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Zoe no podía creer que se encontraba en aquel lugar que tanto había deseado evitar, rodeada de un montón de personas que podrían tener toda clase de problemas; quizá hasta hubiese algún individuo que experimentase el mismo inconveniente que ella, aunque la muchacha jamás podría estar segura al respecto, o al menos no quería pensar en ello. De cualquier manera, todos los presentes parecían estar lo bastante absortos en sus propias vidas como para siquiera notar que la puerta metálica de color negro fue abierta por una delgada y pálida muchacha, la cual salió del consultorio en el cual Zoe se vería obligada a entrar en cualquier momento.

El lugar poseía un aspecto tan deplorable que Zoe sintió un tanto de pena por aquella paciente que acababa de aparecerse en la sala, y para cuando la detalló a profundidad, pudo notar que se trataba de la vivida imagen de lo que ella veía cada mañana al detenerse frente al espejo ubicado detrás de la puerta de su habitación. Entonces, Zoe pudo advertir que del mismo modo en el que ella había visto a la muchacha era como seguramente todos la veían a ella misma; con mera lastima.

—Zoe.

Tras apartar la mirada de la muchacha, Zoe dirigió la vista hacia la ubicación en la que se encontraba ubicada la secretaria de la psicóloga, la cual pacientemente esperaba a que, quien fuese Zoe, se levantase de donde sea que estuviese sentada para así presentarse en su respectiva consulta. Con una lentitud exagerada, la muchacha se levantó del sillón que había estado ocupando durante los últimos minutos a medida que tomaba su mochila y se la colgaba del hombro izquierdo, arrastrando los pies en dirección al consultorio.

Para cuando Zoe entró en la habitación correspondiente, la psicólogo siquiera le prestó la mínima atención, y es que se encontraba bastante concentrada haciendo un par de anotaciones en su bloc. Aun así, cuando la mujer notó que la siguiente paciente del día se aproximaba hacia su ubicación, le indicó con una seña que tomase asiento, para después hacer a un lado su cuaderno pero aún sumida en sus tareas. Con pasos inseguros, Zoe caminó lentamente hasta llegar a la silla indicada y ocuparla, mirando a su alrededor en un intento de detallar el salón, el cual no podría haber sido más aburrido y monótono.

—Muy bien Zoe, cuéntame ¿por qué estás aquí?.

Al oír aquella pregunta, Zoe detuvo de manera abrupta la búsqueda de nada en específico a través del consultorio, pero no fue la cuestión en sí la que ocasionó que la muchacha se paralizase, y es que aún si ella no sabía que demonios hacía en aquel lugar, ya se había esperado ser interrogada con esa clase de cuestiones; sino más bien se trataba de la voz que había cuestionado su presencia, aquella voz que Zoe conocía desde que tenía cinco años de edad y había pasado mucho tiempo desde que no escuchaba.

Lentamente, la muchacha comenzó a girar la cabeza hacia la fuente de la pregunta, y su sorpresa al encontrarse a la mujer frente a sus ojos fue tal que ella estaba segura de que igualaba el desconcierto que veía en la cara de la psicóloga; que era nada más y nada menos que la madre del muchacho que hacia tiempo atrás se había tratado de su mejor amigo. Sí, era la mamá de Andy.

—Hola, Zoe —saludó la contraria con cierta sorpresa en su tono de voz, a lo que ella se obligó a responder.

—Hola, señora.

Al principio, la situación resultó ser un tanto tensa. La mujer no dejo de hacerle preguntas a Zoe acerca de detalles que ya conocía, pero que aun así la muchacha respondió a todas ellas por mera cortesía. Sin embargo, al pasar media hora, las cuestiones comenzaron a tornarse un tanto intensas y ciertamente más profundas. A medida que aquello sucedía, Zoe sentía cierta molestia cernirse dentro de sí, acompañada de un leve cosquilleo en sus manos. Verídicamente, ella no quería responder a las preguntas en lo absoluto, pues no deseaba arriesgarse a desvelar algo que pudiese ser utilizado en su contra; y es que, qué le podía importar a aquella mujer la vida de ella, si a su hijo siquiera parecía darle el más mínimo cuidado, o al menos eso pensaba Zoe; por lo que, al punto de colapso, ella sintió la manera en la que el control se salía de sus manos.

—Zoe, deja de fingir que todo está bien cuando sabemos que no es así.

La expresión de preocupación dibujada en el rostro de la mujer fue para Zoe como una bomba atómica, por lo que, sintiéndose harta de que las personas se preocupasen por ella cuando todo iba aparentemente bien, respondió:

—Y usted puede dejar de fingir que le importa, cuando sabemos que no es así.

Sin más, la muchachas recogió sus cosas y salió echa furia del consultorio y, posteriormente, de la clínica.

De la misma manera, más tarde ese mismo día Andy no podía creer lo que su madre le terminaba de contar. El hecho de que Zoe hubiese ido a una de sus consultas no era buena señal en lo absoluto, y en vista del comportamiento que había adoptado aquel día, además de la actitud que ella tomaba en contra de él y su determinación con respecto a rechazarlo cada vez que intentaba acercársele, Andy estaba segurísimo de que Zoe atravesaba una etapa bastante dura de su vida, colmada de problemas de todo tipo. Y además, el muchacho también había comprendido que él no había estado ahí para ayudarla cuando más lo necesito.



➳ Uy, los chismes vuelan rápido, ¿qué resultará de esa visita al psicólogo? ¡Espero les haya gustado el capítulo! No olviden votar y dejar un comentario; besos.

Pero ya noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora