de la que ha sido despojado. Pero antes, debemos averiguar de Nancy los nombres de los lugares donde suele it ese tal Monks.
Aquella noche, convinieron poner al tanto de lo ocurrido al señor Grimwig y a Harry Maylie y, sobre todo, dejar a Oliver al margen. También decidieron no hacer nada hasta el domingo siguiente, cuando se reunirían con Nancy.
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