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 Las palabras que Andy había pronunciado llevaban dos días dando vueltas en la cabeza de Zoe, pues su mejor amigo había estado ahí todo ese tiempo y ella lo había ignorado por completo, sumiéndose en una agónica soledad impenetrable. Para ella, aquel discurso había calado hondo en su ser, pues no dijo más que la verdad, sobre todo en referencia al miedo que tenía en ser ayudada y sobre que la muchacha lo alejó de su lado en el momento en que más necesitaba de su compañía. Pero Zoe tenía una razón más que suficiente para hacer lo que hizo, y era que ella no tenía el valor suficiente para contar sus desgracias a la única persona que era capaz de entenderlas por el simple temor a la posibilidad de que él comenzara a tratarla como el ser inestable en que se convirtió.

 Pero la muchacha era consciente que no podía seguir en la misma tesitura en la que llevaba mucho más de un año, pues se negaba a terminar de la misma manera en la que terminó la vida de una tía que jamás conoció, y de la que no había escuchado hablar hasta hace menos de una semana atrás. Por lo que, cuando acabó el ensayo que en ese momento realizaba, no se levantó a entregarlo, sino que arrancó una hoja del cuaderno y escribió, al menos por una última vez. Y esa nota, a pesar de estar dedicada a Andy, era especialmente para ella.


Ella se juzga.

Ella está triste.

Ella está sola.

Ella está herida.

Ella es depresiva.

Ella es anoréxica.

Ella está confundida.

Ella soy yo.

Pero ya no.

Pero ya noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora