Prólogo

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 Al principio, había una vez una pequeña niña feliz que siempre sonreía. A aquella pequeña niña le encantaban los helados y los columpios. Cada vez que su papá le compraba un helado de chocolate, la niña insistía en ir al parque ubicado del otro lado de la calle para comer su sabroso helado mientras se balanceaba en su columpio favorito de color azul oscuro. 

 Tiempo después, había una vez una ya-no-tan-pequeña niña que casi siempre sonreía. A ella ya no le gustaban tanto los columpios y los helados como antes solían hacerlo. De hecho, la niña siquiera sabía qué es lo que le gustaba en realidad. Apenas sabía quién era ella. 

 Pero estaba por descubrirlo.  

 Había una vez una muchacha que aparentaba ser feliz. Una muchacha que  aparentaba sentirse segura de si misma. Aquella muchacha tenía una risa sincera, de esas que te hacen querer confiar en esa persona. Ella parecía no conocer el complejo y las dudas; parecía sentirse a gusto con su rostro y su cuerpo; parecía ser lo bastante amigable como para ganarse las suficientes amistades necesarias para el desarrollo de su adolescencia. Había una vez una muchacha a la que cualquier chico podría amar, una muchacha vivaz, única y positiva. Cada mañana despertaba animada por enfrentar un nuevo día, por aprovechar nuevas oportunidades y vivir de la mejor manera posible. Había una vez una muchacha que no existía. 

 Finalmente, había una vez una adolescente que jamás sonreía. A aquella chica le fastidiaba absolutamente todo lo que la rodeaba, desde su adorable y cariñosa familia hasta las eternas horas de clase en la escuela. A ella le fastidiaban tantas cosas que apenas le era posible enumerarlas. Detestaba su rostro redondo, cabello desordenado y grandes ojos color café. Aborrecía cada centímetro de su cuerpo y cada segundo de su desesperante vida. Despreciaba la monotonía de sus vidas y la sonrisa que sus padres le dirigían cada mañana al verla por primera vez en el día. Odiaba la manera en la que todos a su alrededor parecían ser felices mientras ella no lo era. Pero lo que más detestaba era el hecho de que no tenía razón alguna para sentirse de esa manera. Con unos padres amorosos y un hogar al que acudir sin importar qué, la muchacha podía ser feliz. Ella tenía la posibilidad de limitarse a satisfacerse con las pequeñas maravillas de la vida, pero simplemente no lo hacía. En su lugar, se sentía perseguida cada día de su vida por la sombra de sí misma. Por la sombra de la depresión que crecía en su corazón sin razón alguna.

 Había una vez una muchacha que no era feliz. Y quizá alguna vez lo había sido, pero ya no. 

 Quizá alguna vez el helado era la solución para todos sus problemas, pero ya no.  

 Quizá alguna vez contó con el apoyo de un amigo verdadero, pero ya no. 

 Y es que para ella había una vez, había... pero ya no. 

Tarea de Literatura que Zoe jamás entregó.


Pero ya noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora