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 ¿Dónde estaba la nota?, se preguntaba Zoe mientras buscaba entre las hojas de su cuaderno con desespero. La muchacha se había percatado que el trozo de papel no se encontraba dentro de la libreta cuando la sacó de su mochila para extraer un lápiz que su papá le había pedido, notando así que el papel rasgado no estaba en la página donde ella estuvo escribiendo durante el almuerzo, que es el lugar en donde lo había visto por ultima vez.

—¿Falta mucho para llegar a casa? —preguntó Zoe con cierta impaciencia tras rendirse con respecto a su búsqueda, siendo dominada por el único deseo de llegar a casa rápidamente y así encerrarse dentro de su habitación, olvidando el mundo que la rodeaba. Sin embargo, ninguno de sus padres contestó a la interrogante que ella había hecho, por lo que Zoe los miró confundida a través del espejo retrovisor. Ambos estaban enfocados en la carretera, con la vista clavada en las calles que recorrían; ninguno sabía que responder a la pregunta que su hija había hecho. Un par de calles después, nadie hizo ninguna clase de comentario, el silencio reinaba dentro del vehículo en el que la pequeña familia se encontraban, y fue en ese momento que Zoe notó cual era el lugar al que realmente se dirigían, entonces sintió como su alma caía a sus pies; pero aun así interrogó la misma cuestión una vez más, solo para cerciorarse al respecto.

—Mamá ¿adónde vamos?

Con la respiración acelerada, la muchacha casi se desmaya en el asiento de atrás del coche de sus padres. Ella estaba segurísima de haberle dicho explícitamente a su madre que, bajo ninguna circunstancia, deseaba ir nuevamente al psicólogo. Y al parecer la mujer, o no le había hecho caso, o no la había escuchado en lo absoluto.

—Esto es lo mejor, cariño. —dijo su madre sin más. 

 ¿Era realmente aquello lo mejor para ellos o para Zoe?, o al menos eso pensó ella tras escuchar las palabras que la mujer había soltado, pero aún así se contuvo en cuanto a decirlas en voz alta. En su lugar, hizo un esfuerzo en mantenerse en pulcro silencio por el resto del trayecto, mientras que por dentro le carcomía la cólera pura.

 Todos harían una sesión familiar, y eso lo descubrió Zoe cuando la psicóloga dijo «Bien, comencemos con la sesión familiar», y ella no podría haber estado más disgustada al respecto.

—Muy bien, Zoe, dime cómo te sientes hoy —dijo la mujer, dirigiéndole una sonrisa a la muchacha. A pesar de ser la madre de Andy, y una persona mucho mayor que ella, Zoe no pudo evitar entornar la mirada en su dirección, respondiendo con un escueto «Bien».

—Zoe... —murmuró su mamá, adoptando cierto tono de voz rígido que dejaba en claro que se trataba de una advertencia, pues lo que Zoe había hecho no resultó adecuado en lo absoluto. Sin embargo, aún así la muchacha le dirigió a ella una mirada mediante la cual intentaba hacerle entender lo que sentía, un «¿Qué tienes para objetar?» conciso, mientras que a su vez veía de soslayo la manera en la que la psicóloga movía su mano en un gesto con el cual le pedía a su mamá que se calmase. Pero aún así, la mujer no le dio el mínimo cuidado a aquello, por lo que a continuación dijo —: No, tú padre y yo estamos cansados de tu comportamiento, Zoe. —su voz contenía muchas emociones, demasiadas en realidad, y eso llevó a que rompiese en lágrimas —. Hija, estamos preocupados por ti, solo queremos que...

—No, mamá. —interrumpió Zoe de manera tajante —. No tienen que preocuparse por nada, estoy bien y ya soy lo sufi...

—¡Basta, Zoe! —bramó entonces su padre, al lo que Zoe dirigió la mirada hacia su dirección, sorprendida al respecto, pues nunca había escuchado a su padre alzar la voz de esa manera. Su rostro estaba rojísimo y el corazón de la muchacha comenzaba a latir con celeridad a medida que lo miraba—. Hemos permitidos que nos ignores, que no nos hables, pero no permitiremos que te desmorones. Queremos ayudarte. 

—¡Estoy bien!

—No, Zoe, no lo estás. Te estás derrumbando. Te estamos perdiendo, ya no eres la misma; ya no sonríes, ya no cantas, ya no bailas, ya no... comes —soltó él, haciendo énfasis en la ultima palabra de aquella oración, a lo que Zoe se quedó paralizada, mirándolo con cierto temor.

—Sí como. —insistió ella en un murmuro, encogiéndose en el asiento que ocupaba a medida que desviaba la mirada hacia la nada, pues apenas conseguía sostener la vista de la psicóloga, mucho menos la de sus padres, quienes la miraban con preocupación. 

—Estamos asustados, hija. Tememos a que caigas en un abismo sin salida; temo a perderte como perdí a mi hermana, hace años atrás.

 El mundo de Zoe se detuvo en ese instante. Lo que acababa de revelar su padre la había dejado a ella completamente conmocionada. Los ojos de la muchacha comenzaron a humedecerse, pero aún así, a pesar de que ella detestase que presenciasen la manera en la que lloraba, volvió la mirada hacia la de su padre.

—¿Qué dijiste? 

—Todd —murmuró su madre rápidamente, negando con la cabeza en dirección a su esposo.

—Anna, ya no puedo seguir obviándolo —le dijo él a la mujer antes de mirar a su hija una vez más—. Cariño, somos conscientes de tu problema porque es el mismo del que creemos que sufría mi hermana mayor —agregó Todd, apretando los labios por un segundo ante la mínima mención de su hermana—. Ella siempre fue consciente de su peso; delgada desde que era apenas una niña. Pero nunca pensamos que podría fallecer por ello, tan joven... —comentó entonces, callando en seco durante un minuto a medida que desviaba la vista hacia el suelo, pues el hombre apenas conservaba memorias con respecto su hermana, y es que la habían perdido cuando él tan solo se trataba de un niño; para aquel entonces, Todd siquiera entendía el hecho de que jamás la volvería a ver—Después de que eso sucedió, fui con mis padres a su departamento para recoger sus cosas cuando encontramos comida vieja apilada por doquier. Eso nos indicó que ella sufrió de un mayor problema de lo que pensamos alguna vez; de lo que ella jamás aparentó. Y ahora todo tiene sentido. —sustentó a medida que dirigía la mirada hacia la de su hija una vez más, sintiendo como su corazón se partía al notar el dolor reflejado en los ojos de ella.

—¿Como pudieron no decirme eso antes de hoy? —preguntó Zoe después de un largo momento de silencio, sintiendo como un nudo comenzaba a formarse en su garganta y a su vez batallando contra el inmenso deseo de llorar, aún sin poder creerse del todo lo que su padre acaba de confesarle.

—Hablamos acerca de ello y...

—Me he sentido tan sola, por tanto tiempo —dijo entonces, interrumpiendo la oración que su mamá había estado por decir—. No sabía que había una explicación por la que esto me sucedía, y siempre ha habido una razón —agregó la muchacha, para después apretar los labios en un intento de contener el llanto que sentía acercarse. 

—No hay razón, Zoe.

—¿De qué hablas, mamá? La anorexia es una enfermedad, como la adicción a las drogas o el alcohol. Hay un componente genético. ¿Porqué me ocultarían algo así? —soltó Zoe entonces, hablando más rápido de lo que habría deseado. Aún así, en aquel momento poco cuidado le daba ella a la celeridad con la que las palabras salían de su boca, pues eran tantas las cosas que debía asimilar que se sentía más angustiada que nunca. 

— Temíamos a que en cuanto identificases que se trataba de una enfermedad genética, algo con lo que naciste, no intentarías cambiarlo; pensarías que está fuera de tu control cuando no es así, hija —explicó Anna a medida que enderezaba su espalda, acercándose lentamente a Zoe, quien se encontraba sentada en el sillón frente al que ella ocupaba junto a Todd—. Eres fuerte, de eso estamos seguros; y encontraremos una manera de solucionarlo juntos.

—¡Oh! ¿lo haremos? —gritó la muchacha, sin poder contener la furia que crecía dentro de su corazón. 

 Por un momento, Anna intentó tomar la mano de su hija antes de hacer alguna clase de comentario, sin embargo Zoe la alejó de inmediato, sin querer hacer el mínimo contacto con su mamá, siquiera con su papá. Tras soltar un par de lágrimas, la muchacha arrugó el rostro y secó las gotas de agua que se desplazaban a lo largo de sus mejillas. Entonces, mientras su respiración se aceleraba, al igual que los latidos de su corazón, una ola de cólera atravesó su ser. 

—¡Los odio! ¡Y no saben cuánto!

Pero ya noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora